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El patio sin butacas

El patio sin butacas

Teloncillo mantiene con ‘Olas’ el nivel de calidad de sus montajes para los más pequeños, que le valió el Premio Nacional de teatro para la infancia y la juventud

Javier Aguiar

Miércoles, 10 de febrero 2016, 16:29

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«Los niños son la caña de importantes». Lo dice Ángel Sánchez, la mitad de Teloncillo, utilizando un término menos apropiado para el horario infantil. Lo dice muy serio y absolutamente convencido nada más terminar la función de Olas «un viaje por el agua», su último trabajo, en El Desván del Teatro Calderón. Han llenado este pequeño y acogedor aforo habilitado hace cuatro años en un extremo del foyer, a su vez convertido en una improvisada guardería para el antes y el después de la función. O el durante, si la impaciencia puede con alguno. Sentados en el suelo, un centenar de personas entre padres e hijos también hay tíos y abuelos acaban de experimentar la magia del teatro en este singular espacio a una hora tan poco propicia como las 12 de la mañana. La impresión es que todos salen encantados. Ha sido poco más de media hora de música, juegos, historias sencillas y efectos especiales. No mucho, así contado; todo un mundo si se vive en propia carne.

El murmullo generalizado de gritos, llantos, voces y bostezos que impera en la coqueta sala antes de que Ana Gallego la otra mitad empiece a hablar no augura nada bueno. Viendo el aspecto de algunos espectadores, auténticos bebés, en brazos de sus progenitores hay que tener mucha fe para pensar que esto va a llegar a buen puerto. La actriz y responsable de la compañía avisa: «Si alguno se pone inquieto no pasa nada. Se le saca y, cuando se le haya pasado, se vuelve a entrar». Dicho y hecho, nada más apagarse las luces el primer candidato obliga a su madre a traspasar la puerta en sentido inverso. Pero ahí queda todo.

Cuando la dulce voz de Ana empieza a acariciar sus inexpertos oídos y la música consigue seducirlos, cuando las luces y colores que tienen delante comienzan a moverse y a secuestrar su frágil atención, en el momento en el que la mágica sucesión de secuencias se despliega delante de ellos, y los pájaros, los peces, la lluvia, las olas o el fondo marino cobran vida ante sus atónitos ojos, el milagro ya se ha producido. Solo han hecho falta unos imperceptibles segundos para ganárselos y, aunque parezca increíble, hasta el final. Quizás con algunas insignificantes excepciones, porque los niños hasta en los milagros siguen siendo niños.

La motivación que mueve a los padres a llevar a sus retoños al teatro es diversa. Iris y Alberto, que ya llevaron a su Daniel, de nueve meses, a ver Bitels para bebés y «le encantó» quieren estimularle y socializarle, que «el lunes empieza la guardería». Ana Belén lleva a Marina, de tres años, solo «para que se lo pase bien» porque, admite, «no tengo ni idea de lo que nos vamos a encontrar». Tiago, un bebote de ocho meses, se ha traído a sus padres, a sus abuelos y a una tía. «Es una forma de introducirle en el mundo del teatro», señalan unos henchidos Rubén y Flor, que han cedido al abuelo el honor de tener en brazos al rey de la casa.

Todos ellos salen felices del espectáculo, que a muchos se les ha hecho corto. «Se lo ha pasado muy bien», «ha estado muy atento» o «vamos a volver», son los comentarios que se escuchan. Mario, un bucles de oro que agota los dos años, no ha parado quieto en toda la representación, que ha vivido con apasionada intensidad. Sale como un rayo y al vuelo suelta un «me lo he pasado muy bien». Su madre, Teresa, que ya le llevó a ver Nidos, asegura que pasado el tiempo todavía recuerda escenas que le causaron impresión.

Teloncillo cuenta con un club de amigos con 7.000 seguidores, 4.000 de ellos de Valladolid y 100 de fuera de España. La relación entre espectadores y artistas es tan estrecha que se mantienen en contacto e intercambian fotos y comentarios. Ángel cuenta que en un reciente viaje a Gandía un camarero le reconoció de una obra que fue a ver de chaval. Una madre bloguera ha colgado en su web las diez razones para llevar a estos enanos al teatro. Tras una serie de argumentos psicosociales de peso, concluye: «La entrada cuesta lo que un paquete de tabaco y solo mata el aburrimiento». Es una muestra del ambiente sano, alegre y positivo que envuelve esta ceremonia.

Trabajo serio y riguroso

Un año y medio de trabajo se ha llevado esta producción, la última de la decena de que consta el repertorio de Teloncillo, que abarca un abanico de público entre seis meses y más de siete años en tres etapas. El suyo, aunque a primera vista pueda parecer sencillo, es un trabajo serio y riguroso que requiere de una gran preparación y de mucho trabajo para dar un resultado tan brillante. «Tampoco es barato cuando se hace bien», incide Ana como para rebatir la especie. Para ella, tras «la debacle» sufrida desde hace cinco años en el teatro infantil sí, también en el infantil «solo sobrevivirán los grupos que ofrezcan calidad». En este tiempo «de IVA al 21%, inseguridad y asfixia» han visto desaparecer muchas compañías y ellos mismos han pasado de ocho personas a dos y algún eventual. Antes solo con las cajas te asegurabas 40 bolos «y además pagaban», recuerda entre nostálgica y resignada.

Las claves de su éxito, al margen de una profesionalidad a prueba de crisis: ternura, empatía, cercanía, interactuar, un tono a la vez poético y alegre y un ritmo intenso pero asumible. «Jugamos a su modo», resume Ana. De enumerar lo que rehuyen se encarga Ángel: «lo machista, lo cursi, lo ñoño o el didactismo».

Desde una sala municipal una fórmula en la que habría que profundizar Teloncillo está creando público y llevándolo al teatro. Valladolid, en ese sentido, es un ejemplo a seguir, por que, como dice Ángel, los niños son muy importantes. Mucho más de lo que se piensa.

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