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El rey Juan Carlos, Francisco Franco y Carlos Arias Navarro posan en El Pardo con los miembros del Consejo de Ministros.
Los agentes de la inteligencia del Gobierno facilitaron la transición española

Los agentes de la inteligencia del Gobierno facilitaron la transición española

El periodista Ernesto Villar aborda en ‘Los espías de Suárez’ los entresijos de los últimos momentos del franquismo y los primeros de la democracia

José Luis Álvarez

Domingo, 7 de febrero 2016, 08:09

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Espías existieron desde la antigüedad. Egipto, Mesopotamia, Grecia o Roma tuvieron una legión de informadores. Encumbraban o hacía caer gobiernos. Su papel fue de especial importancia en el transcurso de la historia. Ejemplo de ello fue lo ocurrido en España durante los últimos momentos del franquismo y primeros de la democracia. Eran los más aperturistas y avanzados del momento, asegura el periodista Ernesto Villar, autor de Los espías de Suárez (Espasa).

Los miembros del Servicio Central de Documentación (Seced), origen del actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI), elaboraban unos informes denominados boletín de situación con los seguimientos que habían hecho a opositores sindicales, de los colegios profesionales, a los curas progresistas y a los miembros de los partidos de la oposición. El autor, a través del análisis de estos documentos que en su día fueron materia clasificada, constata como esos espías fueron saliendo del búnker. Poco a poco, con sus informes, van convenciendo y condicionando al final de régimen de Franco y luego en los primeros pasos de la Monarquía de que el aperturismo era inevitable.

De esa apertura es muestra que en los boletines de situación de aquel 1975 no hay ninguna crítica hacia el PSOE, lo que, según Villar, confirma que hubo muchas negociaciones y tolerancia en los últimos meses del franquismo hacia los socialistas. En todo caso continuaba existiendo una obsesión con Santiago Carillo. Pero conforme pasan los meses tras la muerte de Franco y la llegada de Suárez esas críticas se van suavizando, hasta que al final se acepta la legalización del PCE en 1977. Los espías salieron del búnker y acabaron posibilitando o abriendo la puerta a la democracia, afirma rotundo el autor, que reconoce que los miembros del servicio de información del Estado censuran la velocidad con se sucedían los acontecimientos, pero tienen muy claro que el camino era ese. Incluso ellos hablan de infiltrados rojos del servicio de inteligencia.

Los boletines de situación sólo llegaban a Franco. Posteriormente fueron distribuidos al príncipe y luego rey Juan Carlos, y a los presidentes del Gobierno Arias Navarro o Adolfo Suárez. Con esa apertura del sistema político también encontraron entre sus abonados a determinados ministros y a los jefes de los ejércitos. Les servía a las autoridades para conocer de primera mano el escenario de la vida española, que entre 1974 y 1977 todo era muy convulso y las autoridades estaban bastante perdidas con lo que estaba ocurriendo.

Cada boletín estaba divididos en los cuatro apartados en los que se componía el Servicio Central de Documentación: el político, el educativo, los colegios profesionales y el laboral. La estructura se mantiene en los boletines y, además, en el político lo llamativo es que se dividía entre las actividades que ellos llamaban clandestinas y las abiertas, en estas últimas, por ejemplo, contaban lo que había hecho determinado ministros esa misma semana, resalta Ernesto Villar. Lo mismo hacían con Felipe González, Enrique Tierno Galván, Santiago Carrillo y con todo lo que estaba a la izquierda. Esto permite hacer un relato de la Transición, un poco complementario a lo que siempre se ha hecho y que sirve para ver que había mucho más que política, según el autor.

En los boletines de situación, que llegaban subrayados al rey Juan Carlos, los propios espías eran bastante críticos con sus jefes. Así a Arias Navarro se le acusa de desconsiderado con el pueblo, de falta de gallardía porque no haber sabido gestionar bien la crisis de la muerte de Franco, o con Adolfo Suárez del que se le critica abiertamente por haber concedido la legalización de la ikurriña o la amnistía. Ernesto Villar apunta que la Iglesia también era criticada, desde el papa Pablo VI por su postura con los fusilamientos de septiembre de 1975, hasta los curas de las parroquias obreras, pasando por el cardenal Tarancón, que era un grano para el régimen.

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