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La inquieta mirada de Francisco Regueiro

La inquieta mirada de Francisco Regueiro

El polifacético director vallisoletano, con 81 años recién cumplidos, confía en volver a ponerse tras la cámara para rodar 'Nanas a Luzbel' 22 años después de 'Madregilda', su última película

césar combarros-ical

Sábado, 8 de agosto 2015, 12:19

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Afable y castizo, Francisco Regueiro (Valladolid, 1934) mantiene una actividad incesante a sus 81 años recién cumplidos. «Yo no puedo pasar un día sin hacer algo con mis manos o con mi cabeza. Todavía tengo la religión católica en el cogote y todavía, todas las noches con la almohada, hago el repaso de lo que me ha pasado y de lo que viene», subraya. En su domicilio madrileño, a escasos metros del Santiago Bernabéu, su pequeña nieta Daniela no deja de arrancarle sonrisas mientras corretea por la casa. En el salón, una enorme librería cobija a los cómplices literarios de toda una vida y las paredes se visten con fotografías de seres queridos y alguno de los centenares de lienzos que han salido de sus manos en los últimos años. Entre ellos, muestra con orgullo un autorretrato que ha culminado hace apenas quince días; a partir de figuras geométricas y con un trabajado equilibrio de color, su rostro se asoma perfectamente reconocible desde el lienzo.

En la azarosa vida del Premio Castilla y León de las Artes 1989 se suceden y mezclan etapas vitales y profesionales. Estudió perito mercantil, trabajó en una oficina de Banco Santander en la calle Santiago, fue campeón provincial de los cien metros lisos, militó en el filial del Real Valladolid como extremo izquierdo a las órdenes de Helenio Herrera, conquistó el Premio Sésamo de cuentos, trabajó en 'El Norte de Castilla' como caricaturista y tiene una febril actividad pictórica que ha intensificado en los últimos años. Todo ello además de contar con el honor de ser, junto a Carlos Saura, uno de los poquísimos cineastas españoles que pueden presumir de haber estrenado su primer largometraje en la competición de la Sección Oficial del Festival de Cannes, un certamen al que regresó años más tarde hasta en dos ocasiones.

Como si lo tuviera grabado a fuego, Regueiro recuerda el viejo dicho de que «en el cine vales lo que tu última película». El próximo mes de septiembre se cumplirán 22 años del estreno de su última obra, 'Madregilda', que le valió en el Festival de San Sebastián la Concha de Plata al Mejor Actor para su protagonista, Juan Echanove, y el Premio de la Crítica a su realizador, inaugurando una brillante carrera comercial que permitió a la película permanecer seis meses en cartel en Madrid, además de conquistar el Fotogramas de Plata a la Mejor Película del año y siete nominaciones a los Goya.

Ha llovido mucho desde entonces, pero lejos de resignarse a un retiro tranquilo el realizador vallisoletano continúa acumulando guiones propios, con la confianza de encontrar al fin a un productor que le brinde el apoyo preciso para volver a ponerse tras la cámara. Recientemente ha culminado la reescritura de 'Nanas a Luzbel', una historia que profundiza en «el terror más universal: ser padre», y que ha dejado en manos del productor Gonzalo Salazar-Simpson, artífice de dos de los más grandes éxitos del cine español reciente: 'No habrá paz para los malvados' y 'Ocho apellidos vascos'.

«Espero que esta vez sea la buena. Tiene que serlo», confiesa a Ical mientras muestra los guiones de otros proyectos en los que ha trabajado en las últimas décadas, como 'El hermano de Venus', «una historia maravillosa» inspirada en la 'Venus del espejo' de Velázquez, o sendas historias sobre Gila y en torno al 23-F. «Yo soy como el Guadiana, puedo pasarme años trabajando en silencio en un proyecto, aunque luego tenga todo parado porque nadie de la profesión te llama para ver qué tienes. A mí eso sólo me sucedió una vez y fue por casualidad», explica.

La infancia en Valladolid

Francisco Regueiro ni siquiera había cumplido los dos años cuando estalló la guerra civil. Era el pequeño de la casa y todavía rememora los momentos en que, mientras sus hermanos estaban en el colegio, su madre le dejaba unos minutos sólo en el domicilio familiar en la calle General Almirante para salir a hacer la compra: «El ruido de los aviones, que se iba acercando; los disparos de los 'pacos' de un tejado a otro... Todo era muy perturbador».

