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Dana, Dana, patinando en la pista temporal de Recoletos, donde ya la conocen.
Doble ‘axel’ a ritmo de jazz latino

Doble ‘axel’ a ritmo de jazz latino

Daniela Moraru, violines primeros de la Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 26 de enero 2015, 15:12

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Recuerda de pequeña hacer la pista de patinaje en el patio de su casa. Abrir la manguera, dejar congelarse el agua, sacar los altavoces y a patinar. Aquello ocurría en Brasov, una ciudad a 18 kilómetros del castillo de Drácula, donde nació Daniela Moraru. El campeón rumano de patinaje, título que ostenta imbatido desde hace siete años, se llama Zoltan Keleman y es de Brasov, el mismo lugar de procedencia de la campeona femenina Sabina Mariuta. Daniela, Dana, violinista de la Sinfónica de Castilla y León llegó a Valladolid en 1991, se siente española, extranjera en su país donde la llaman alemana y le hablan en inglés. Pero en cuanto abren las pistas, saca sus patines y el frío del hielo le acerca las mañanas invernales de la infancia, cuando todo era blanco desde la ventana. En las semanas de concierto, reduce los riesgos sobre las cuchillas, solo se desliza, nada de saltos ni piruetas.

Hay dos doble axel en su biografía, dos saltos en los que el giro supuso un cambio de ciclo. En el primero se elevó una dubitativa profesional rumana a la que se le abrían las puertas de un trabajo en España justo cuando su país vivía la revolución poscomunista y se posó sobre el hielo una mujer convencida de que lo mejor para sus hijas estaba fuera de Bucarest. «Mi marido también era músico en la Orquesta Sinfónica nacional y nos turnábamos las giras, para que uno se quedara en casa. Me tocó España. Cuando vine, una amiga de la Sinfónica de Sevilla me animó a hacer audiciones, me dijo que en Valladolid hacían pruebas y justo aquí terminaba la gira. Me pasé las tres semanas de los conciertos estudiando. Al final hicimos la prueba siete compañeros. Nos cogieron a tres», explica Dana que no había considerado emigrar. Después se decidió y acabó trayendo a la familia. «Me sorprendieron dos cosas, las servilletas y las colillas en el suelo de los bares ahora ya no hay pero entonces no lo entendía, aunque acabé haciéndolo como todos. Y me desesperaba el no pasa nada con el que me respondían casi siempre. Con el tiempo he apreciado esta manera de hacer las cosas, yo vivía muy estresada siempre, tensa».

Daniela procede de una familia de profesores, médicos e ingenieros. Al llegar al octavo curso, sus abuelos convocaban un consejo para determinar qué quería hacer con su vida el nieto en cuestión. «Yo llevaba tiempo estudiando música con un profesor que me quería mucho, pretendió adoptarme. Pero no era pedagógico, me pegaba, su método era la repetición a destajo sin enseñarte cómo mejorar. Mis dos amores eran el violín y la medicina. Elegí el violín con una condición, cambiar de profesor. Así fue. La premisa de mis mayores era que debía optar por algo que me gustara tanto que nadie me tendría que animar a estudiar, que lo buscaría por mí misma. Y después de cambiar de profesor, nadie me podía parar, estudiaba seis horas diarias. Cuando es lo tuyo, no importa ningún sacrificio». De Brasov al conservatorio de Bucarest, recitales, conciertos, concursos y al acabar «salías con trabajo según el expediente. Me enviaron tres años a una escuela de música y después estuve otros tres en la Sinfónica de ayudante de concertino».

Llegó a una OSCyL en formación, de aquellos inicios data el núcleo de amigos. Se acaba de jubilar una de ellas, Charo Agüero. «Me gusta ver su foto al lado de mi taquilla». Además de por las estrellas del hielo, su ciudad es famosa por su fundación sajona, en 1211, por su nombre en alemán y latín es Corona y por ser la unión de las rutas comerciales entre el imperio otomano y el oeste europeo. «Parece que tengo algo de alemana en el carácter, me llevo bien con todo el mundo, pero mantengo las distancias, soy la última en enterarme de todo en la orquesta».

El otro doble axel de la violinista patinadora ha sido reciente, con sus hijas ya volando por libre con el consejo materno de «elige bien la profesión que es el matrimonio más importante porque te dura toda la vida», nueva situación personal y otras puertas abiertas, otros amigos. «He logrado unir mis dos pasiones la música y la medicina. Comencé a acompañar a una amiga pintora en unos talleres de pintura en el Benito Menni en colaboración con la Asociación de Daño Cerebral Adquirido, eso que nos puede pasar a todos tras un ictus. Iba allí y tocaba, luego embarqué a otros compañeros de la OSCyL, Pepe, Marianne, Ricardo. Es impresionante cómo mejoran los pacientes. Queremos que se haga un estudio nacional para ver el impacto. Creo que sin ser médico, puedo curar el alma con mi violín».

Mantiene su gusto por la pedagogía a través del proyecto Adopta un músico. «Trabajamos durante unos meses con alumnos de los colegios que lo solicitan. El último, en 2014, fue Romeo y Julieta. Yo lo hice con una clase del colegio de Maristas. Había un niño que tocaba la guitarra. Fue alucinante, se puso a improvisar jugando con el flamenco, con el pop, espectacular, un gran talento. Me gusta esa colaboración, ese acercamiento a la música de los chavales fuera de la clase formal, cuando ellos quieren, cuando están estimulados».

Ahora está ensayando para el concierto del abonado una obra con Ximo al contrabajo. «Vendrá mi hermana a verme», dice con orgullo esta amiga de Nadia Comaneci, ambas de la misma quinta. Cuando deja el violín, Dana se calza lo zapatos de baile. «Voy a clase de salsa, bachata y tango. El tango es el más difícil y el más elegante». Contra pronóstico, el ser músico no le ayuda en esta otra faceta que requiere sobre todo ritmo. «Pero no quiero ser bailarina, no me importa hacerlo mal, solo quiero pasármelo bien». Suena su móvil con sintonía de jazz latino, «me encanta dice».

Una melodía compuesta hace décadas en el barrio donde vive Dana, Las Delicias, fue elegida por el único campeón de patinaje que ha tenido hasta ahora España, Javier Fernández. Con el 20 de abril de Celtas Cortos, el madrileño se impuso al citado Zoltan Keleman. La vitalista patinadora disfruta con ambos.

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