Borrar
Ciprian con sus discos y un cartel de su padre cantante.
Tras el anhelado justo medio

Tras el anhelado justo medio

Ciprian Filimon, viola de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Jueves, 9 de octubre 2014, 13:15

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Consultó con la cabeza y con el corazón y después de estar veinte años abrazando el violín, Ciprian Filimon se volcó en la viola. No era el mejor entre los suyos, tampoco los especialistas afinaban el juicio sobre su técnica, así que decidió retomar ese otro instrumento que había tocado en un cuarteto. Y el ya no tan joven Filimon marchó a Alemania a formarse. Avistando la treintena convirtió el justo medio, la moderación de los deseos, en su filosofía de vida. Este aristotélico rumano ganó su plaza entre las violas de la Sinfónica de Castilla y León en 2004.

«Somos producto de una sociedad que apostó por el arte y el deporte porque no podía competir con otra cosa», dice Filimon. Se considera parte de un excedente que Rumanía no supo asumir y eso le pesa. «Hay mucha gente que ha trabajado para que yo estudiara como he podido hacerlo, sin embargo mi esfuerzo no revierte en ellos».

El niño que quería ser futbolista tenía un padre cantante así que su suerte estaba echada desde que le nombraron Ciprian, «un personaje de una ópera de Gherase Dendrino. Mi hermana se llama Rosina, por la de El barbero de Sevilla, que mi padre habrá interpretado unas 200 veces». Así que la bici, las horas en el patio comunal y las batidas de colillas para aprender a fumar empezaron a alternarse con el violín.

«A los cinco años haces un examen, entonces ven si tienes oído, aptitudes, y empecé a estudiar. En las materias generales siempre fui mediocre y en las musicales, bueno pero no el primero, siempre había dos por delante de mí. Estudié con el actual concertino de la ópera de Sidney, otros compañeros también son solistas en Alemania y EE UU. Me comparaba con ellos y me daba cuenta de que lo quería era inalcanzable», dice con tanta nostalgia como celebración. Filimon es una oda al aurea mediocritas horaciana, al justo medio del estagirita. Ni la ambición desbocada ni la resignación conformista permiten la vida casi equilibrada que conquistará unos párrafos más adelante.

Pasó años tocando por obligación y casi lo daba por perdido cuando escuchó en una máster class a Eugene Sarbu interpretando el Concierto para violín, de Sibelius. «Al escucharlo me vinieron las lágrimas a los ojos. Me impresionó mucho su facilidad y naturalidad tocando. Eso me cambió por dentro, el violín pasó de ser una imposición a ser expresión personal».

«Hay veces que en la clásica pasa lo mismo que en el pop; el fenómeno fan. Te entra la música en el alma, en una estancia muy íntima. Primero sientes algo en el pecho, luego en la nuca, como electricidad, como hormigas. A partir de ahí, ya no eres el mismo» y mientras lo cuenta, lo siente. Se licenció y ocupó una silla entre los violines. «Estuve cinco años en la Filarmonica Estatal Moldova, de mi ciudad natal Iasi. Me di cuenta de que no podía avanzar más con el violín y que los sueldos de mi país no daban para nada. Así que decidí probar con la viola».

Filimon disfrutaba con el timbre de la viola y con ella esperaba tener una vida más fácil que con el violín. «Alos 28 años, tras una vida protegido por mi madre, que hacía todo para que yo pudiera dedicarme a estudiar, me fui a Alemania a hacer un máster. Por primera vez me enfrenté a la intendencia, a un idioma nuevo, a una vida distinta. Al principio me deprimí, hasta que logré hacerme un hueco en los bolos, en las clases, casi se me olvido a qué había ido». Ahí ya vivió en el espacio Schengen. Quien ha tenido dificultad para moverse con su pasaporte, recita la historia de su país y la del «bloque de las estrellas, que, por cierto, siguen siendo quince», sabiendo lo determinante que puede resultar el documento.

Después regresó a Rumanía donde el gerente de su orquesta estaba dispuesto a devolverle la plaza dejándose sobornar. «Esos no son mis valores. Me acababa de casar con Irina y me quedé sin trabajo, así que busqué en orquestas fuera». 130 euros para un billete en Ryanair a Santander, primera audición y plaza asignada. Luego vendría ella, que logró plaza entre los violines.

Rock progresivo

«En mi trabajo, intento hacerlo lo mejor posible. Todos los oficios son igual de importantes, hay que valorar el trabajo bien hecho tanto del albañil como del músico. Tocamos todos los tutti según lo que marque el solista, como si fuéramos una sola voz», recita quien considera que hay dos niveles de talento: «Los artistas que vuelan libres como pájaros y exponen su arte universal, para ellos no hay fronteras. El otro nivel es el del trabajo constante en una misma institución». Ciprian considera que «hay que evaluar las cosas desde la cabeza y el corazón» y en su caso ha «logrado un equilibrio que me permite dar más oportunidades a mis hijas». Son niñas españolas, que viven en una casa rumana y buscan su identidad entre ambos ámbitos.

Está orgulloso de su orquesta, de la representación de los músicos en un comité que pelea porque sean entendidos y apreciados, de una dirección eficaz. «Allí el trato con la gerencia era humillante, aquí no». Cuando Enrique Rojas estaba al frente de la OSCyL se hizo la primera Carmina Burana en el nuevo auditorio. «Le propuse el coro de mi padre, le pareció bien y vinieron a cantar, la primera coral que cantó en el Miguel Delibes».

Sus compositores favoritos son Bach y Brahms, pero recita raudo los integrantes de Angra, una banda brasileña de rock progresivo que le gusta mucho. «Hay mucha gente ahí fuera haciendo una gran música, cada uno en su estilo. Kiko Loureiro, guitarrista de Angra, es un músico de primera línea». En la clásica, el aristotélico vuelve a la cuna de la filosofía para quedarse con el violinista Leonidas Kavacos.

Pasada la primera infancia, ahora que sus dos hijas van al colegio, Filimon no quiere más hobby que «respirar un poco, poder estudiar con tranquilidad». Vuelta a buscar el anhelado justo medio, el equilibrio, la huida de los excesos. A veces el agradecimiento a sus padres, a sus profesores, se nubla con la duda de quien «solo produce sonidos». Pero luego recuerda, «esos sonidos tienen su efecto sobre el alma, o eso dicen».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios