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Ana Santiago
Martes, 21 de junio 2016, 21:59
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Imprescindible para la salud física y mental. Un proceso fisiológico inherente a la especie humana que ocupa un tercio de la vida. Un gran interrogante durante el que se deja de ver, oír, hablar y de sentir de forma consciente. Importante para mantener el ánimo, la memoria, el rendimiento cognitivo y juega un papel fundamental en la función del sistema inmune y endocrinológico. Es el sueño.
Y hay unos parámetros aceptados como normales, interpretados como tales y no cuestionados en general. Pero ¿qué es normal en el sueño de un niño? Y sin determinarlo ¿cómo conocer y calificar un comportamiento patológico? No hay realmente una normalidad constatada de forma científica ni lo están los hábitos y características de los ciclos de actividad y descanso en la población infantil. Tampoco se ha comprobado si la valoración subjetiva de los padres respecto a la calidad y tiempo de descanso nocturno de sus hijos coincide y en qué medida con una evaluación objetiva, mediante actigrafía (registra los movimientos mientras se duerme). En busca de responder a estos y otros objetivos, la neurofisióloga clínica Olga Medrano Sánchez, que trabaja en el hospital Sagrado Corazón de Valladolid, ha investigado durante los últimos años el comportamiento nocturno de niños sanos, concretamente de 452 menores de Palencia, aunque esta médico ejerce en Valladolid, desde los tres a los 14 años. Un trabajo que bajo el título de Hábitos de sueño y características actigráficas del ciclo actividad-descanso en población infantil y al amparo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, la ya doctora Medrano presentó como tesis doctoral y obtuvo un sobresaliente cum laude. Son muchos los resultados que aporta esta investigación descriptiva, útiles además como referencia para posteriores estudios, por comparativa, sobre patologías y el sueño.
Así el estudio constata que los niños analiza tres grupos: de 3y 4, 6 y 14 años tienen en general buenos hábitos de sueño y calidad en su descanso. La eficiencia estimada por actigrafía fue superior al 75% en los tres grupos de edad y detecta que el 73% tiene unas rutinas correctas, especialmente los pequeños de seis años, el 83% de los mismos. Y las buenas costumbres que mide es que haya regularidad en la hora de acostarse; una latencia de sueño (tiempo que se tarda en conciliarlo) de un máximo de 20 minutos; una cama propia como lugar para dormir y la disposición para acostarse cuando es la hora. Todo esto empeora, como cabía esperar, con la edad y a los 14 años, solo el 64% mantiene este buen estilo de vida. Y ello por la difícil y más rebelde edad, pero también por los requerimientos académicos. De hecho, recoge la investigación que «en la etapa de la adolescencia, la fatiga diurna, debida, entre otras cosas a los malos hábitos de sueño, es la responsable de las dificultades de aprendizaje en casi el 10% de los escolares».
. La tesis doctoral de Olga Medrano analiza también varios aspectos que pueden incidir en la calidad del sueño. Descubre así que los somniloquios son habituales a cualquiera de estas edades. El 6% habla de noche, y es un porcentaje que crece ligeramente con la edad. Asimismo, detecta una baja prevalencia en la muestra de ritmias de sueño, rechinar los dientes, trastornos respiratorios, enuresis, sonambulismo, terrores nocturnos y pesadillas, que disminuyen con la edad, o somnolencia diurna. Analiza también la autora la negativa influencia de ver la televisión antes de ir a la cama y es alto el porcentaje con este hábito. El grupo de seis años es el que se despierta con mejor humor y el que más necesita que lo espabilen y el apetito matinal solo lo tiene la mitad; de ahí el mal hábito de desayunar mal.
