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«La buena medicina, sí o sí, está relacionada con la investigación»

«La buena medicina, sí o sí, está relacionada con la investigación»

José Carlos Pastor, Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica e Innovación

C. C.

Viernes, 22 de abril 2016, 12:02

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Entre quirófano y quirófano, trabajando, el fundador y director del Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada de la Universidad de Valladolid, José Carlos Pastor (Madrid, 1951), recibió la noticia de que había sido elegido Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica e Innovación 2015. «Honestamente, tengo el convencimiento de que los premios no se los merece nunca uno, sobre todo este tipo de premios», apunta a Ical. Según reconoce, con cada galardón que ha recibido ha sentido una «sensación ambivalente»: «Por un lado sientes una enorme alegría, porque vives momentos muy duros, pero por otra parte supone una enorme responsabilidad». Tras 22 años al frente del IOBA, el próximo mes de junio abandonará la dirección del Instituto, aunque confía en seguir ligado al centro con el «gran reto» de «profesionalizar aún más la gestión de la investigación». Nacido en Madrid y formado en Navarra, cuando sacó su plaza de catedrático se decantó por Valladolid como nuevo destino y ahora reconoce su apego por esta tierra: «He decidido que me vais a enterrar aquí, porque éste es un sitio que merece la pena sin la más mínima duda: merecen la pena la universidad, la ciudad y la región. Y lo digo de corazón, porque lo siento», subraya.

¿Cómo llegó a Valladolid?

En mayo de 1979 saqué una plaza como profesor agregado numerario de Oftalmología de la Universidad de Santiago de Compostela. Era un sistema copiado del alemán, en el cual sacabas una oposición muy parecida a la de catedrático y entrabas en una especie de expectativa de destino. Dos años después quedaron libres cinco cátedras: Murcia, Málaga, La Laguna, Córdoba y Valladolid. Yo era el único candidato y el profesor de Santiago de Compostela, don Manuel Sánchez Salorio, me animó a elegir Valladolid, que era la cátedra más antigua, con más solera y tradición universitaria. Yo nunca había estado en la ciudad antes, pero seguí su consejo.

¿Qué encontró a su llegada? ¿Qué retos tenía por delante?

El primer reto fue llegar (sonríe). Yo iba a acceder a la cátedra el 24 de febrero de 1981. El día antes estaba en Madrid y veía que la ciudad estaba revuelta pero no sabía por qué, hasta que me di cuenta de que estábamos en medio de un golpe de Estado. Al final la toma de posesión se demoró un mes.

¿Cómo afrontó su nueva tarea?

Saqué la cátedra muy joven. Con 27 años logré la agregaduría y con 29 la cátedra, pero nunca pensé que aquello fuera la culminación de nada, sino una oportunidad que me daba la sociedad para poder desarrollar un proyecto. Yo había estado en Estados Unidos; tenía muy claro que la oftalmología española tiene un enorme prestigio porque siempre lo hemos tenido, pero se basaba simplemente en que tenemos muy buenos cirujanos. La contribución de la oftalmobiología española a la ciencia mundial en los 50 o 60 años anteriores había sido prácticamente nula, y a mí me parecía que eso no era bueno. Mi reto era intentar convencer a la gente de que la buena medicina, sí o sí, está relacionada con la investigación, y si no hay investigación, tarde o temprano la medicina termina siendo mala. Fue una idea copiada de Estados Unidos y con ella empecé.

¿Qué pasos dio?

Lo primero que hice fue organizar el Hospital Clínico Universitario. Entonces no había subespecialidades y todo el mundo veía de todo, y a mí no me parecía que fuera el sistema idóneo. Tuve la inmensa fortuna y el honor de que Fernando Tejerina me pidiera ser vicerrector de Investigación, y eso me permitió saber cómo se desarrollaba en aquel momento la Ley de Reforma Universitaria, donde se abría una nueva puerta, la de los institutos. Nadie sabía lo que era eso y me pareció que podía ser una oportunidad par poder cuajar un proyecto. Afortunadamente no me equivoqué, porque el problema de esto es que si apuestas por un modelo y te equivocas, cuando ves los resultados ya no te da tiempo la vida para rectificar. He tenido una enorme fortuna en que el modelo funcionara.

¿De qué está más satisfecho en sus más de dos décadas al frente del IOBA?

De haber sobrevivido (ríe a carcajadas). Se supone que ahora tengo que hablar del equipo humano, que es algo obvio: en todo proyecto hay una persona que tiene la idea, pero si no hay detrás un montón de gente que cree en ella y que apuesta por ella esto no tira hacia delante. Desde luego les estoy muy agradecido. Pero sobre todo destacaría la reacción que ha habido en general en la sociedad de Castilla y León, que conmigo ha sido enormemente generosa. Yo he intentado corresponderle en la medida en que he podido; he tenido opciones para marcharme, he trabajado con mucha gente muy valiosa que ya no está, pero he decidido que me vais a enterrar aquí, porque este es un sitio que merece la pena sin la más mínima duda. Merece la pena la universidad, la ciudad y la región. Y lo digo de corazón, porque lo siento. La gente poco a poco ha ido entendiendo el valor del IOBA y eso es lo que me hace más ilusión y me ha producido más emoción.

