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el boom de los Festivales toca techo

Sonorama Ribera, que espera acoger desde el miércoles a 25.000 personas diarias, es una de estas 851 citas que se han convertido en una de las mejores fórmulas para consumir música en directo

GUILLERMO ELEJABEITIA

Martes, 8 de agosto 2017, 08:15

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Si hoy le apetece irse de festival seguro que tiene una opción en un radio de 200 kilómetros. Estas verbenas contemporáneas en las que se sucede una inabarcable oferta de conciertos se han convertido en la principal forma de consumir música en directo de toda una generación y proliferan como setas por la geografía española. Solo en el mes de julio, han levantado el telón ochenta eventos, los mismos que se celebraban a lo largo de todo el año hace apenas una década. Hoy son 851, lo que significa que en el país se celebra un festival por cada 54.000 habitantes. El negocio exhibe músculo -solo los diez más grandes tuvieron un impacto económico estimado de 400 millones de euros-, pero «al público comienza a atragantársele tanta oferta», reconoce a este periódico Carolina Rodríguez, portavoz de la Asociación de Promotores Musicales (AMP). La escena comienza a dar muestras de estar tocando techo y muchos se preguntan hasta cuándo durará el festival.

Junto a nombres ya históricos como Sónar, Primavera Sound, FIB, Viña Rock o Bilbao BBK Live, en la última década han irrumpido nuevas citas de talla grande como Arenal Sound, Sonorama Ribera, Low Festival, MadCool o Cruïlla, que han ido dejando sin huecos el frenético calendario de verano. 2017 ha alumbrado un buen número de eventos de diversa magnitud -Download Festival o Rio Babel en Madrid; Tsunami Xixón en Asturias; Ezcaray Fest en La Rioja o Rosco Fest en Granada, por citar solo algunos-, pero también ha visto significativas cancelaciones, como las del SOS 4.8 de Murcia o Alrumbo, en Chiclana de la Frontera. En ambos casos, por desencuentros entre los promotores y las administraciones que los sostenían económicamente.

«Habrá una criba y aquellos que no sepan diferenciarse sufrirán»

Alfonso Santiago - Bilbao BBK Live

La facturación de la música en directo en general lleva cuatro años encadenando crecimientos significativos, tras la fuerte caída que provocó en 2012 la subida del IVA cultural. Por los 50 festivales más grandes del país pasaron el año pasado 3,5 millones de personas, alrededor de un 15% más que en el ejercicio anterior; 21 crecieron en público y 12 lograron mantenerse, mientras que tres pesos pesados como Primavera Sound, MadCool y Arenal Sound han colgado el cartel de completo esta temporada.

Aunque la élite del sector arroje unas cifras apabullantes, por debajo nos encontramos con 800 eventos de perfiles muy distintos. Algunas son selectas citas especializadas orientadas a un público melómano, pero la mayoría trata de replicar a menor escala el modelo dominante con fines turísticos. El resultado es un panorama no tan rico como cabría esperar.

Veinte años de Sonorama Ribera

Sonorama Ribera cumple en Aranda de Duero veinte años con el reto de hacer frente a su edición más larga y multitudinaria. Se esperan 25.000 personas al día, pero sin cerrar las puertas al futuro. Julio Iglesias llegará el año que viene a un festival que, si todo sigue el plan previsto, presentará una nueva ubicación. La organización pide más espacios para que la cita siga creciendo y es uno de los principales objetivos para el año que viene. Para la edición de este año, que arranca el próximo día 9, se ha proyectado la actuación de más de 150 grupos en seis días.

«El problema no es tanto la cantidad de festivales como la homogeneidad en cuanto a formato y cartel», corrobora Alfonso Lanza, codirector del Primavera Sound. El responsable de una de las citas con mayor proyección internacional de la escena española vaticina «una criba en la que aquellos que no sepan diferenciarse sufrirán».En la misma dirección apunta Alfonso Santiago, cabeza de Last Tour, la promotora del Bilbao BBK Live, BIME o Azkena Rock: «Creo que faltan eventos diferenciados».

Un vistazo a los carteles de los festivales de referencia deja en evidencia semejanzas manifiestas. Love of Lesbian, Lori Meyers, León Benavente, Miss Cafeína o Fuel Fandango son algunos de los nombres más recurrentes. Como los vizcaínos Belako, que pasaron por once el año pasado. Su vocalista, Cristina Lizarraga, reconoce que han supuesto para la banda «una herramienta muy potente para darnos a conocer, aunque, sobre todo al principio, hay veces en que te sientes mermado entre tanta oferta».

Asegurar el lleno

A esa homogeneidad en la oferta se une la sensación de que no hay relevo generacional entre los 'headliners'. El FIB trajo a Red Hot Chili Peppers y Los Planetas, el Bilbao BBK Live a Depeche Mode o Brian Wilson, Cruïlla a los Pet Shop Boys y el Primavera, a Van Morrison. «Parece que los cabezas de cartel se hacen eternos, mientras que hay que buscar en la letra pequeña para encontrar las novedades que marcan la diferencia», reconoce José Manuel Piñeiro, director del Low Festival de Benidorm.

«Algunos han sucumbido por depender en exceso de subvenciones»

Cristina Rodríguez - APM

Los promotores siguen aferrándose a nombres que tengan tirón, con la esperanza de colgar el cartel de no hay billetes, pero «no hay grupos que aseguren el lleno, siempre hay que vender las entradas. Sí hay algunos con una gran capacidad de convocatoria, pero cada vez son menos», advierte Alfonso Santiago, de Last Tour. Eso genera una feroz competencia entre promotoras para hacerse con los nombres más jugosos del panorama, circunstacia que aprovechan ciertas bandas -«las que se lo pueden permitir»- para negociar contratos de exclusividad. Programando una única fecha en España, el grupo consigue más dinero por actuación y el festival se asegura que los incondicionales pagarán el ticket. Pero enzarzarse en una escalada de precios puede hacer peligrar la viabilidad económica del evento y suele repercutir en los cachés, más bajos, de los grupos de 'clase media'.