El cuestionario de sueño muestra un retardo de una hora para acostarse de los chicos de 14 años respecto a los otros dos grupos en los días laborables y, además, se levantan media hora antes. Todos los menores se van a la cama al menos una hora más tarde en el fin de semana. A ello, destaca la doctora Medrano, hay que añadir que en la adolescencia se precisa una hora más durmiendo. De ahí, las carencias de sueño que arrastran algunos adolescentes, el que siempre estén somnolientos. La duración media de descanso nocturno es de 11 horas en el caso del grupo de estudio de los más pequeños; de 10,24 en los de seis; y de 8,4, en el de 14 años.
Entre los hábitos inadecuados, la autora valora el dormir en la cama de hermanos; los movimientos rítmicos para dormir; la resistencia a ir a la cama y las peleas y el miedo a dormir solo o a la oscuridad. El temor a la falta de luz en la habitación es habitual en el 26,9% de los niños de 3 y 4 años, en el 27,2% de los de seis y en el 3,3% de los adolescentes. Por cierto, que la costumbre de acompañarse de algún muñeco o trapito se da en todos los menores; aunque lógicamente los que menos se llevan su peluche a la cama son las más mayores. Aún así, el osito y los 14 años siguen siendo compatibles.
Menores de Palencia
El trabajo estudia a menores de Palencia «pero es totalmente extrapolable a cualquier otra zona similar»; son niños sanos implicados en el estudio a través de la revisión pediátrica de AtenciónPrimaria; de ambos sexos no se han encontrado diferencias en este sentido, y de zonas urbanas y semiurbanas. Los diferentes aspectos medidos permiten concretar, por lo tanto, que tres de cada cuatro menores tiene una buena calidad de sueño en tiempo y descanso efectivo; aunque la percepción de los padres no coincide con los datos objetivos. Esto ocurre especialmente en el tiempo que juzgan la familia que el pequeño tarda en dormirse diferencia alcanza hasta el cuarto de hora y mayor es esta distancia en el número de despertares estimados: La diferencia entre el actígrafo y la agenda de sueño para los tres grupos de edad fue de 29, 26 y 22 minutos, respectivamente. «El actígrafo sobreestima el número de despertares en nuestro estudio», concluye esta neurofisióloga. La investigación también encuentra que la siesta es una costumbre muy frecuente en los niños de 3 y 4 años. El 58,5% tiene esta costumbre que baja al 15% a los seis años y al 7,5% a los 14.
Método
Dirigida por Susana Alberola López y Jesús María Andrés de Llano, la investigación ha contado con la colaboración d Telecomunicaciones, que se ha encargado del estudio de la señal y con la de los pediatras de tres centros de salud de Palencia. Concretamente de los Jardinillos, Venta de Baños y Villamuriel de Cerrato.
Un cuestionario, el Owens, una encuesta sobre hábitos de sueño infantil que recoge la percepción que tienen los padres, una agenda de sueño cumplimentada también por los progenitores y un actígrafo en la muñeca de la mano dominante del pequeño para el registro continuo del ciclo actividad y descanso durante 24 horas han permitido este trabajo descriptivo. Explica su autora, Olga Medrano, que aunque la polisomnografía es una técnica muy objetiva para registrar la actividad cerebral, distinguir las fases del sueño REM y NREM y otros parámetros requiere dormir en un hospital, con electrodos pegados a la cabeza y cara... algo difícil para un adulto no digamos para un niño. De ahí, la elección del actígrafo, que es como un reloj de pulsera que registra los movimientos, para poder controlar la eficiencia del sueño. De hecho, el estudio también avala la actigrafía como un método no invasivo que puede ser utilizado en la edad pediátrica para el estudio objetivo del ciclo actividad y el descanso con menor coste y mayor comodidad para el niño. El trabajo ha permitido también ofrecer valores de referencia de métodos ritmométricos y análisis no lineal (Medida de Tendencia Central, Dinámica Simbólica y Entropía de Shanon) en las señales actigráficas. «Hemos elaborado tablas para cada grupo de edad, los valores para las distintas edades se han percentilado y estratificad». Un cúmulo de datos que abre las puertas a otros muchos análisis.
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