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«Hemos decidido dejar de esperar a Godot y seguir con lo nuestro»
Tristán Ulloa. Actor

«Hemos decidido dejar de esperar a Godot y seguir con lo nuestro»

Ha protagonizado este fin de semana en el Teatro Calderón ‘El invernadero’, una obra de Harold Pinter escrita en 1958 pero de «rabiosa vigencia»

Javier Aguiar

Lunes, 29 de febrero 2016, 09:57

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Pertenece a una generación de actores que labraron en el cine sus futuras carreras. Con Mensaka o Lucía y el sexo dio la medida de sus registros que luego ha desarrollado en ambiciosos proyectos televisivos y teatrales. Ahora está al frente de dos compañías «porque toca arrimar el hombro» y porque, eso no lo dice, el desolador panorama cultural no hace sino animarle a emprender nuevos trabajos, como actor, como director, productor...

El invernadero se catalogó entre las comedias de amenaza . Explíquemelo.

Es un texto bastante atípico dentro de lo que es Pinter. Lo escribió en 1958 inspirado en la ocupación de Hungría por parte los rusos tras las Segunda Guerra Mundial. Habla de una especie de establecimiento regentado por unos supuestos profesionales que en realidad son una gente bastante incapaz, absurda, incompetene y corrupta, que Pinter llama invernadero, donde atienden a unos supuestos pacientes, que a mi se me antoja que son disidentes o gente molesta para algún sistema, a los que someten a tratamientos para convertirlos en seres mansos .

Los abusos del poder, un tema siempre de actualidad...

Lo escribió en 1958 y lo puso en pie en los años ochenta. Tanto en esos dos momentos como ahora la vigencia del texto es asombrosa. Obviamente es una alegoría y una metáfora de un Gobierno, una administración... cualquiera puede sacar sus propias conclusiones.

¿De un gobierno totalitario, o no necesariamente?

Bueno ahí jugamos mucho con la perversión de las palabras y del lenguaje, que en política se usa mucho. ¿Qué es democracia exactamente y qué es dictadura? También su juega un poco con esto. Aquí se habla de la supuesta libertad que tienen los pacientes, los súbditos, que es realmente muy reducida o casi nula. Habría también que plantear, yo no entro a valorarlo, pero se supone que el público se impone una reflexión sobre hasta qué punto nosotros también, en esta sociedad, podemos llegar a ser esos pacientes que son solo números.

Pinter escribe de un modo muy sardónico, muy sarcástico, y esta es probablemente una de sus obras más difíciles de clasificar. También tiene que ver con el teatro del absurdo de Ionesco. Además, la puesta en escena planteada por Mario (Gas) y la traducción de Eduardo (Mendoza) han hecho un sumatorio y la han convertido en una obra muy potente. Para nosotros es un juguete delicioso con el que, en clave de humor negro, estamos planteando cuestiones muy serias. La gente se ríe mucho, pero luego se queda pensando en lo terrible que es aquello de lo que se ríe. Es muy inteligente lo que hace Pinter. Denuncia pero lo hace de forma que como espectador no te das cuenta que te la ha colado por donde menos te lo esperas. No es nada planfetario, es más sinuoso.

Este es el segundo pinter que hago con traducción de Eduardo Mendoza. Es un profundo conocedor de la obra de Pinter y de la lengua inglesa, y creo que tanto en esta como en Regreso al hogar supo trasladar muy bien a nuestro contexto y a nuestro lenguaje el espíritu punzante e irreverente del autor, ese sarcasmo que tiene. Creo que Mendoza es el traductor ideal para Pinter, por lo menos en nuestro país. Ha sabido captar muy bien la esencia, el humor inglés y hacerlo entendible para el público español.

Mario tenía muchas ganas de abordar este texto. Tenía clarísimo el planteamiento que quería darle y ha jugado mucho con géneros como el slapstick (humor físico exagerado) o incluso el clown sin dejar de ser Pinter. Yo creo que Mario lucha contra las ideas preconcebidas con este autor, que es un teatro serio, denso, y nada más alejado de eso.