Ya en plena posguerra, sus recuerdos le devuelven veranos de la niñez en la casa de su abuelo en Tordehumos y días interminables en el río Pisuerga, donde aprendió a nadar haciendo «locuras» como cruzar el cauce hasta siete veces consecutivas. Las calles del casco histórico de la ciudad, donde gastaba las horas jugando junto a «los mayores», se convirtieron en su segundo hogar. «Había un bar en el que, si comprabas una pasta, de dejaban jugar al futbolín e incluso a las cartas. Con apenas doce años éramos unas ratas del mus del carajo», sonríe.

Replicando los pasos de su padre y de su hermano mayor, comienza a estudiar perito mercantil y en la Escuela de Comercio el azar hace que comparta pupitre con dos hermanas, hijas del director de la antigua Fábrica Nacional de Armas que estaba situada entre el Puente Colgante y Juan de Austria. Con ellas pudo visitar con frecuencia el recinto, que ahora evoca como «una ciudad en sí misma, con su propio teatro-cine» donde desde la primera fila él no se perdía ninguna sesión. «Tener un cine para ti era algo tremendo», evoca.

Esa temprana vocación cinéfila se consolidaría poco después, cuando se trasladó a vivir a su bloque de viviendas el comisario principal de Policía de Valladolid, cuyo hijo Rafa, de catorce años, compartía con Regueiro el pase preferente que su padre tenía para «las mejores butacas de los mejores teatros y cines de la ciudad». Fueron años en los que veía cine «a esgalla» y pintó los decorados de algún estreno del Corral de Comedias que dirigía Luis Maté, donde llegó a interpretar algún papel secundario.

También de niño, su afición por el fútbol le hacía comprar ocasionalmente el diario 'Marca', donde se quedó prendado del trabajo del caricaturista Cronos. Tras estudiar su estilo, de «gesto rápido» y «gran frescura», empezó a realizar sus propias caricaturas, que «eran la risa de los compañeros de la Escuela de Comercio». Poco después de cumplir los 17 años, cuando ya jugaba en el Recreativo Europa Delicias (filial del Real Valladolid), apareció por el vestuario Lucio, un estudiante de Derecho que trabajaba como caricaturista en 'El Norte de Castilla'. «Al verle le dije: 'Te voy a hacer yo tu caricatura', y se quedó asombrado. Unos meses después él acabó la carrera, dejó el puesto y le dijo a Miguel Delibes: 'Hay un chaval que es futbolista, que ha sido alumno tuyo en la Escuela de Comercio y que dibuja...'. Así entre en 'El Norte de Castilla».

De sus años en el rotativo, una de las anécdotas que le dibujan una amplia sonrisa en el rostro es la entrevista que le concedió en exclusiva la actriz norteamericana Ava Gardner en el Hotel Conde Ansúrez, en septiembre de 1955. «Habían llegado tras ella fotógrafos y periodistas de Francia e Italia, pero yo me sabía todos los rincones del hotel y me coloqué de forma que me eligió para hacerle una entrevista. Recuerdo subir temblando a las oficinas del periódico en la calle Montero Calvo para escribir aquello, y lo tuvo que redactar Miguel Delibes porque yo estaba como un flan. Todavía veo a aquella mujer...», señala.

La marcha a Madrid

Con la ambición de poder ser algo más que un mero colaborador en el diario, Regueiro se trasladó a Madrid para estudiar Periodismo, donde conocería «a la gente más golfa y osada de la época», sonríe. A la capital llegó con una carta de recomendación bajo el brazo para ingresar en el Rayo Vallecano, pero pronto se dio cuenta de que Madrid las distancias estaban lejos de ser las de su ciudad natal («la conexión entre la residencia universitaria de Moncloa donde vivía y Vallecas era imposible», explica), lo que le hizo descartar el fútbol y centrarse en estudiar. «De repente encontrabas librerías en las que tenías acceso a libros prohibidos, la mayoría publicados por la editorial argentina Rueda, y te dabas cuenta de cuánto te quedaba por aprender y de lo provinciano que eras, en el mal y en el buen sentido de la palabra, porque ser provinciano en Madrid significaba que habías tenido el coraje y la independencia de dar un salto a una ciudad así solo», argumenta citando a otros colegas en una situación similar, como el jienense Miguel Picazo o el salmantino Basilio Martín Patino.

