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David Castro, Álvaro Martín, Rubén Cuñarro y Julio Arenas, antes de la proyección de sus cortos.
El corto, un género con entidad propia

El corto, un género con entidad propia

Los creadores castellanos y leoneses demuestran que la tecnología permite grandes resultados con pocos medios

v. t. fernández

Martes, 21 de octubre 2014, 10:27

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Todos coinciden en que «de esto no se come», pero tampoco lo pretenden. Si una historia bulle en la cabeza y es buena, se encuentra la forma de convertirla en una cinta. El metraje que permite la mayor concentración de creatividad en poco tiempo: el corto. Ayer fue el día de los jóvenes creadores castellanos y leoneses en la Seminci. La proyección en el LAVA de los seis cortos (el de Eduardo Margareto, 24, está fuera de concurso)que componen la sección Castilla y León demostró que se puede hace mucho con poco. Mucho si hay ideas, talento, ilusión. «La democratización en la tecnología nos permite descubrir que el nivel que se ha visto aquí es enorme», decía a la salida de la proyección Rubén Cuñarro, uno de los autores de New York Buba, que ha rodado junto a Julio Arenas. Juntos han montado una productora en Salamanca, Jabuba Films. «Hay dos formas de hacer un cortometraje: teniendo el apoyo de un gran equipo detrás y dinero para alquilar material, y otra que es tirarse a una piscina sin saber si hay agua o no. En nuestro caso ha sido la segunda opción», dice Arenas. Ellos se enrolaron con el Coro de Voces Blancas del Nalón y con la Orquesta de Cámara de Siero, dos agrupaciones asturianas, y cruzaron el charco para acompañarlos en un gira por EE UU. Quedaron dieciocho minutos cargados de poesía y crearon un nuevo género dentro del corto, «el conciertometraje», que mezcla ficción, documental y música. Describen Nueva York, sin palabras. Con imágenes y notas. Lo hicieron empotrándose con los músicos y solo mil euros en el bolsillo, para «sobrevivir en la Gran Manzana», recuerdan. «Técnicamente no es perfecto pero no nos importa tanto la técnica como sacar proyectos adelante», aseguran. Si se les pregunta si consideran que el cortometraje es el primer paso hacia el largo, dudan. No ven el formato exactamente como un trampolín, aunque en todos ellos planea la idea de embarcarse en el largo de ficción (ellos han realizado dos documentales). «El largo no tiene que ser una obsesión, en un corto se puede hacer mucho. El corto permite experimentar más, ser más libre», analiza Arenas. «Cuanto mejor es el director más rápido dice las cosas, si lo puede decir con un plano no lo dice con tres», apostilla Cuñarro.

«Agradecemos estar aquí porque nuestro objetivo no es acceder a circuitos comerciales. La intención era modesta y el resultado es modesto. El día que queramos hacer algo a lo grande, si no sale bien, nos decepcionaremos pero hoy estamos muy contentos», reflexionan los jóvenes creadores.

El burgalés David Castro participaba en la Seminci por partida doble. A2042 fue seleccionado por el programa Quercus y también por el festival. Aunque viene del teatro, siempre le sedujo el cine. Ha escrito, dirigido y producido varios cortos, alguno de ellos premiado en festivales internacionales. El que presenta en Valladolid es un verdadero fogonazo del que ruega que se destripe lo menos posible. Un minuto de plano secuencia, un personaje, no hay palabras. «Es un corto para digerir lentamente», avanza. Cuando somos pequeños nos enseñan a interpretar la realidad, a distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. Cuando nos hacemos mayores nos vamos creando nuestro propio criterio. Los medios de comunicación contribuyen a ello. Mi corto obliga al espectador a crearse su propia idea de lo que está pasando». No quiere decir más. Hay que verlo.

Que los cortometrajes son un «género en sí mismo» es algo que Álvaro Martín tiene muy claro. Su cinta recuerda al desaparecido Cine Roxy de Valladolid. En un documental de pocos minutos su antiguo gerente, Paco de la Fuente, recuerda el origen del que fue un punto de encuentro para los vallisoletanos. Martín es vallisoletano, ha creado también una pequeña productora y con otro de sus cortos, Estocolmo, ganó el primer premio en el maratón Valetudo de la pasada Seminci. Martín analiza la situación cinematográfica del país: «Como nadie tiene un duro para hacer películas, se ha profesionalizado mucho el sector. Ahora hay gente que se gasta 20.000 y 30.000 euros para sacarle rendimiento al corto en festivales. Funcionan como películas. Antes eran más experimentales». Ahora, cuenta Martín, recurren a este formato profesionales con experiencia que utilizan el corto como tarjeta de presentación y promoción. «Es tan barato hacer un corto que todo el mundo puede hacer uno». «El de Estocolmo costó 50 euros», confiesa. El foro de la Seminci es un gran escaparate. «El otro día me felicitaron desde un festival de México del que me han seleccionado», cuenta el vallisoletano, encantado de los aplausos que recibió ayer en la Sala Concha Velasco su humilde tributo al Roxy.

Otros de los filmes que se vieron ayer cuentan con más escenografía pero la misma economía conceptual. Gerardo Herrero deja sin respiración con Safari, un metraje que trata de introducir al espectador en la mente de alguno de los adolescentes norteamericanos que han perpetrado matanzas en institutos de EE UU, aunque está rodada en España. Juan Ferro opta por el drama en Cristales. Contrastes lumínicos y temporales para contar el declive de una joven pareja y lo que a veces tiene de vital una decisión tomada en un instante. Time after time, de Pablo Silva y Peris Romano gustó mucho. Una comedia romántica con toques futuristas y grandes dosis de humor que convenció a los profesionales y contrarrestó la bofetada de Herrero.

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