En cualquier caso, hace tiempo que dejaron de ser un fenómeno meramente musical para convertirse en lo que los promotores llaman «una experiencia». Cristina Rodríguez, de la APM, distingue entre los eventos «de carácter social, que funcionan como un punto de encuentro con amigos y en los que hay menos tensión sobre el cartel» y una serie de certámenes «especializados en un tipo de música, con unas dimensiones más manejables y con un perfil de público más melómano».

Mientras que en los primeros «el mercado está llegando a un punto límite y hacer más añadidos supondría un exceso de competencia para un público al que comienza a atragantársele tanta oferta», respecto a los segundos, esos que algunos llaman festivales 'boutique', «están funcionando muy bien y tienen mucho potencial para los próximos años», asegura Rodríguez. Fuzzville en Benidorm, Kutxa Kultur en San Sebastián o Villamanuela en Madrid exploran esa vía.

«No nos interesa crecer a lo bestia ni arriesgar más de la cuenta, preferimos una expansión natural, sin forzar objetivos», explica Eduardo García, de Giradiscos, la productora del Villamanuela. Llevan cinco años poniendo en marcha una iniciativa que «rompe con la esclavitud de la pulserita y el vaso de plástico» y cuyo recinto es «el barrio de Malasaña», pues son las salas de la zona las que acogen una programación inédita o de culto, que generalmente no tiene cabida en el circuito de festivales al uso.

Una sensación de 'déja vù' impregna los carteles

Es difícil encontrar un festival en el que no toque Love of Lesbian. La banda catalana aparecía en uno de cada tres carteles entre los cincuenta eventos más importantes celebrados en España el año pasado. Con 13 actuaciones, su omnipresencia les ha hecho objeto de bromas en el mundillo. Cada año se respira una sensación de 'déja vù' cuando se conocen las programaciones, en las que se repiten nombres como Izal, León Benavente, Carlos Sadness, Fuel Fandango, Miss Cafeina, 091, Manel o Zahara -la mayoría cantan 'indies' en español-. Esa homogeneidad ha permitido a los vizcaínos Belako o los murcianos Second, que hacen rock en inglés, colarse entre los que más actuaciones tienen precisamente por marcar la diferencia.

«Perdemos la fuente de ingresos de las barras, pero creemos que este modelo contribuye mejor a dar cohesión a la escena de salas». Se financian principalmente con la venta de entradas y el apoyo de una marca de cerveza -muy lejos del paisaje hiperesponsorizado que ofrecen la mayoría de recintos festivaleros-, y solo este año han comenzado a recibir una pequeña ayuda de la Comunidad de Madrid. «Hasta ahora ni siquiera lo habíamos intentado», confiesan.

En general, el apoyo institucional es muy desigual. Mientras que el Ayuntamiento de Bilbao aporta un 20% del presupuesto del BBK Live (1,4 millones de euros), en el Primavera Sound el dinero público no llega al 3%, «y se emplea para la organización de un congreso profesional o para conciertos gratuitos», precisa su director. El impacto en el sector hostelero, el posicionamiento turístico de la ciudad o el fomento de la cultura justifican la inversión de las administraciones, pero las subvenciones son un arma de doble filo. «Hemos visto festivales muy consolidados que dependían excesivamente de fondos públicos sucumbir cuando las ayudas menguan o desaparecen», advierte la portavoz de los promotores. Otros, como García, opinan que el apoyo público «debería servir para garantizar la variedad y cubrir los huecos que deja el mercado», más que para engrosar un negocio que ya obtiene pingües beneficios.

A golpe de muñeca. Una pulsera con los datos bancarios del asistente es el único medio de pago.
A golpe de muñeca. Una pulsera con los datos bancarios del asistente es el único medio de pago. Ignacio Pérez

Pulseras cashless, el negocio de renunciar al dinero en efectivo

Los festivales de música parecen tener cierta alergia al dinero en efectivo. Primero fueron los 'tokens', unas fichas que había que comprar en determinados puntos del recinto y canjeables por consumiciones. El sistema evitaba que la legión de camareros que atienden las barras manipularan el dinero, pero suponía una incomodidad para los asistentes, que tenían que hacer varias colas antes de dar el primer trago de cerveza. Además, siempre cabía la posibilidad de que a uno le quedara un remanente de fichas sin gastar, que la mayoría de festivales se negaban a canjear por dinero, quedándose con una jugosa 'propina'.

Los rudimentarios 'tokens', han dado paso en los últimos años a las pulseras sin contacto, que funcionan con una tarjeta adherida al brazalete de acceso en la que se almacenan los datos bancarios del usuario. Con solo un golpe de muñeca se puede comprar un trago, una hamburguesa o una camiseta dentro del recinto.

El sistema inalámbrico agiliza el consumo, lo que se traduce en un aumento del 30% en la facturación para los festivales que lo han incorporado. De paso, permite a la organización controlar el aforo u obtener una estadística fiel de cuánto y en qué gasta cada cliente. También es posible recuperar el dinero no gastado, pero durante un tiempo limitado y no siempre íntegro. En la pasada edición del BBK Live, el importe mínimo para solicitar la devolución del dinero era de dos euros, por lo que todo aquel que hubiera acumulado una cantidad inferior al término del festival la perdió en concepto de gastos de gestión. Una ronda para el promotor, Last Tour, por cuenta del público que las redes no tardaron en censurar.

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