A la vez que estudiaba, publicó una de sus primeras caricaturas en Madrid en 'La Estafeta Literaria' (el protagonista era José Luis Martín Descalzo, que tras alzarse con el Premio Nadal en 1957 fue invitado a dar una charla en la Escuela de Periodismo), y empezó a colaborar con asiduidad como dibujante en revistas como 'La Codorniz' y 'La Gaceta Ilustrada'. Sin embargo, su vida dio un giro radical unos meses después.

Caminando por la Plaza Mayor, su mirada se fijó en un grupo de jóvenes que estaban rodando con una cámara de 16mm. «Para mí fue un golpetazo inesperado. Les pregunté qué hacían y me explicaron que eran alumnos de la Escuela Oficial de Cine. Me quedé fascinado y les pregunté si podría ir a acompañarles, aunque fuera para llevarles el botijo. Me comentaron que tenían las clases en la misma sede de la Escuela de Ingenieros Industriales, en los Altos del Hipódromo, y allí me fui a ver a Berlanga, a enseñarle mis dibujos porque de aquella necesitabas que un profesional te convenciera de que no estabas completamente loco al querer meterte en esto», bromea.

En 1959 accede a la EOC. «En el examen de ingreso tenías que presentar una historia y yo la conté dibujando. Creo que fue el primer 'storyboard' que se hizo en Madrid, y me admitieron», rememora. Allí se encuentra con los citados Patino y Picazo, junto a Joaquim Jordà o Angelino Fons, entre otros, y tiene la fortuna de que ese mismo curso empiezan a permitir a los alumnos rodar desde su primer año de ingreso. En sus primeras prácticas, Regueiro filma 'Historia de un ciprés', una película muda, en blanco y negro, sobre una historia de amor necrófilo protagonizada por «una novia que cada jueves va al cementerio con un paraguas, y espera hasta encontrarse con su amado que se escapa del subsuelo. Ya en casa, ella lo lava, lo perfuma, se acuestan y, después de hacerlo, lo devuelve al cementerio». «Si tiras del hilo ahí está todo un mundo tenebroso e imaginativo a la vez, que condensa en cierto modo todo mi cine», explica.

La experiencia no sería tan positiva con el rodaje de segundo, una práctica en 35mm ya con sonido que filmó en Fuensaldaña, donde «un pobre pastor se encontraba con un extranjero que conducía un Citroën y sucedía una cosa turbadora entre ambos». La película se veló («eran cosas que pasaban al tener un foquista de primero o un operador de segundo», comenta resignado) y jamás pudo verse, lo cual le valió un suspenso en la calificación.

Su práctica de final de carrera en la Escuela Oficial de Cine, 'Sor Angelina, virgen' (1962), es un trabajo capital en su filmografía que en apenas 27 minutos condensa todo su imaginario. La película relata las veinticuatro horas que pasa una monja de clausura con su familia, a la que visita en Madrid tras varios años sin verlos. En el encuentro, recuerda sus deseos cuando años atrás sólo pretendía huir del ambiente opresivo de su casa y de la triste realidad a su alrededor. «Joder, ésa era yo, Sor Angelina, virgen. Si yo pude salir de Valladolid hacia Madrid es porque quise ser santo», desliza.

El debut y Cannes

Apenas un año después, Regueiro ya había rodado su primer largometraje. Con la película terminada, recibe la invitación del Festival de Cannes para participar en la competición de la Sección Oficial junto a obras como 'Matar a un ruiseñor' de Robert Mulligan, 'El ingenuo salvaje' de Lindsay Anderson, '¿Qué fue de Baby Jane?' de Robert Aldrich, o 'Harakiri' de Masaki Kobayashi, en una edición donde se acabó alzando con la Palma de Oro Luchino Visconti con la incontestable 'El Gatopardo'.

La selección fue «un auténtico bombazo» y el estreno no le fue a la zaga: «De repente te encuentras con Georges Sadoul, el gran historiador del cine universal, que dice que 'El buen amor' es maravillosa; o con Max Aub y todos los del grupo surrealista como Buñuel, que se quedó impactado sobre todo con el viaje en tren de la pareja protagonista, en un recorrido que él tantas veces había hecho de joven». El debut en el largometraje de Regueiro fue soñado, pero el choque con la realidad a la vuelta de La Croisette supuso un crudo reencuentro con la realidad. «Después del estreno, mi mejor amigo, el primero que tuve en Madrid, Jesús García de Dueñas, hizo la crítica en 'Nuestro Cine' y me puso a parir. Luego regresas a Valladolid y lo que encuentras es el silencio, un vacío total, y si hay algo que no puedes hacer en Valladolid es ser presuntuoso, porque no te vuelven a dirigir la palabra en la vida, así que callado...».

