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José Luis Bragado muestra en el salón de su casa algunos diplomas de concursos de relatos y poesía que ha ganado.
El coleccionista de premios literarios

El coleccionista de premios literarios

José Luis Bragado ha sido galardonado en 150 concursos de relatos y poesía por toda España, en 26 de ellos el año pasado

Jesús Bombín

Domingo, 2 de abril 2017, 11:04

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Cuando José Luis Bragado (Valladolid, 1950) decidió dedicar a escribir el tiempo que antes empleaba en entrenar para correr maratones, en su vida empezaron a cambiar algunas cosas. Fue hace diez años cuando se presentó por primera vez al concurso Fuentes de la Edad que se entrega en la Feria del Libro de Valladolid. Y lo ganó con Remembranzas entre surcos, un relato de ocho folios basado en la vida de un familiar labrador. Ahí arrancó una afición a la que se lanzó con determinación tras jubilarse a los 58 años. Luego vendría una catarata de premios literarios concedidos por diputaciones, ayuntamientos y asociaciones culturales de multitud de municipios y capitales españolas.

«Escribir es para mí una necesidad. Lo he hecho toda mi vida de forma intimista; la lectura y la escritura me han salvado de muchas cosas», alega Bragado, a quien su entorno de familiares y amigos animó a abrir brecha en los torneos literarios. Por norma tiene no presentarse a este tipo de competiciones si la cuantía del premio supera los mil euros. «Los rehúyo; cuando hay bastante dinero en juego suele haber chanchullos». Además, esgrime, la recompensa económica no es lo que le mueve. «Lo que más me atrae es la posibilidad de viajar a los lugares donde se entrega el premio que suele incluir alojamiento y manutención, además de la oportunidad de conocer a mucha gente encantadora. Así hemos viajado muchísimo mi mujer y yo y guardamos unos recuerdos estupendos».

Sobre la mesa del salón de su casa extiende certificados que le acreditan como ganador de trofeos como el Botijo de Plata de las Justas Poéticas Ciudad de Dueñas, del certamen literario Carmen Martín Gaite convocado por la Asociación de Mujeres Villa de Lumbrales (Salamanca), del concurso de Cuentos Interculturales de la Diputación de Almería o el de Relatos Breves sobre la Igualdad puesto en marcha por el Ayuntamiento de Segovia.

La escritura de cartas de amor es otra de sus habilidades que le ha llevado a ganar concursos de esta especialidad como el convocado por el Ayuntamiento de Lejona (Vizcaya) o el internacional de Aranda de Duero. «En un pueblo de Jaén me premiaron por un relato sobre cine al que se presentaron 500 trabajos y fue estupendo; tenía una asignación económica pero lo mejor fue pasar el fin de semana en la Sierra de Cazorla y la gente con la que convivimos», rememora José Luis Bragado.

De los concursos literarios se entera a través de páginas de Internet especializadas en la materia. Y las recompensas que prometen van desde asignaciones económicas, estuches de vino y estancias en casas de turismo rural a un diploma o escultura conmemorativa. «Por cortesía me gusta acudir al acto de entrega a todos los sitios donde gano, porque entiendo que a los organizadores les complace», apunta. Y cada escrito lo presenta a un solo certamen, no lo pasea por diferentes convocatorias, algo prohibido en las bases de buena parte de ellas.

Su mujer, María Ángeles Zamora, es la más crítica con cada uno de los trabajos que presenta. Ella es el filtro de sus escritos. Sobra filosofía, falta más acción, el final no me acaba de convencer, el vocabulario aquí es demasiado culto y enrevesado... Su criterio determina el acabado final. Ella quedó segunda en una de las ediciones del Premio de Relatos Café Compás. «Con los viajes a los lugares de los concursos hemos pasado momentos divertidísimos», señala Zamora. «Como el que hicimos a Cerezo del Río Tirón, un pueblo de Burgos donde se convoca el concurso de relato Andrés Gutiérrez de Cerezo con la alcaparra como tema literario».

Las ideas, en la cafetería

La inspiración de buena parte de sus textos le suele pillar en la cafetería Belle Epoque de la calle Panaderos de Valladolid. «Desayuno allí muchos días y es donde me vienen las ideas. Allí tengo también una tertulia que me aporta cosas», aduce el escritor no sin antes elogiar «la visión crítica privilegiada» de su esposa María Ángeles. Aunque también se declara deudor de Chejov, «mi maestro». «He leído a los clásicos rusos, que son lentos en sus narraciones y eso crea poso. Al principio incluía mucha filosofía en mis cuentos, un aspecto que he ido depurando».

Pese a la ola de triunfos y reconocimientos, no ha tenido conciencia de la dificultad que entraña ganar un certamen literario hasta que ha ejercido como jurado. «Me dieron el primer premio en la localidad de Iniesta (Cuenca) y al año siguiente me llamaron para participar en el jurado; se presentaron unos 240 relatos, éramos tres los encargados de seleccionarlos y nos repartimos ochenta trabajos para leer cada uno escogiendo diez de ellos que intercambiamos entre nosotros; de esos elegimos cinco cada uno y nos reunimos los tres miembros físicamente para decidir el vencedor. Ahí me di cuenta de que ganar es la hostia», confiesa.

No le tienta publicar una novela. Ni siquiera reunir en un volumen los textos ganadores. «No quiero pasar a la posteridad. Si al final, todos vamos a ser polvo de estrellas; algunos relatos ganadores los publican los organizadores del concurso y ahí queda la cosa, no tengo ninguna pretensión literaria», dice, mientras piensa en qué punto del mapa colocará su próxima narración.

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