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José Jiménez Lozano.
Jiménez Lozano: «El miedo racional al desmoronamiento es expresión de amor a la vida»

Jiménez Lozano: «El miedo racional al desmoronamiento es expresión de amor a la vida»

El Premio Cervantes publica otra entrega de sus cuadernos, 'Impresiones provinciales', y un libro de poemas

Victoria M. Niño

Lunes, 28 de marzo 2016, 10:26

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Acaban de traducir su ensayo Los ojos del icono al macedonio. En las librerías lucen recién salidos de la imprenta su poemario Los retales del tiempo y la última entrega de sus cuadernos, Impresiones provinciales. Está escribiendo unas canciones de chavales para la música que ha compuesto un amigo, pero su escritura suele discurrir por varios surcos paralelos de los que se tiene noticia años después. Para José Jiménez Lozano (Langa, 1930), Premio Cervantes, existir es pensar y escribir, porque «algo hay que trabajar».

Concluyó con Flaubert que «escribir el corromper», o esa corrupción ¿es un fabuloso consuelo?

La expresión de Flaubert va por otro lado; está pensando en la parte de la escritura de su tiempo que era corruptora y subversiva, o demoledora de una cultura heredada. Pero ese tipo de escritura se ha convertido, más tarde, en un mérito, porque se trataba, en efecto, de liquidar la vieja cultura, unos años antes de que al señor Mao se le ocurriera una formulación semejante, y la consecuente acción. Mucho antes, el señor Sartre y el señor Mailer por poner dos casos más modernos que Flaubert ya nos dijeron que liquidar a un tendero de cincuenta años y a un policía, era algo, digamos suavemente, no exento de mérito. Pero a mí me enseñaron muy pronto a rechazar esta barbarie, y solo espero que tal rechazo no se considere, ahora, anticuado.

En estos cuadernos de 2010/2014 están muy presente las aberraciones del siglo XX: nazismo y stalinismo. ¿Determinante ineludible de nuestro presente?

Sí, entre nosotros, mucho más que en toda Europa, hay una cierta inclinación a desenterrar huesos y de andar con ellos de un sitio para otro, y eso ocurre con las ideas políticas y hasta con las culturales. Por ejemplo invocar la modernidad que nació en la Revolución Francesa y se liquidó ante Auschwitz. Gulag y Hiroshima, o pensar y hablar en términos de agit-prop (agitación y propaganda), que ponen la carne de gallina a medio mundo que sabe muy bien lo que lleva consigo, o acercarnos a los problemas tecnológicos al margen de la racionalidad, y de las dimensiones humanas, etc.

Enumera las señales del fin de los tiempos, alude al reniego cultural de Europa, sin embargo la tentación apocalíptica se disipa con el vuelo de un vencejo. ¿El Lozano de pesimismo histórico convive con el vitalista?

Dios me libre de pensar en el fin de los tiempos. Tengo toda esperanza sobre el porvenir del mundo, y ninguna tentación apocalíptica, aunque sólo sea porque están bastante de moda, y no quiero estar a la moda porque es siempre algo muy pasajero y, hoy, ni para el tiempo de un suspiro. Pero hay que ser realistas y ver que nuestra realidad y su eventual alcance son ciertamente preocupantes; aunque también sabemos que muchas veces en la historia sus situaciones han sido preocupantes. Ningún apocalipsis, pero tampoco la pura inconsciencia y el nihilismo divertido. La conciencia de las cosas el miedo racional a todo desmoronamiento de la realidad también son expresión de amor a la vida.

En sus Impresiones provincianas da cuenta de los adioses a Miguel Delibes, a Jacinto Herrero, a nuestra compañera Jacinta Esteban o Rosa Rossi, ¿se acostumbra uno a la pérdida?

A partir de cierta edad, y muchas veces mucho más tempranamente, esto nos ocurre a todos, y nadie se acostumbra. En ese libro hablo de Umberto Saba que, en el prólogo de su volumen de cuentos, expresa lo intolerable que le resulta la ausencia de su madre.

«La gran coartada: la libertad de expresión y entonces ¿para qué preguntarnos por el precio y las consecuencias de lo que decimos?», afirma. ¿Hay unos con más derechos que otros?

Albert Camus decía que había personas que gracias a su situación privilegiada decía o escribían cualquier cosa, porque sabían que no iban a tocar ni con un dedo las consecuencias de lo que decían o escribían. Y, desde luego siempre hay quienes tienen más derechos y son más triunfadores que otros. Es la ley de las manadas, que a veces se ríe de nuestra civilización y su fair play o vínculo que nos ata a la ley, aquello que los romanos llamaban «la santidad de la ley y de la cosa juzgada».

Se jubiló como director de este diario y trata con ironía al oficio ¿qué futuro augura a los medios de comunicación?

Desde luego muy oscuro, si siguen poniéndose a la altura de las redes sociales y renuncian a la esencia de su oficio que es dar noticias, pero no comentarlas y convertirse en ingenieros de almas o de pensamiento, como decía el señor Stalin que debían ser periodistas y escritores, ni tampoco en jueces o fiscales, o en un poder sin fiscalización democrática como los demás poderes. Por lo demás, no creo que les vaya a pasar gran cosa a los periódicos, si se limitan a ser periódicos. Pero encuentro que hay demasiada política en ellos, algo de lo que ya se quejaba Alcalá Galiano, que decía que no se podía escribir de otro asunto que la política; y ciertamente eran los tiempos cercanos a la Revolución Francesa en los que, por primera vez en la historia, entró la política en el comedor, en la conversación diaria, aunque años después había tanta hartura que hacer una referencia política en la conversación era cosa de mal gusto. Así que los periódicos informaban de política, pero en las demás páginas bullía la vida y la inteligencia en los reportajes, el folletón, el teatro, el humor, etc. Después la política vuelve a serlo todo, y esto no está muy lejos de facilitar un totalitarismo y, desde luego, un empobrecimiento intelectual y espiritual.

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