Estamos haciendo un montaje muy divertido, que entra muy bien y la gente a veces se queda un poco perpleja por la apuesta de Mario. Es muy fácil de ver y al tiempo con un poso de reflexión interesante. Además ha utilizado a nivel escenográfico un giratorio que da mucho juego. Y sobre todo Mario, que es un gran hombre de teato, se divierte mucho dirigiendo y le gusta que los actores lo pasemos muy bien, tiene un sentido muy lúdico del oficio y eso se agradece.

Gibbs es el segundo de abordo, el secretario del personaje que interpreta Gonzalo de Castro (Roote). Es diligente, solícito, siempre a punto. Incluso demasiado solícito, hasta el terror. Es un personaje muy siniestro, un hombre muy eficaz en su trabajo y muy peligroso. Yo no querría tenerlo de secretario...

Le he querido dar un carácter más flemático y también más estático porque el personaje de Gonzalo no para de dar botes por el escenario y yo me convierto un poco en su contrapunto. El clown más tonto y el más listo. He optado por una máscara, pero no una máscara de comedia del arte sino que la hago con mi cara, mi sonrisa, y es una sonrisa muy reconocible, de gente que trabaja en un estamento, en una institución y tiene muy buena cara hacia los demás pero en el fondo lo que le ves pensar en la mirada, lo que esconde tras la sonrisa, da pavor.

La idea fue hacer esta obra y Mario me propuso montar una compañía. Son tiempos en los que uno tiene que arrimar el hombro y producir o hacer cosas que antes no hacía o hacía menos. Yo tengo dos compañías, El invernadero y Adentro. Me pareció muy buena idea hacerlo con Mario, Gonzalo de Castro y Paco Pena y decidimos coproducir con La Abadía, que le pareció un proyecto estupendo.

Quiere ser un proyecto a largo plazo para juntarnos a hacer el teatro que nos gusta con la gente que nos apetece. Y adoptamos el nombre de la primera obra, El invernadero, que también es una definición de lo que queríamos, un refugio, con una temperatura constante, al resguardo de las inclemencias exteriores y trabajando al margen de que todo esté hecho una mierda por ahí. Es nuestro laboratorio, nuestro lugar de recogimiento y de conspiración artística también.

El cambio que no llega

Creo que estamos viviendo momentos de cambio. Se atisba un cambio, pero realmente yo sigo sin verlo. Es como Esperando a Godot, parece que todo va a cambiar pero nada cambia. La espera se hace larga, en el sentido de que muchas compañías están cerrando porque no pueden sostenerse, hay teatros públicos descabezados, como los de Madrid. Yo no conozco cual es el proyecto cultural municipal. Yo he votado a Manuela Carmena y todavía no conozco su proyecto y me pone un poco nervioso no saber por dónde van los tiros. Creo que a estas alturas ya deberíamos tener una idea definida de lo que va a ocurrir. Y a nivel nacional creo que todo va muy lento y creo que todavía nos queda mucho remar solos, y de asumir cosas que no nos toca o no nos debería tocar, pero bueno ya vendrán tiempos mejores, no lo sé, me imagino.

Godot no llega nunca y tengo la sensación de que se está retrasando mucho. Entonces hemos decidido muchos, entre ellos los dos grupos que tengo, dejar de esperar a Godot y seguir haciendo lo nuestro y ojalá en algún momento haya tiempos mejores. Tampoco pedimos o esperamos ayudas, lo que nos gustaría es que no hubiese tantos palos en las ruedas, que es lo que más daño nos hace.

Ahora estoy ensayando con Claudio Tolcachir una obra que se llamaTierra del fuego, de Mario Diament, sobre el conflicto palestino israelí. Cuenta el caso real de una mujer que quiso conocer a la persona que atentó contra ella. El personaje principal lo hace Alicia Borrachero y yo hago de su pareja, la haremos en breve, estaremos en Matadero en abril. Y luego una serie que se llama La Embajada, en Bambú, que estamos rodando ahora mismo y no tengo idea de cuándo se estrenará pero es de muy buena factura y pinta muy bien.

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