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El escritor leonés, con un ejemplar de su nueva novela. Sergio Berrenechea-Efe
Luis Mateo Díez: «Las nuevas tecnologías nos crean la ficción de vivir más comunicados, pero estamos más solos que nunca»

Luis Mateo Díez: «Las nuevas tecnologías nos crean la ficción de vivir más comunicados, pero estamos más solos que nunca»

El escritor leonés fabula sobre vidas extraviadas por el destino y héroes perdedores en una novela con la posguerra como trasfondo

PPLL

Lunes, 22 de septiembre 2014, 12:05

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Entornos neblinosos, noches, sombras y personajes delirantes arrojados por las circunstancias a rincones oscuros de la historia, a la renuncia de otras vidas y afectos. Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) dibuja en La soledad de los perdidos un paisaje humano dominado por la épica del fracaso, donde vilezas y adversidades convierten al perdedor en ganador y al vencedor en ser vergonzante. Ambrosio Leda, depurado de la Guerra Civil con el porvenir cercenado, refugiado en Balma, Ciudad de Sombra, conduce al lector a un universo desasosegante en el que el autor leonés fabula con el propósito de mostrar nuestra condición fantasmal de sonámbulos.

¿Qué le llevó a escribir esta obra?

La situación en la que vivimos me ha empezado a llenar de sensaciones contradictorias que me han hecho dueño de una realidad que no controlo, que se me va de las manos, llena como de trampas, desengaños, emociones contradictorias, confusas... incomodidad. Esta situación de las cosas que tanto estamos padeciendo en nuestro país, en Europa, en el planeta, me inclinó a volver a mi mundo con una fábula que contuviera algunas de estas emociones y que yo pudiera trasvasar a ese tiempo un poco simbólico en el que se desarrollan mis historias, esos espacios de las ciudades de sombra. Lo que me llega de nuestro país, de mi entorno, del mundo en general, me dotaba de una extraña inseguridad y no sé, no tenía ni la condición del sueño ni la de la vigilia, sino un aura de sonámbulo. Y de ahí surgen elementos propicios para construir una historia.

¿A dónde le conducen esas sensaciones?

A la fragilidad extrema de lo que somos, tema sustancial de mi obra, y a la vez, elementos nuevos como el engaño, la mentira, el embarque en el que estamos metidos, la idea de que muchos de los elementos que uno logra o una sociedad conquista después de trances tan duros como una guerra y larga posguerra parece que se convierten en suelo inestable. Sensaciones de un subsuelo fantasmal, que me hacen recobrar la imagen de los caminos de perdición a los que nos llevan quienes debieran dirigir los pasos por donde debiéramos seguir transitando.

¿Qué hay de trasvasable de esta novela a la actualidad?

La posguerra es para mí un tiempo simbólico de la parte oscura y desgraciada de la condición humana. Después del estallido de las guerras, las posguerras conducen sin remisión al silencio, al secreto del sumario y a un sufrimiento con pocos paliativos. Vivo en este siglo, aunque me considero ser humano del XX que tiene una mirada literaria hacia el XIX, y veo que el siglo XXI sigue teniendo la herencia de la destrucción y tal vez de algunas de las crueldades más notorias del siglo pasado, tan fascinante y tan devastador.

Textos en su punto

La novela ha estado guardada, reposando casi un año. ¿Qué gana y qué pierde en este tiempo?

Normalmente tardo mucho tiempo en prepararla. Anoto muchas cosas en un cuaderno de bitácora donde hay elementos que luego marcan la navegación. Luego, cuando da el punto suficiente para seguir la ruta, navego escribiendo un tiempo y cuando la novela termina la meto en la nevera. La soledad de los perdidos ha estado ahí un tiempo suficiente para que me olvide de ella y haga otras cosas. La medida de lo que he hecho la da la capacidad de sorpresa que tiene leer un texto mío que me cuesta reconocer; entonces ya me he convertido en un lector frío y el material vuelve a derretirse. En ese momento uno decide si está como debe de estar. Con esta obra me encontré con la grata sorpresa de que la novela estaba en el justo punto que a mí me gusta.

¿Siente más apego por reflejar más sensaciones que reflexiones?

Una cosa y otra. Apuesto por la literatura como un espacio donde la creatividad te lleva a opciones más irracionales, más imprevisibles, más extrañas y misteriosas. Esa verdad de las mentiras que decía Vargas Llosa. Me dejo llevar mucho por ese conducto, cada día es más importante que la literatura sea literatura, todo esto de la autoficción y la literatura testimonial no me parece el camino más orientado. La literatura tiene que ir más lejos, ser un espejo oscuro, un abismo donde uno pueda moverse en un espacio misterioso, porque eso sí aporta un grado de emoción y sensación mucho más complejo. Pero de ahí deriva la reflexión también. Mis personajes dicen muchas cosas y tienen conciencia del sentido de la vida.

Dijo el año pasado que tras escribir esta novela daría un giro a su labor creadora. ¿Hacia dónde?

Bueno... (risas), he tenido sensaciones, cumplo 72 años, he escrito muchas novelas y me parecía momento de repensar los caminos que me quedan y los caminos recorridos. De los que me quedan nada puedo decir. Iré donde me lleve mi instinto de narrador y las contradicciones de este mundo tan duro y terrible donde vivimos. Pero no debiera desechar el patrimonio de lo que ha nutrido muchas de mis fábulas porque en él hay una mirada grotesca del ser humano, muchos componentes humorísticos y creo que debo retomar parte de este espejo deformante de la realidad que está en el humor, en el esperpento, en la extravagancia, porque eso puede nutrir el futuro también de una tonalidad más híbrida. Aunque en este punto está La soledad de los perdidos.

