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La población burgalesa se echa a las calles con motivo de la visita de Heinrich Himmler en 1940
El día que Himmler visitó Burgos

El día que Himmler visitó Burgos

El próximo 19 de octubre se cumplen 75 años de la histórica visita de la mano derecha de Hitler a la 'capital de la cruzada'

l. sIERRA/ICAL

Domingo, 27 de septiembre 2015, 18:05

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Si las calles de Burgos pudieran hablar y recodar quiénes pasaron por su adoquines, con seguridad rememorarían una de las visitas que más impactaron a la población burgalesa y de la que más se ha escrito. El 19 de octubre de 1940, el comandante en jefe de las Secciones de Seguridad de la Policía Alemana (SS) y mano derecha de Adolf Hitler, Heinrich Himmler, fue recibido por la población burgalesa entre vítores y aplausos. El ideólogo de la Solución Final llegó a Burgos como si de un héroe se tratara.

La visita de la segunda persona más poderosa en el Partido Nazi después del führer no fue casual y menos una sorpresa. Hacía meses que los gobiernos alemán y franquista trazaban con cautela el encuentro entre Hitler y el nuevo jefe de Estado de España, Francisco Franco. Un encuentro que tuvo que celebrarse en Hendaya donde se tomó una de las fotos más comentadas de la historia. Para hacer posible el encuentro entre los dos fascistas, Himmler decidió viajar a España con la voluntad de palpar el ánimo de un país castigado por una guerra que había dividido a familias enteras y sumido en la más absoluta pobreza al país.

Con la intención de pasar por Madrid para entrevistarse con el caudillo, el bávaro declinó unos meses antes de su viaje la idea de viajar de forma directa a la capital y optó por pasar antes por Burgos. Su plan no fue casual. Cabe recordar que Burgos había sido durante años la 'capital de la cruzada', y para los nazis era de sobra conocido el amor «por el fascismo» de los habitantes de esta pequeña ciudad de provincias.

Paso previo a aquella histórica jornada, el entonces alcalde de Burgos, Florentino Martínez Mata, comunicó a los ciudadanos la llegada del alto representante alemán. Lo hizo a través de un bando en el que llamaba a los burgaleses a salir a las calles para vitorear y dar «un magnífico recibimiento» a «una de las personalidades de mayor relieve del Tercer Reich». Así, lo atestiguan varios documentos conservados en el Archivo Municipal a los que ha tenido acceso la Agencia Ical entre los que se encuentra, además, un llamamiento por parte del presidente de la Cámara de Comercio para que los negocios permanecieran cerrados con motivo de la ilustre visita.

Nadie permaneció ajeno al evento. La edición del 18 de octubre de Diario de Burgos avisaba a sus lectores de la llegada del alto comandante alemán. «Burgos tributará un caluroso recibimiento a Himmler», rezaba el titular de una noticia en la que se desgranaban algunos de los puntos más importantes del programa de la visita, además de una reproducción íntegra de las palabras del llamamiento que el primer edil hizo a sus vecinos para que «tributaran un magnífico recibimiento» al invitado.

Histórica visita

La mañana del sábado 19 de octubre amaneció lluviosa, pero nadie quiso quedarse en casa, bien por obligación o por no ser señalado por el nuevo gobierno. El comercio cerró a cal y canto y las principales calles del centro histórico se engalanaron para recibir a la persona que ideó la ejecución de todos los judíos de Europa, además de gitanos, enfermos mentales, comunistas y todas las personas que el régimen nazi consideró «inferiores».

Tal fue el fervor que los burgaleses mostraron que algunos comercios del Paseo del Espolón engalanaron sus escaparates con esvásticas y retratos del mismísimo Hitler para mostrar que en Burgos también había amor por el fascismo. Así lo recogió un por entonces jovencísimo Fede, que con su cámara pudo captar unos días antes o unos después esa impactante instantánea.

Aunque la visita del jefe de las SS estaba prevista para las cuatro de la tarde, el bávaro no hizo entrada en el Paseo del Espolón hasta una hora y media después. La lluvia no dejó de caer y las autoridades burgalesas, incluidas en obispo y otros responsables religiosos, aguantaron el chaparrón desde la Puerta del Sarmental de la Catedral como bien pudieron.

Pasadas las 17:30 horas de la tarde, como dan cuenta las crónicas periodísticas consultadas, el jefe de las SS salió de su flamante automóvil bajo las primeras notas del himno alemán. Toda la comitiva efectuó el saludo nazi. Así lo narró el reportero de ABC desplazado hasta la capital castellana que en su crónica publicada el 20 de octubre destacó el gesto que Himmler hizo a los pies de la seo para dirigirse a la Cruz de los Caídos en la Plaza del Duque de la Victoria, actual Plaza del Rey San Fernando. Poco antes tuvo tiempo de visitar el interior del templo, y mostrar su interés por el lugar en el que reposan los restos del Cid Campeador. Parece que el fascista conocía muy bien la gesta del burgalés.

El aguacero y el retraso dejaron plantada a la abadesa del Monasterio de las Huelgas que no pudo recibir al alemán. Himmler eludió visitar el cenobio para trasladarse, con más prisa que tardanza, hasta la Cartuja de Miraflores. Y allí también le acompañó la comitiva de autoridades entre la que destacaban el alcalde y el presidente de la Diputación Provincial. El prior de la comunidad fue quien guió al alto mandatario nazi por el interior del templo que mandara construir Isabel I de Castilla para que reposaran los restos de sus familiares más cercanos. Himmler se detuvo en el sepulcro de los fundadores, recuerda la crónica del rotativo nacional consultado.

Cena de gala en La Isla

Concluida la ronda de visitas, el Palacio de la Isla acogió una cena de gala en honor al invitado germano. La elección del espacio de la comilona no fue casual. De sobra es conocido del amor que Franco profesaba al palacio que usó como cuartel general durante la contienda bélica. El mismo lugar en el que grabó con voz débil el parte que puso fin a la Guerra Civil.

El Hotel Condestable fue el encargado de servir el ágape. No trascendería el contenido de los platos servidos ni el número de invitados, aunque entre los corrillos de periodistas se hicieron cábalas de quiénes pudieron asistir a la cena con el admirado fascista. Con certeza no faltarían los mandatarios de Falange, así como empresarios interesados en los negocios con el pueblo germano y con el mineral con el que decenas de ávidos empresarios se hicieron ricos durante la II Guerra Mundial, el wolframio.

A las once de la noche, Himmler puso fin a su visita a Burgos. El tren que lo conduciría a Madrid para entrevistarse con Franco partió de la Estación del Norte poco después. Así concluían las cinco horas y media en las que la ciudad de Burgos compartió espacio con uno de los mayores genocidas de la historia.

Cinco años después de su visita a la capital burgalesa, y después de traicionar a su leal Hitler intentado pactar un armisticio con los aliados, Himmler se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro cuando era apresado por los agentes que el fuhrer mandó para capturar al hombre que nunca llegó a ser juzgado por sus crímenes.

Atrás quedaron los cadáveres y restos de los millones de personas que fueron exterminadas en numerosos campos de concentración de Europa por su raza, ideología, religión o condición física o sexual. De aquello poco o nada sabían los burgaleses que aquel 19 de octubre se echaron a la calle para recibir al ideario de la Solución Final.

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