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Miguel Ángel Pindado
Jueves, 25 de mayo 2017, 21:11
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En mitad del desierto marroquí una marabunta de ciclistas, perfectamente equipados para afrontar la dureza del sol, la arena y las piedras, se disponían a tomar la salida de la Titan Desert, la carrera ciclista más exigente del mundo. Más de 600 kilómetros divididos en seis etapas por lo más agreste y arenoso del desierto marroquí. Y allí, en medio de esa marabunta, dos vallisoletanos, Luis Puerta y Samuel Matobella, y dos bercianos, José Domínguez y César Martínez, dispuestos a enfrentarse con la soledad e inmensidad de la nada. Estos cuatro ciclistas formaban el denominado Inclusión Titan 2017, un equipo formado unos meses atrás. Samuel, un hombre ligado desde siempre al mundo de la bici y que posee su negocio Matovelo Estudio Biomecánica, se unió a Luis Puertas, de Segmento Comunicación Gráfica, quien tras una grave dolencia cardíaca encontró en el deporte la mejor terapia. A ambos les gustan los retos y también la solidaridad y los proyectos de inclusión en los que vienen participando desde hacía años con la Asociación Titanes. De ahí surgió la idea de participar en la Titan Desert con un equipo inclusivo. A través de la plataforma Plena Inclusión contactaron con Asprona Bierzo, en Ponferrada, y a propusieron a José Domínguez, un ciclista paralímpico, participar en la prueba junto con su mentor y acompañante César Martínez.
No hubo que apretar mucho las tuercas para convencerles de esta aventura, pese a que José Domínguez tiene una doble discapacidad ya que es sordomudo y tiene una leve discapacidad intelectual. El reto era mucho mayor pero el objetivo de demostrar que la discapacidad no supone una barrera en sí misma para practicar cualquier deporte, animó a todos a intentarlo. Además era la primera vez que un participante con doble discapacidad se inscribía en esta carrera.
Con la ayuda del Ayuntamiento de Ponferrada, la Junta de Castilla y León y otros pequeños e imprescindibles patrocinadores se pudo financiar la inscripción, los viajes y el material, que rondó en total los cerca de 15.000 euros.
Una vez decidida la participación, comenzaron la preparación física para poder aguantar una prueba de este calibre, con 600 kilómetros en seis etapas por el desierto. Incluso se controlaron la alimentación en las últimas semanas para poder llegar a la salida de la prueba en las mejores condiciones posibles.
Y llegó el día señalado en rojo en el calendario. El 30 de abril. Allí, en mitad del desierto, en Maadid, en la región de Errachidia, unas de las más agrestes del desieto marroquí, los cerca de 500 participantes tomaron la salida en tropel para cubrir los primeros 106 kilómetros de recorrido, con un desnivel de unos 1.062 metros. Ahí fue cuando el equipo se dio verdadera cuenta de la dificultad y dureza de la carrera. El propio Saúl Matobella reconoce que «en cierto modo subestimamos la dureza de la carrera, porque aquí estamos acostumbrados a la bicicleta por caminos más o menos agrestes, pero en el desierto, las piedras y la arena son una constante, no se puede ir por caminos y se hace especialmente dura». De hecho, relata Saúl, a los siete kilómetros de la salida César sufrió un desafortunado pinchazo y tuvieron que detenerse para repararlo. En breves minutos estaba todo arreglado pero se dieron cuenta que estaban los últimos y completamente solos. El formidable pelotón que se formó en la salida ya se había disuelto en la inmensidad del desierto.
El desgaste físico y técnico, ya que las bicicletas sufrían tanto o más que los propios ciclistas, fue en aumento y tras concluir el tercer día de competición decidieron que José Domínguez y Luis Puerta no debían seguir ya que el sufrimiento y esfuerzo podría pasarles seria factura. A partir de ese día, José Domínguez se convirtió casi en un miembro más de la organización, colaborando en los puesto de avituallamiento e hidratación, integrándose perfectamente con el resto de competidores y disfrutando de la compañía de reputados ciclistas como Melchor Mauri u otros personajes como empresarios, deportistas, ejecutivos e incluso pilotos de rallys como Sebastián Loeb, que se encontraba entrenando por el desierto, eso sí, acompañado de un helicóptero de asistencia.
Quienes sí finalizaron la carrera fueron César Martínez y Saúl Matabella, que se propusieron personalmente el reto de acabar. «Es una carrera que te extruja y te lleva al límite para bien y para mal. Es toda una experiencia que nos demostró nuestra propia capacidad de aguante porque a pesar de estar al límite apenas discutimos y la convivencia fue realmente extraordinaria», relata Saúl.
Además José Domínguez disfrutó como nunca con esta experiencia y en ese sentido el objetivo de la inclusión se cumplió al cien por cient. «Deportivamente nos quedó un poco la espina, pero es que no son casi 700 kilométros sobre el desierto, sino 700.000 metros de pedregal, uno a uno, uno tras otro, con la arena que se mete por todos los lados, que te roza.... Es muy duro», describe Saúl que concluyó en el puesto 194 con un tiempo de 40 horas 9 minutos y 43 segundos, a una media de 14 kilómetros a la hora; mientras que su compañero César Martínez concluytó en el puesto 267, con un tiempo de 43:39:18. «La posición final era de menos. Está claro que nuestro objetivo no era la clasificación sino el proyecto inclusivo», afirma Saúl, que asegura que con esta participación han adquirido la suficiente experiencia y contactos como para asesorar a cualquier ciclista de Castilla y León que desee participar en este evento. Y Jose también está dispuesto a repetir.
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