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VALLADOLID | PROVINCIA

Pregón de Semana Santa de Medina de Rioseco de Luis Jaramillo

EL NORTE

Sábado, 12 de abril 2014, 22:26

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Ya habéis traído los pasos a las iglesias. El Pardal nos ha convocado al Pregón y hemos recorrido la calles de la ciudad, como dentro de pocos días lo harán vuestras procesiones. Pronto caerá la noche y si miramos al cielo, veremos una luna casi llena. Lo estará el Martes Santo, la primera luna llena de la primavera, la que señala en el calendario las celebraciones de la Semana Santa, porque Cristo Murió en la plenitud de la luna.

Y la respuesta está frente a nosotros, porque la respuesta es que nos espera la vida. Nada de esto tendría sentido si la Semana Santa no fuera la antesala de la Pascua, si tras la muerte no nos esperara la vida. Es el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, la llamada a la Esperanza. Vida después de la muerte. Resurrección. Sin ella, todo carece de sentido.

Vara Mayor, Autoridades, mayordomos y directivos de Cofradías, Párroco de esta magnífica Iglesia de Santa María de Mediavilla, cofrades, ciudadanos de Medina de Rioseco, queridos amigos:

Vengo esta tarde a pregonar ante la imagen del Cristo de la Clemencia vuestra Semana Santa. No se si ha sido un atrevimiento por mi parte asumir el encargo que me realizó el Vara Mayor, porque dudo de mis méritos para ello. Ni soy Riosecano de nacimiento, ni mi infancia se liga a esta tierra. Pero sí soy un cofrade, un amante de la Semana Santa y como vosotros, he nacido en un lugar en la que la Semana Santa marca el ritmo de nuestras vidas y condiciona la vida de la propia ciudad. Zamora, como Medina de Rioseco, sienten y viven la Pasión, con mayúscula. Un sentimiento que sólo comprendemos en toda su dimensión quienes hemos nacido donde somos cofrades desde niño, recibimos el bautizo cofrade acompañando a la Borriquilla el Domingo de Ramos, y maduramos con el hábito de cofrade, el banzo o el palote en el hombro, con el sonido de la marcha fúnebre en nuestro corazón y el reencuentro con los nuestros en la calle. Soy, sí, lo reconozco, un apasionado de la Semana Santa, un creyente que admira las tradiciones y un médico, que un día se metió a periodista y que tiene la inmensa fortuna de poder narrar a la sociedad a través de la radio, el medio más vivo que existe, lo que sucede estos días en nuestras calles. He tenido oportunidad de acercarme a vuestra tierra en numerosas ocasiones, tanto por mi trabajo como por mi interés personal. He buceado en los libros y en internet sobre la riqueza de los Montes Torozos y la Noble y Leal ciudad que nos acoge, y trataré, contando con vuestra benevolencia, de dibujar con mi palabra lo que el corazón siente y lo que los sentidos llegan a percibir cuando la primavera asoma en el calendario: la luz brillante del sol que lo envuelve todo; el aire que se impregna de olor a incienso y cera; el oído que recoge sonidos que sólo asoman una vez al año; el gusto que nos permite paladear sabores de una gastronomía propia de la época del año; y el tacto que siente de nuevo el suave roce de los hábitos, guardados celosamente durante todo un año, esperando volver a la calle para que podamos rezar en silencio o con el esfuerzo.

Ya hemos dejado atrás el rito de la ceniza y estamos casi en el final de la Cuaresma. Es el tiempo del recogimiento, de la reflexión personal, pero también tiempo para preparar las procesiones. Es momento de preparar las imágenes, de orear mantos y túnicas, de disponer la vela en los faroles, de preparar el hábito procesional. Es tiempo de cultos en las iglesias, de ir y venir de unas a otras para que todo esté dispuesto a la hora de la procesión. Tiempo de limpiar las imágenes, de despachar el trabajo de las citaciones y de preparar las reuniones en las que se perfila todo lo que va a pasar en este año.

¡Cuánto tiempo invertido en una tradición de siglos!. ¡Cuánta herencia de abuelos y de padres para preservar la esencia de nuestras celebraciones!. Es la llamada misteriosa de la tradición, la conjunción perfecta entre la religión y la tradición, que se unen para transformar la ciudad en un gran templo en el que se reza con la mirada, con el sonido de una corneta o los acordes de una marcha fúnebre que es capaz de emocionarnos y hacer que en nuestros ojos broten lágrimas en recuerdo de los nuestros y de aquellos que un día fueron artífices de todo esto y ya no están con nosotros. Ellos, que un día vistieron el hábito de cofrade o cargaron con los pasos, hoy nos miran desde el cielo, orgullosos de que hayamos sido capaces de tomar su testigo y cuidarlo como la más preciada joya. Tenemos un gran tesoro espiritual y un patrimonio vivencial insustituible que, estoy seguro, nunca va a morir.

