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Una gran vocación

Una gran vocación

M. J. Pascual

Sábado, 30 de enero 2016, 09:39

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Después de haber hecho propósito de enmienda y haber procurado rectificar los errores cometidos, le doy mi palabra de seguir trabajando en mi oficio en la medida de mis posibilidades y por eso le solicito a usted, señor juez de vigilancia, la libertad provisional. Porque lo mío es vocacional, no lo dude usted. Mi profesión es la de mi padre, la de mi abuelo y la del abuelo de mi abuelo y yo, que no tengo hijos, recorro la senda marcada por mis antepasados, consciente de que mi estirpe se morirá conmigo. Y mi profesión también, no crea, que los contrabandistas se extinguen. Ahora son mercenarios, con el dinero por delante, sin emoción ni honor, nada más que dinero. Traficantes. Da igual con qué y a qué precio. Hay sitios, ya sabe, donde la vida humana no vale nada.

Pero yo soy contrabandista. No, no, nada relacionado con el mar y esas leyendas de las hogueras avistadas en noches de tormenta para confundir a los patrones y que las naves se estrellaran contra las rocas, con todo su cargamento de hombres y tesoros. No, nada de eso, no. A usted tal vez le parecerá menos romántico, pero yo soy de Fermoselle, descendiente de aquellos que en lugar de barcos necesitaban de alguna caballería resistente y valiente para entrar y salir de Portugal. Nada de barcos, no.

El hambre, señor. Había que matar el hambre y como uno no valía para torero tuvo que sortear la miseria, de noche por esos montes, y a la Guardia Civil, que más de una cornada nos dieron los picoletos a los del oficio y por mucho que tu madre te pusiera nada más nacer bajo la protección de la Virgen de la Bandera, nada, ni encomendarse a Nuestra Señora nos valía.

Es verdad, sí, que cuando yo era bien pequeño, entre cargamentos de aceite, vino y tabaco, mi padre ayudó a cruzar a algún bolchevique (así les llamaba mi abuela a los rojos, qué sabría ella, y luego nos lo llamaba a nosotros cuando le ensuciábamos el portal recién fregado, mientras nos corría detrás como si fuera el Zangarrón de Sanzoles). Pero vamos, lo de los maquis, por Zamora, poco duró. Más hubo por León.

Bueno, a lo que voy. Ya sé que la última vez nos pasamos un poco, sí, que calculamos mal y el cargamento se nos fue de las manos, pero ya casi he pagado, día por día, lo que iba a ganar, cigarrillo a cigarrillo. Fíjese que hasta he dejado de fumar. Señor juez, téngalo a bien y concédame la libertad provisional. Le doy mi palabra de que, si me la da, seguiré trabajando en mi oficio en la medida de mis posibilidades.

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