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Mujeres valientes

‘Once my Mother’ reconstruye la increíble y sacrificada historia de Helen, una niña polaca que sobrevivió sola al horror de la Segunda Guerra Mundial

RAFAEL VEGA

Lunes, 20 de octubre 2014, 10:34

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La cineasta Sophia Turkiewicz presenta un delicado trabajo para rendir homenaje a su madre. Aquella persona que le resultó odiosa porque la recluyó en un orfanato durante un par de años, que carecía de estudios y apenas hablaba el inglés para comunicarse de forma fluida en la tierra australiana que acogió a ambas; aquella persona que se había casado con un desconocido y rechazaba visceralmente la ideología comunista que tan atractiva le parecía a ella y a sus amigos a finales de los años sesenta ha resultado, finalmente, el personaje más admirable de su existencia. Pero la realizadora australiana no oculta que el cambio de impresiones se debe únicamente a su madurez, toda vez que tanto en su adolescencia como en su juventud tuvo conocimiento, aunque poco detallado, del periplo de supervivencia que tuvo que llevar Helen, su madre, desde que se vio huérfana y repudiada en su aldea polaca natal con apenas trece años.

Quiso la Segunda Guerra Mundial que Helen se viera obligada a sobrevivir en condiciones infrahumanas durante todo el conflicto, atrapada entre un grupo de refugiados polacos que fueron enviados a un gulag para ser utilizados como esclavos hasta que Stalin firmó sus alianzas con Inglaterra, Francia y Estados Unidos, momento en el que todos ellos arrastrarían su hambre y su penuria a lo largo de miles de kilómetros a pie para formar un Ejército polaco en el exilio.

La película de Turkiewicz, intimista y acaso excesivamente catártica, encadena la penitencia de esta mujer desposeída de cualquier propiedad hasta el nacimiento de su hija en un campo de refugiados del centro de África. La cineasta se ve impelida por la vejez de la protagonista para realizar su sentido homenaje, aunque en algún momento, desde la butaca, esta reivindicación familiar de la que todos nos sentimos testigos involuntarios, desvíe su mirada con demasiada frecuencia a la compunción arrepentida de la realizadora.

Otras siete mujeres iraníes unen sus pequeños y desiguales relatos para formar la cinta Profesión: documentalista. Gracias a todas ellas el espectador tiene la oportunidad de descubrir parte de la realidad social iraní que se oculta no solo tras el velo de censura de sus respectivos gobiernos desde Jomeini sino por los prejuicios occidentales. No es la primera vez que la sección Tiempo de Historia permite que nos asomemos a esos rincones ocultos y temerosos que alberga Teherán, donde miles de jóvenes con inquietudes intelectuales se enfrentan con creatividad y sacrificios, pobreza, prisión y exilio al carácter represor que acompañara a la revolución de los ayatolas. Entre los cortos sumados de estas siete mujeres cineastas se teje, a su vez, una tupida red de complicidad femenina. Son mujeres cineastas en un país machista, criaturas extrañas no solo para los organismos oficiales sino para la mayoría de la sociedad que las rodea. Acaso sea esa la razón por la que casi todas ellas tienden a buscar en su mensaje el amparo íntimo y nostálgico de sus respectivas familias; entornos cuya modernidad urbana de los años setenta, tan similar a la vivida en el resto de los países occidentales, hacía difícil suponer un retroceso tan decepcionante: desde la guerra hasta la censura, desde la prohibición del canto en público a la amonestación arbitraria por reflejar una realidad que pudiera afectar a la imagen del país en el extranjero, como si ésta fuera buena.

La evidente falta de medios técnicos y financieros para llevar a cabo su proyecto, así como el coraje mostrado por todas ellas para realizarlo, incrementa de forma notable el valor estético, ético y documental de su película.

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