El 'impasse' que siguió al estreno de 'El buen amor' sumió en un mar de dudas al joven cineasta. En 1962 se había alzado con el prestigioso Premio Sésamo por su cuento 'La muchacha de los cabellos de lino', y a las constantes presiones de la censura («mi segunda película, 'Amador', tuve que reescribirla con Angelino Fons cuatro o cinco veces entera. Y la prohibían, y la prohibían, con el famoso padre Fierro, que prohibía todo...», confirma) se sumaron las sucesivas negativas que encontró por parte de muchos productores para sacar adelante su siguiente largometraje, algo que le hizo cuestionarse si su futuro no pasaría por alejarse del cine y dedicarse a la escritura.

Finalmente 'Amador' ve la luz de la mano del productor José Manuel Herrero ('El verdugo' o 'El pisito'), participa nuevamente en Cannes y el cineasta inicia con esa mirada crítica contra la institución familiar una suerte de radiografía del franquismo que se prolongaría una década y cinco películas más, con las que recibió «todas las presiones del mundo»: 'Si volvemos a vernos' (1967) y 'Carta de amor de un asesino' (1972) producidas ambas por Elías Querejeta, 'Me enveneno de azules' (1971) entre ambas, y posteriormente la sátira contra la burguesía 'Duerme, duerme, mi amor' (1974) y 'Las bodas de Blanca' (1975), sobre la España del desarrollo.

Es en esa última película, rodada en Burgos, cuando inicia la colaboración como coguionista con el crítico Ángel Fernández-Santos, coautor junto a Víctor Erice del guión de 'El espíritu de la colmena' y coguionista junto a Regueiro de todos sus films desde entonces, al que recuerda como «un cómplice extraordinario».

Apenas una semana después del estreno de 'Las bodas de Blanca', la muerte de Franco conlleva el cierre de todos los cines del país en señal de duelo nacional. Ahí se acaba la trayectoria comercial del film y comienza la era del destape, casi a la vez que nacía la hija de Regueiro. «Al ver a mi hija me dije: 'No voy a hacer ninguna chorrada de la cual esta criaturita me pueda avergonzar en el futuro», y así abrió un periodo de silencio creativo que se prolongó durante la siguiente década, en la que se volcó en la pintura.

Regreso triunfal

Es en 1985 cuando inalmente ve la luz 'Padre nuestro', un guión que llevaba años pululando por las manos de los productores españoles más influyentes sin que ninguno se decidiera a rodarlo, hasta que Eduardo Ducay se implicó en el proyecto. La película, protagonizada por Fernando Rey y Paco Rabal, inauguró Un Certain Regard en Cannes, donde «fue un éxito del carajo», y tras su paso por La Croisette se alzó con el Gran Premio en el Festival de Montreal antes de estrenarse en Estados Unidos, Japón, Brasil o Argentina, entre otros países.

Tres años después, en septiembre de 1988, presenta en el Festival de San Sebastián su siguiente largometraje, 'Diario de invierno', calificado por su autor como una "comedia bárbara valleinclanesca", que le valió a Fernando Rey el Goya al Mejor Actor e idéntica distinción en el festival donostiarra. «Era una película más reciamente personal, más dura, más tierna a la vez, que tuvo una acogida estupenda. Recuerdo que la conferencia de prensa no se acababa nunca, mientras a la puerta estaba esperando Kieslowski para presentar su película ('No amarás')», evoca.

Un lustro después, llegaría la que hasta la fecha es su última película, 'Madregilda', donde rinde un particular homenaje a aquellas partidas de mus que jugaba siendo un crío y a otros instantes de su vida como el estreno en el Teatro Calderón de 'Gilda', con los falangistas echando cubos de pintura roja sobre Rita Hayworth cuando aparecía en la película. «'Madregilda' prácticamente es mi infancia», remacha.

Ahora, sumido en su pintura, donde geometría y armonía se conjugan para sembrar la inquietud en el espectador («Borau me dijo que estos cuadros eran lo que más le había perturbado en años», explica satisfecho mientras muestra su serie de mujeres desnudas con poéticas imágenes en la entrepierna), Regueiro aguarda aferrado a sus últimos guiones una nueva oportunidad para volver al campo de batalla. La cámara le espera.

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