Y pasan los años; y pasan las generaciones. Cambia Rioseco, pero la Semana Santa sigue siendo la misma, su eje vital, su mayor activo. No hay casa en la que no se viva la tradición en estos días. No hay pequeños que no quieran mañana ser cofrades. No hay riosecanos en la diáspora que no sueñen con estar aquí en estos días santos. Procesiones hay en cada pueblo y en cada ciudad. Pero sólo unas pocas logran unir procesión y ciudad con tal fuerza, que emana esencia y autenticidad y forman parte del consciente colectivo. Por eso la Semana Santa de Medina de Rioseco es una de las más grandes, sin tener que acudir a títulos que hoy se da por intereses publicitarios o turísticos y que ya en poco o en nada, engrandece a quién los recibe. La vuestra es una de las Semanas Mayores de Castilla y León. Lo es por derecho propio, porque os lo habéis ganado y lo habéis trabajado durante siglos y hoy la exhibís con orgullo, con la seguridad de que quienes se acerquen estos días a conoceros, no sólo admirarán su belleza y autenticidad, sino que alcanzarán plena sintonía con la ciudad y jamás olvidarán lo que aquí van a vivir.

Acaba de finalizar el invierno, pero hace frío al amanecer. Mañanas heladoras todavía en Tierra de Campos que dejan rastro en la escarcha que los cubre. Mediodías más agradables y tarde de paseo, iluminada por la luz amarillenta de los rayos del sol, que nos ofrecen su calor y provoca la eclosión de los campos. Luz que da lustre a los adobes de los palomares del entorno, que resalta la piedra de los grandes templos, cuyos campanarios se alzan al cielo como vigía y señal de vuestra localización, estampa majestuosa desde lo alto de los Montes Torozos. Ciudad que recibe el nombre de Medina por la presencia en ella, allá por el siglo X, de mozárabes andalusís. Tierra de gran historia, de la que ya habla su sobrenombre: la Ciudad de los Almirantes. Permitidme un pequeño apunte de vuestra historia: este señorío fue entregado por Juan II de Castilla a Alonso Enríquez, el primer Almirante de Castilla y luego transmitido de generación en generación, hasta el total de once almirantes que fueron dejando su huella, como esta Iglesia de Santa María de Mediavilla, la fundación del Convento de Santa Clara, la Iglesia de San Francisco o el Palacio de los Almirantes.

Es el siglo XVI cuando nacen las tres grandes cofradías y con ellas vuestra Semana Santa. Es el siglo del esplendor, el de las grandes obras, de la emigración de nobles a América y con ello la transformación de Medina de Rioseco en centro de distribución de la plata, que hasta aquí llegaba desde el Puerto de Sevilla. Las crónicas hablan de esta ciudad como una de las más importantes de España. Mercado de referencia, centro de riqueza económica y de notable empuje social.

Es en el Siglo XVII cuando se os concede el título de ciudad, en el señorío de Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, el noveno almirante. La historia no se puede escribir sin el floreciente siglo XVIII y la Sociedad Económica de Amigos del País, o sin rememorar la Batalla de Rioseco en la Guerra de la Independencia. Y mucho menos sin mencionar el hito de la construcción del ramal de Campos del Canal de Castilla, una vía económica y de transporte clave en el desarrollo de la zona y de plena vigencia hasta que llegó el ferrocarril, que aunque fuera en forma de Tren Burra, le resto importancia logística. Pero el Canal sobrevivió al tren y está ahí, como emblema de la ciudad y centro del disfrute, notario de tiempos pasados esplendorosos, lugar inigualable para el paseo por la dársena en estas tardes maravillosas, en las que la charla y los amigos son el mejor descanso después de la jornada de trabajo. El Canal es arteria vital de la ciudad, un remanso de paz, un testigo del esfuerzo y del trabajo de generaciones y un gran prueba de la importancia de las obras que trascienden a su tiempo.

