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Una escena de 'La novia'.
Dos aspirantes y tres que lo quieren ser

Dos aspirantes y tres que lo quieren ser

‘La novia’ y ‘Truman’ han llegado a los premios con fuerza frente a ‘Un día perfecto’, ‘Nadie quiere la noche’ y ‘A cambio de nada’

jorge praga

Sábado, 6 de febrero 2016, 12:09

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. Es el premio más deseado, el que culmina la noche y roba las cabeceras de informativos y periódicos. Mejor película. Algunos test orientan: los premios Feroz de los informadores cinematográficos. También la taquilla, la fidelidad del público. Con estos filtros los cinco aspirantes se estiran y quedan en dos.

Los premios Feroz se entregan unas semanas antes que los Goya. La novia, de Paula Ortiz, se llevó muchos de ellos, y en cierta manera era esperado: por la calidad y sabor del García Lorca que desde Bodas de sangre presta palabras y personajes; y por la atrevida realización de la joven Paula Ortiz, que no duda en buscar los parajes más remotos para enmarcar el drama: desiertos blancos, casas expresionistas de la Capadocia, quintas aisladas en secarrales deslumbrantes de luz. Un exceso aumentado por la cámara lenta salpicando aquí y allá, una música densa y continua, una interpretación entregada y desgarrada. El problema es el ensamblaje de fuerzas tan poderosas, y especialmente el acomodo que la literatura lorquiana va a encontrar entre ellas. Basta con leer la frase del cartel publicitario: «Y te sigo por el aire como una brizna de hierba». ¿En qué marco se puede decir, y hacer oír?

La novia ha llegado viva a estos días previos a los Goya. Buena señal. Pero con más fuerza, y desde hace más tiempo, se exhibe la favorita de la taquilla: Truman. La probada faceta de guionista de su director, Cesc Gay, ha urdido una historia con variaciones de sentimientos: amistad, pena, enojo, pérdida, más penaUna baza que requiere rostros que lo viertan y modulen, que aguanten el primer plano y saquen la voz de los adentros. Ricardo Darín presta sus arrugas al enfermo terminal que quiere morir de pie, un Darín que tiene como principal enemigo el cliché de sí mismo, hijo del éxito. Al otro lado, el complemento tierno de Javier Cámara, una alubia afable. Y en el medio mucho silencio cálido con ojos acuosos, como si todo ya estuviera dicho. Para evitar que salten las alarmas de obra previsible que se liquida en el tráiler queda el recurso del mejor compañero del hombre, ese Truman perruno que aumenta los silencios y tiñe la muerte con risa tierna. Gusta, qué duda cabe.

Las otras tres aspirantes llegan al sobre ganador con menos fuerza. Un día perfecto saca a Fernando León de Aranoa del país de sus obras anteriores, y se traslada a las guerras balcánicas de los noventa, aunque su geografía de rodaje sean las serranías granadinas. Hay un lado testimonial que la enaltece, y la hace reconocible en la memoria nuestra: esa guerra feroz y civil, siempre incivil, que no deja más que dolor y rencor en las familias. Pero las atenciones de León de Aranoa se encaminan sobre todo hacia los voluntarios extranjeros que maniobran entre las precarias fronteras de los bandos enfrentados, un terreno que ya exploró en algún documental. Los tipos que fabrica son de una pieza, lo que es una facilidad y un riesgo: uno no espera encontrarse a una voluntaria con las piernas de Olga Kurylenko, ni Benicio del Toro parece el más creíble de los voluntarios. La envoltura de una cámara muy ágil y la música de Lou Reed mejoran los resultados. La otra película de reparto y carácter internacional es Nadie quiere la noche, presentada en la sesión de clausura de la pasada Seminci. Isabel Coixet sigue en esta obra su particular camino de búsqueda que la hace variar y cambiar de una tipología a otra, lo que puede quitar personalidad a su cine. Se embarca en un doble viaje: el que emprende el personaje de Juliette Binoche en busca de su marido, lanzado a la conquista del Polo Norte a principios del siglo XX, y que la lleva a atravesar con gran riesgo paisajes de notable belleza. Del otro lado, el viaje interior de autoconocimiento cuando debe permanecer resguardada en la larga noche polar, la que nadie quiere. El desequilibrio entre ambas partes y el hundimiento de la segunda en las tinieblas lastran la culminación de la obra.

Por fin, A cambio de nada es la recreación sincera de la peripecia juvenil de formación de su director, Daniel Guzmán. Los arrabales madrileños, los pequeños hurtos, la familia mal avenida que expulsa al chaval del clan familiar son los escenarios de esta obra notable y ajustada, en la que no falta la música de la época Julio Iglesias, Demis Roussos, dulce y lechosa como el tranquilizador desenlace, que no convence tras un camino de amargura. Un final fiel a la experiencia del propio director, pero el cine no es la realidad.

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