El argumento se desarrolla en la Ciudad de Sombra, un espacio que abunda en su imaginario creativo.

Mi memoria, que es la de un niño de posguerra, es una memoria ensombrecida, con más penumbra que luz. Sigo fiel a mi memoria personal, que se compagina con mi imaginación. Me gusta mucho aquella frase de que la imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada. Ese pasado es una agarradera personal, tengo poca capacidad para iluminar perspectivas de futuro, sigo pensando que lo que nos pasa ahora tiene una interesante lectura en el espejo de lo que nos sucedió y eso encamina la posibilidad de una escritura con futuro.

¿Quiénes son los perdidos?

Los pobres desgraciados que llevamos una vida en la que sentimos que ya no entendemos la realidad en la que vivimos porque sentimos que nos han estafado y estamos perdidos por razones políticas, sociológicas, históricas. Mirando la totalidad del mundo vemos cómo está esparcida de una forma tan terrible la desgracia. Los perdidos de ahora mismo en un paíscomo el nuestro somos quienes construimos ilusiones de solidaridad, racionalidad y sentido común; y ahora mismo, en este momento crucial, sabemos que nos han estafado.

¿A quién se refiere en concreto?

Pienso en la totalidad de quienes se apoderaron del poder, a quienes entregamos los bienes de la democracia por la que hemos luchado tanto, los bienes de la convivencia. Y hemos sido incitados a no reconocer que los hombres tenemos un componente miserable importante y somos víctimas irremediables de nuestras pasiones, de atesorar cosas, de vivir más allá de lo debido, de romper el esquema que nos haría ser dueños de un sentido común. La razón de lo que somos está en la necesidad de lo que precisamos para vivir, no más allá, no de la necesidad que deriva en una ambición desastrosa. Tengo la impresión no ya desde las ideologías, sino desde la propia administración de intereses de nuestra convivencia, de que no hemos logrado tener los políticos o las honorables personas que debieran transmitir el mensaje de que hemos de refrenar pasiones para ser solidarios. Parece una quimera.

Tiene querencia por los personajes perdedores, convertidos en héroes del fracaso.

Son los seres que tienen conciencia de sus pérdidas. En este aspecto Ambrosio Leda, el personaje, es ejemplo emblemático literario de alguien que ha perdido muchas cosas y ha renunciado a otras por condiciones de su vida. Fue un depurado, tuvo que huir, decidió dejar afectos familiares para evitar problemas, refugiarse en un mundo, metamorfosearse en un ser que va buscando la subsistencia con un saco al hombro. Sería como un ejemplo de valor cívico de alguien que sacrifica su destino a favor de los seres queridos. Todo lo que hace no deja de ser una especie de desgraciada decisión a favor de la infelicidad hacia aquellos a quienes quiso hacer felices. Y no soy pesimista, creo en el ser humano.

¿Son las nuevas tecnologías un acicate contra la soledad?

Nos crean la ficción de vivir más comunicados, pero estamos más solos que nunca. Las nuevas tecnologías que posibilitan una relación intensa, una comunicación instantánea, son a la vez instrumentos de soledad absoluta. Percibir esas conexiones artificiales a través de un instrumento... no hay sensación más fría y distanciadora, es como usar, en vez de las bocas que se dan un beso o las manos que se estrechan, el artificio de poder intentar confesar algo en la distancia. Hemos construido unas soledades comunicadas, ensimismadas, yo diría onanistas. La revolución tecnológica es la exaltación del desencuentro de los cuerpos, es difícil expresar afectos sustanciales por esas vías, que además tienen el problema de que el mensaje se trivializa en sí mismo.

¿Qué lleva peor del tiempo en que vivimos?

Lo que veo en la televisión, la explosión del mundo y el corte virulento entre las sociedades desarrolladas y un mundo en explosión, abocado a la tragedia más absoluta. Ver en directo estas degollaciones de los yihadistas es el ejemplo límite de la miseria de lo que son las pasiones del hombre. Los seres humanos tenemos lo mejor y lo peor. Somos muy peligrosos. Damos miedo.

¿Como académico de la RAE cuál es su palabra favorita?

Durante un tiempo me gustó melancolía porque me estaba haciendo mayor. Pero empiezo a aborrecer la melancolía ahora con 72 años y hay algo que me atrae mucho y es la paz del espíritu. Me gusta mucho la palabra alma, extremadamente misteriosa. Tengo por ahí un texto perdido, que creo que ya no es recuperable en el ordenador, se titulaba Mal del alma y es el mejor título que hecho en mi vida.

Cuando escribe una novela suele empezar por el título.

Sin el título no me muevo. Pero no por manía. Toda novela puede tener una suerte de idea originaria, difusa, sustantiva, sugerente, y me gusta que esa idea esté en el título. Y a veces lo está de forma suficientemente simbólica para que haya una orientación de hacia dónde voy. He escrito muchas novelas en las que es mucho mejor el título que la novela.

Vivimos tiempos de desmoronamiento de certezas.

Sí, pero no podemos olvidar la democracia que hemos vivido al lado de la mierda sufrida a lo largo de cincuenta años de dictadura. Vamos a los años treinta, y por mucho que queramos glorificar aquella República no hay ninguna Constitución como la del 78. Te metes en el siglo XIX y es el de nuestras guerras civiles más sangrientas. Sigo confiando en el ser humano y en algún tipo de destino en el que la estructura político social sepa darnos la libertad que merecemos, no la que nos corresponde, y sepa tamizar el lado oscuro de nuestras pasiones. Algo que nos haga caminar a un equilibrio donde sepamos elegir a quién nos dirige y cómo recuperar el bien mayor del conocimiento y sentimiento humano, que es el sentido común.

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