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Félix de Azúa y Jesús Marchamalo.
Azúa subvierte el panteón sudamericano y pide el máximo honor para Onetti

Azúa subvierte el panteón sudamericano y pide el máximo honor para Onetti

El autor de ‘Génesis’ participó ayer en la última sesión del ciclo Bibliotecas de Escritores celebrada esta temporada en Valladolid

Victoria M. Niño

Martes, 19 de mayo 2015, 11:12

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Félix de Azúa, el guapo de los Novísimos, el catedrático de Estética, el barcelonés devenido en madrileño, el pensador que ha descubierto recientemente la paternidad, participó ayer en el ciclo Bibliotecas de Escritores que organiza la Fundación Miguel Delibes. De la mano de Jesús Marchamalo fue desgranando los misterios de su colección de libros repartida entre el Museo del Prado todo aquello que no es literatura y su quinta casa, donde habita la ficción y la poesía.

Sus preferencias como lector han sido fruto de la natural decantación vital. Se confesó primero afrancesado, por un verano que pasó en colonias galas. La literatura del país vecino está enfrentada a la alemana, según la disposición de las estanterías. Pero antes de recorrer sus baldas, hay que aclarar que su criterio de orden es el año de nacimiento del autor, «es más fácil mirar en el Larousse una fecha que recordar por qué letra empiezan algunos autores». A las colonias, le siguió la casualidad de estudiar en París con profesores «normales» que luego fueron faro de la filosofía europea: Derrida, Foucault, Deleuze.

El joven afrancesado pasó la enfermedad y «en mi madurez me hice inglés cuando daba clase en Oxford. No hay literatura como la inglesa del XIXy del XX. Quizá la rusa, pero ¿quién puede leer a Dostoievski en ruso?». De esa pasión están llenos sus estantes desiguales: Pound, Joyce, Dickens, Shakespeare. «Me fascina Shakespeare, eso fue desde chaval. Resultó un deslumbramiento como con Faulkner. En esto de la lectura, cuando a uno le gusta mucho un autor, se obsesiona y quiere leerlo todo, hasta lo malo». Al creador de Yoknapatawpha le descubrió en su paso por Pamplona, a donde su familia le envió para que le «metieran en cintura en la Escuela de Periodismo del Opus. Allí estábamos todos los golfos de España».

Este hijo de la alta burguesía catalana juega con los recuerdos entre Kierkegaard y los bajos fondos condales, entre su afición por las navajas «las de resorte que lleguen al corazón, las de mariposa me parecen afeminadas» y su amor por la Biblia, entre la erudición y la imitación de Humbolt y del ama de llaves de Azorín. Félix de Azúa, un autor cuyo último libro no entiende su mujer, mostró su cara más humorosa y amable.

Orgulloso de haber desalojado «el 80% de Goethe, que leí de joven mal y no volveré a releer» mostró adoración por su amigo Juan Benet y Sánchez Ferlosio, «los últimos españoles que se han dedicado al arte literario, tratando al lenguaje como un escultor a la materia con la que trabaja». Sobre todos los autores patrios, la devoción la reserva para Valle-Inlcán, único con Machado, cuyos libros ha encuadernado.

Rulfo y Carpentier

Hizo reír con su propuesta de panteón sudamericano, a su juicio susceptible de reclasificación. «No puede estar García Márquez, ese novelista de cuarta, cursi, arriba del todo. Onetti sí es un escritor serio que dio la vida por la literatura. El segundo puesto no es para Cortázar, sino para Juan Rulfo, y el tercero para Carpentier, sus cuatro primeros títulos son esenciales, luego se perdió cuando le enviaron a París de embajador». Borges es «un autor para jóvenes, inteligente, elegante, pero con dos problemas: era argentino, eso es difícil de superar, y se creía inglés».

Pla, Trapiello, Mendoza, Javier marías, González Sáinz, pueblan estanterías de amigos. Y entre el resto de libros, pero siendo considerados un punto y aparte en al literatura, la poesía de Hölderlin y Rilke.

Entre sus recomendaciones al respetable: la Biblia si habla de títulos universales, Génesis si se trata de su obra y Diario de un cazador, en cuanto a la obra de Delibes.

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