¿Cómo ha afectado la crisis a la investigación?

Eso es fácil de entender. Los fondos de investigación en España en general han caído en torno a un 50 por ciento. Nosotros movemos anualmente alrededor de 1,2 millones. Si de esa cifra nos quitas la mitad, el agujero que queda es prácticamente insostenible, y sin embargo, con el esfuerzo y la ayuda de todo el mundo, hemos sido capaces de hacer que la cifra se mantenga más o menos, y de evolucionar de una distribución de los recursos que cuando empezamos estaban cubiertos casi en su totalidad por dinero público y que en estos momentos está al 50/50. Ahora para conseguir un euro hacemos un esfuerzo probablemente diez veces mayor que antes de la crisis, pero gracias a Dios seguimos consiguiendo el dinero necesario.

¿Cuáles deben ser los próximos pasos para el Instituto?

El año pasado, cuando se celebraban los veinte años del Instituto, hice una petición al rector en público: profesionalizar la gestión. Yo creo que ése es el gran reto que tenemos. El IOBA ve pacientes (estamos por el número 57.000), pero el rasgo diferencial no puede ser atender pacientes, que lo hacemos lo mejor que sabemos, sino la investigación; y la investigación es compleja: hay que competir, atraer empresas a nuestro entorno... y todo eso hay que gestionarlo. Yo dejaré la dirección del Instituto este año en el mes de junio, porque ya no puedo estirar más este periodo, y me gustaría centrarme en desarrollar todos los contactos, los conocimientos y el prestigio que hemos podido adquirir. En mi opinión ha habido demasiado amateurismo y creo que eso nos ha influido en algunas cosas, pero tengo que decir con agradecimiento, orgullo y satisfacción que este equipo rectoral ha entendido que había que cambiar algunas cosas y las ha cambiado. Eso ha hecho que empecemos de nuevo a despegar.

¿De qué manera ha llegado fuera de España el conocimiento que se ha desarrollado en Valladolid?

En estos momentos somos una referencia en investigación en oftalmobiología. Permanentemente hay empresas que confían en nosotros y nos encargan cosas, somos un grupo competitivo en los congresos mundiales. Tenemos más limitaciones que muchos grupos pero competimos a primer nivel. Hemos puesto Valladolid en el mapa.

El fallo del jurado reconoce su labor en investigación, docencia y asistencia. ¿En qué ámbito se encuentra más satisfecho a nivel profesional?

Hay otra labor más: el ámbito de la gestión. No basta con que seamos buenos médicos, que demos buenas clases y que hagamos investigación, sino que la sociedad nos pide además que hagamos gestión. Todas esas actividades para mí son igual de satisfactorias. Si tengo que ser muy muy sincero, creo que ante todo y fundamentalmente soy médico. A mí me encanta el trabajo de ver pacientes y operar, pero también disfruto una barbaridad dando clase Como meta de mi vida lo que soy es médico, y a mí con que un paciente me dé las gracias ya me compensa.

También se aplaude su apuesta por la formación de profesionales en países en vías de desarrollo. ¿Cómo le llena eso personalmente?

Durante quince años hemos estado ayudando en Angola y seguimos ayudándoles, formando profesionales allí. Fuimos los promotores de que el Gobierno de Angola creara la formación de residentes y los reconociera. Me siento muy orgulloso de eso porque ha sido poner en práctica esa vieja historia de no dar peces sino enseñar a pescar. Ha sido de las experiencias más bonitas de mi vida, impagable.

Ha asegurado que la gran revolución de la medicina va a ser la salud electrónica. ¿Cómo va a afectar su implantación a los pacientes?

Ésa es una apuesta muy importante mía y de una colaboradora mía, Maribel López, que está impulsando los proyectos de telemedicina. No hay otra manera de hacerlo. En estos momentos por ejemplo hay 350 millones de diabéticos, y es imposible verles el fondo de ojo a todos a base de oftalmólogos. Hay que dedicar los especialistas a aquellas labores en las que son imprescindibles, pero ¿cómo compaginas eso con una calidad asistencial adecuada, sin que se te desmadre el número de pacientes y volvamos a ver cuadros que ya no veíamos? No hay más remedio que acudir a las nuevas tecnologías y ponerlas en marcha. No tiene ningún sentido no hacerlo y deberíamos estar haciéndolo más de lo que se está haciendo.

¿La sociedad en general es consciente de todas las aplicaciones que tiene la oftalmobiología?

No lo es. Me acaba de llegar información de una empresa norteamericana que ha comercializado un aparato que probablemente sirva para detectar de forma precoz enfermedades tan serias como el Alzheimer o el Parkinson, simplemente con un examen de fondo de ojo. Yo creo que la gente no es consciente de eso. Lo que pasa es que no tiene sentido que los análisis los haga un oftalmólogo, lo correcto sería que lo hiciera una máquina y que hubiera alguien que interpretara sus resultados. No puede haber un oftalmólogo en todos los rincones.

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