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Cristina se interesó por la cósmetica natural cuando leyó los componentes de las cremas.
Una nariz privilegiada que no se deja embriagar

Una nariz privilegiada que no se deja embriagar

Cristina Alecu, ayudante de concertino de la Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 6 de abril 2015, 15:28

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V ino a Valladolid porque le animó su hermana mayor Irina, violinista de la Sinfónica de Castilla y León, y ahora es su jefa. Cristina ejerce durante esta temporada de ayudante de concertino, es decir, el arco izquierdo de Wioletta. Quien ha curado la timidez en España, tierra «donde a cualquiera se le llama amigo», se sobrepone a cierto pudor profesional delante de sus colegas.

«En un concierto se me rompió una cuerda del violín justo antes de un solo. Rápidamente los compañeros me pasaron el de Renata, que estaba atrás. Somos profesionales, sabemos superar esos imponderables. Gracias a ellos seguí tocando». Paradójicamente el escenario es una prueba menor comparado con el trabajo previo. «No es tan fácil mandar de repente a tus compañeros, gente con mucha experiencia. Estoy aprendiendo a buscar la manera adecuada de decir las cosas para que no se malinterpreten. Ahí te das cuenta de que también es difícil ser jefe, que es fácil criticarlos, pero que casi nada es blanco o negro». Con la convocatoria de plazas congelada, este tipo de responsabilidades se adjudican por una temporada tras una audición ante los solistas de la orquesta. «Es duro ponerte delante de ellos, como si les estuvieras preguntando si vales o no».

Y le dieron la oportunidad a ella. «Es más responsabilidad, pero a la vez da sentido a los años de estudio, es un trabajo más creativo. Tengo que escuchar mucho, pensar cada golpe de arco porque no sigo a nadie, soy yo quien lo marca en colaboración con otros jefes de la cuerda. Me lo tomo como algo temporal y lo disfruto, descubro cosas de mí misma. La tarea responde al nombre, ayudar a la concertino sin molestar. Espero hacerlo bien, Wioletta me trata muy bien».

La odiosa comparación

Su aparente fragilidad, se torna briosa energía cuando ocupa su sitio a la izquierda del podio. «Al principio me costaba salir al escenario, pero una vez allí, se te olvida. En los conciertos es cuando mejor lo pasamos, en cuanto empieza nadie te para, ya no te molesta ni el director», dice riendo.

Esta violinista con dotes para la química fue conducida hacia la música por una madre que también tocaba el violín.De sus tres hijas, dos son profesionales. Cristina, como Irina, comenzó a estudiar en la Rumanía comunista. «En seguida me gustó el violín, lo malo era que en el sistema de enseñanza rumano siempre te examinan. Había una competición continua lo que tenía su parte buena, te hacía estudiar mucho y otra mala, la comparación. Después, cuando maduras, tienes que aprender a no hacerlo, a superarte dentro de tus límites, a aceptarte como músico porque no hay dos iguales». En esa infancia de presión constante, de concurso en concurso, también le tocó medirse con su hermana. «Pobre ella lo tuvo más difícil, mamá me mimó más a mí». Han compartido atril muchas veces, acaban de tocar juntas en el programa de solistas. «Irina es más exigente que yo, en seguida ve si hay errores en la partitura».

Antes de terminar sus estudios superiores, tenía plaza en la orquesta sinfónica de Iasi, su ciudad. «Nunca pensé en irme, parecía tener la vida hecha allí». Después conoció a una profesora alemana en Bucarest y la animaron a estudiar en Saarbrücken. «Fue mi primera salida de casa, a los 23 años. Estuve un año y no me gustó. Conocí solo a la gente relacionada con el violín».

El aliento histórico de rusos y alemanes lo sienten demasiado cercano de su nuca buena parte de los habitantes de los países pinzados entre los dos gigantes. «En Rumanía pasamos la década de los ochenta sin nada, no había agua caliente, ni calefacción, lo bueno era que todos estábamos igual, todo el mundo buscaba en el fondo de los bolsillos para comprar el pan. Luego en los noventa hubo de todo, pero no dinero para adquirirlo. Mis padres, con dos buenos sueldos, tuvieron que emigrar. Vivimos la dictadura comunista y después el capitalismo salvaje.Aún conozco gente que tiene que pedir un préstamo al banco para una cesárea. Se han acostumbrado a la inflación. Ojalá haya una generación capaz de cambiar las cosas».

Cristina admira a sus compatriotas, «tienen que ser muy creativos para dar de comer a sus hijos». Dejó Rumanía cuando Irina le animó a presentarse a las pruebas en España. «Primero estuve contratada en la OSCyL. Luego logré plaza en la Orquesta Sinfónica de Bilbao». Le encantó esa ciudad «a pesar de que los dos primeros meses no paró de llover». Entendió rápidamente que era especial, «había más titanio en el Guggenheim de la ría que en el de Nueva York», y cada vez que va se sorprende de «cómo viste la gente, con el pelo, la ropa, los zapatos, todo perfecto». Salieron plazas en Valladolid, donde estaba su familia y su novio. «Fue una decisión difícil, pero aquí estoy desde el 5 de enero de 2010».

De tez blanca y ojos azules, podría tener cualquier nacionalidad. Por eso cuando comenzaba a buscar piso en España en italiano o en inglés no había problema, hasta que decía que era rumana. «He sentido cierta xenofobia a veces». Lo que admira de España es que «sabéis disfrutar de la vida aunque no haya un duro».

Cada rosa, un aroma

Las nuevas responsabilidades en la OSCyL han limitado su dedicación a la cosmética natural. «Me metí en ese mundo cuando leí las tonterías que llevaban las cremas». Comenzó a buscar al dosis perfecta de aceites esenciales, ácido hialurónico y colágeno para su piel. «No hay cremas milagro, pero sí alguna mezcla que te ayuda a mantener mejor la piel». Con un olfato «hipersensible, los olores me influyen mucho. Casi no me pongo fragancias». Distingue los aromas de las rosas, «cada clase tiene su olor», y junto al azahar y el incienso, son sus perfumes favoritos. «El problema de cualquier producto natural es la pronta caducidad y que necesita una temperatura de conservación».

A la violinista del trío Nachschlag siempre le interesó el «por qué pasan las cosas en la historia». El pliegue entre el medievo y la modernidad la entretuvo un tiempo, pero «cada vez más me interesa el siglo XX. Me doy cuenta de que todo se repite, de cierto sentimiento de superioridad de algunos pueblos y el castigo histórico a otros, solo por estar geográficamente donde estamos». Le gusta mirar los acontecimientos desde distintos ángulos. Pero esta tímida que ya no lo es tanto, que se disculpa por «hablar tanto», con lo que disfruta es con el humor, por ejemplo, de Julian Barnes o la serie australiana Rake (protagonizada por un abogado que defiende a los malos). «Esta bien desmitificar lo que parece tan serio».

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