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Maribel Sastre, la azafata cuyo cuerpo encontró Luciano Otero.
El misterio de la mujer muerta en Guadarrama

El misterio de la mujer muerta en Guadarrama

Un libro escrito por el periodista holandés Edwin Winkels, recoge la historia del vuelo entre Vigo y Madrid que en el año 1958 chocó contra uno de los macizos del Sistema Central

Pablo Garcinuño

Sábado, 27 de febrero 2016, 20:04

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Fueron muchas las páginas que los periódicos españoles dedicaron, en diciembre de 1958, a la desaparición, durante dos largos días, del vuelo de la compañía Aviaco que hacía la ruta comercial entre Vigo y Madrid. Se perdió el contacto con el avión cuando sobrevolaba Salamanca y se inició el operativo de búsqueda en las provincias de Ávila y Segovia, así como en la comunidad madrileña. Fue el pastor segoviano Luciano Otero quien localizó el aparato. Había chocado contra el macizo de la Mujer Muerta denominado así porque la cordillera parece dibujar el perfil de una persona tumbada boca arriba-, en la sierra Guadarrama.

Los 21 ocupantes del avión (16 pasajeros y 5 tripulantes) murieron. Todos los cuerpos aparecieron carbonizados y casi irreconocibles, excepto tres cadáveres que salieron despedidos del aparato: el piloto, un pasajero y una azafata. Se extendió el rumor de que la mujer estaba recostada en una piedra, algo alejada del lugar del impacto. «Se dio a pensar que a lo mejor sobrevivió al accidente y que murió después de pasar dos días y dos noches a 2.000 metros de altura y con temperaturas bajo cero», afirma Edwin Winkels, un periodista holandés afincado en España que acaba de publicar un libro que cuenta la historia novelada de este accidente. Rumor sin sentido, según Otero, que niega esta posibilidad. De hecho, los padres le llamaron para interesarse por cómo había muerto su hija. «Les dije que allí no se enteró nadie de nada», asegura.

Cada vida, una historia

Winkels descubrió este acontecimiento histórico cuando, en una vista al cementerio barcelonés de Montjuic, le llamó la atención una tumba que tenía un busto de una joven con un gorro de azafata. Así conoció su nombre, María Isabel Sastre; la edad a la que falleció, tan solo 18 años, y que murió en acto de servicio. «Enseguida quise saber más de ella y me puse a indagar», afirma. Tras un año de trabajo incluida una intensa labor de investigación en prensa, visitando el lugar del accidente y entrevistando a familiares de las víctimas, acaba de publicar El último vuelo (Ediciones B).

Tras analizar el informe oficial del accidente, cree que las causas fueron una combinación de distintos factores. El principal de ellos, las bajas temperaturas. «De hecho, el piloto ya había tenido un vuelo muy complicado en la ida e incluso su hija me contó que él ese día no quería volar porque el frío le daba mala espina».

Falló la radio, falló la mecánica del avión y entró en una gran nube que no le permitió ver la montaña contra la que chocó. Y eso que a los mandos estaba «uno de los mejores pilotos del ejército de Franco», combatiente en la Guerra Civil y en la División Azul que apoyó a la Alemania nazi en el frente de Rusia.

Un permiso y mil pesetas

  • Un diploma, un mes de permiso en el servicio militar y mil pesetas de gratificación, «menos lo que se llevó Hacienda, claro». Así reconocieron a Luciano Otero, un pastor de Ortigosa del Monte, su pericia y dedicación. «Al llegar allí, no se veía nada más que hierros retorcidos y medio derretidos por el calor de la explosión», señala. Solo se veían los cuerpos del piloto, un pasajero y una azafata. «Esta última tenía quemados la cara y el pelo, pero se le veía que era una mujer porque en un lado del cuerpo se le apreciaba el uniforme y una mano femenina». Lo peor, lo «más serio», en palabras del pastor, tuvo lugar dos días después, cuando empezaron a levantar los cadáveres. «Aquello fue muy desagradable y estuve mucho tiempo recordándolo», dice. Afirma que lo sucedido aún se recuerda en el pueblo y pasa de generación en generación. Su nieta acaba de presentar un trabajo en clase sobre el accidente aéreo y lo ha hecho con el mismo título que el libro de Edwin Winkels El último vuelo.

La historia principal del libro de Winkels gira sobre la azafata el periodista holandés pudo hablar con varios de sus familiares, pero se incluyen otras muchas historias, como el relato de dos niñas de Pontevedra, de 9 y 10 años, Ester y Josefa, que viajaban a Madrid para reunirse con sus padres, que se habían trasladado cinco años antes a la ciudad para labrarse un futuro. «Para evitar los peligros de la carretera, habían ahorrado con el fin de que sus hijas viajasen en avión señala el autor. La madre sigue viva con 87 años y todavía llora cuando recuerda a las dos niñas que nunca llegaron».

Sin prisas

Edwin Winkels bucea sobre las vidas de otros ocupantes de aquel trágico vuelo: un tripulante natural de Segovia, los marqueses de Leis, un exjugador del Celta de Vigo, un alcalde de un pueblo de Galicia, etcétera. Y lo hace después de tres décadas, disfrutando y sobreviviendo a las prisas del periodismo diario trabajó durante 20 años en El Periódico de Cataluña. «En la prensa no tenemos tiempo señala. Es muy gratificante poder dedicarle muchos días a un tema, lo haces más tuyo». Además, acaba de terminar su tercera novela, que saldrá primero publicada en holandés y luego traducirá él mismo al español.

Contará la historia de un grupo de personas de Canarias que, en el año 1780, emigraron a Luisiana. En un viaje que Winkels hizo a Nueva Orleans, después del huracán Katrina, descubrió que, dos siglos después, seguían viviendo en el mismo pueblo de pescadores que ha sido destruido varias veces por los huracanes. «Todavía los llaman isleños y han seguido hablando español».

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