Mucha historia recogen estas tierras, mucho arte se acumula en los muros de su muralla, sus iglesias, conventos y casas señoriales. Muchas vivencias en el conjunto de una sociedad que jamás renuncia a sus raíces, que muestra con orgullo el patrimonio acumulado por el trabajo de siglos y que ha dado origen hoy a una ciudad moderna, con calidad de vida y tranquila, a veces demasiado tranquila, a la que también afectan los problemas que la crisis nos ha traído y que tantas horas de sueño nos hace perder. Rioseco sufre por tener una juventud con futuro, porque haya trabajo para todos y porque el esplendor que un día alcanzó, pueda de nuevo palparse en las oportunidades que nos ofrece el medio rural y las nuevas comunicaciones, que tienen que servir para acercar y evitar el secular aislamiento que todavía hoy mantienen muchos de nuestros pueblos.

Vivir en el medio rural no es vivir en un medio menor. Es estar más en contacto con la naturaleza, aprender de la ley natural de la vida, poder disfrutar de pequeñas cosas que nos hemos perdido los que siempre hemos vivido en la capital. Hoy los niños pueden seguir jugando en la calle, ver como crece el trigo, como se cultiva la huerta y a la vez disfrutar de modernos servicios y tener todas las comodidades en casa. Esto también es tener calidad de vida. Hay que acabar con la errónea creencia de que se es menos por vivir en un pueblo. La experiencia me dice que en nuestros pueblos se disfruta de momentos insustituibles que jamás tendrá el ajetreo de la gran ciudad. Cuando pasan los años nos damos cuenta que no es bueno vivir tan deprisa y que merece la pena reposar las vivencias. Nada suple la charla con nuestros mayores, porque en sus palabras están las experiencias de su vida y su entorno, y ésto no está en los libros. Las viejas historias de nuestros abuelos son la enciclopedia de la experiencia, nos acompañarán siempre, estarán en nuestra mente, en nuestro vocabulario y en nuestra forma de actuar. El mundo rural es una de las mejores bibliotecas de la vida, una cátedra de la observación, que atesora mucho de lo que creemos perdido, de aquello que ya solo se transmite por la vía natural. Un medio así no puede morir jamás y celebraciones como la Semana Santa de Medina de Rioseco, son la mejor garantía de su supervivencia, porque son memoria viva, porque es revivir lo que hacían nuestros antepasados cuando un día sintieron la llamada de la fe y lo expresaron en la calle con esta gran representación sacramental. Esta forma de interpretar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, nos ha llegado con una fidelidad total y reúne una autenticidad que parece impensable hoy en día, cuándo lo que predomina es el marketing o conceptos muy discutibles sobre los valores que son importantes, donde a todo se busca rentabilidad y sólo preocupa afrontar lo política y socialmente correcto, sin dejar espacio a la intuición, a la discusión positiva o a lo que nos dictan los sentimientos.

Cuando esta Semana Santa veáis en los soportales de la Calle Mayor a un pequeño agarrado de la mano del abuelo, pensad en que no hay choque generacional entre ellos, sino que se produce en la calle la ceremonia de la transmisión de la pasión por la Semana Santa. No hay mejor testimonio ni mejor garantía de continuidad. El abuelo acumula experiencia, recuerda los años con el hábito en la procesión, quién sabe si no siente todavía el dolor del palote o del encerrado clavado sobre su hombro, o retumba en sus oídos la voz del Cadena para la marcha. ¡Oído!, ¡Avanzamos un poco más y nos paramos!.

Y el paso se detiene ante los ojos gastados del abuelo, que admira la imagen como lo hiciera... hace ya tantos años, cómo hoy lo hace su nieto, al que siente en el calor de su pequeña mano, que aprieta con esa dulzura que sólo nos transmiten los abuelos.

Algo ocurre entre ellos cuando llega la procesión, porque el pequeño, que escuchó el eco de los tambores y salió a curiosear hasta la mitad de la calle, ahora mira la escena del paso que tiene enfrente, entre sorprendido y desconcertado, con los ojos abiertos como platos, sorbiendo en su mente de niño cada detalle y admirado por el trabajo de los cargadores que portan el tablero y que golpean el suelo con la hrquilla que sujetan con la otra mano. La curiosidad infantil es infinita pero apenas hay preguntas, sólo miradas cómplices y la palabra del abuelo que trata de explicar lo que allí sucede. Y el mensaje entra directo a la mente, se graba a fuego en el corazón y perdura siempre. Después viene imitarlo cuando juegan a procesiones en la calle y en el bautizo semanasantero de la primera procesión, acompañando a Jesús en la Borriquilla. Mañana por la tarde lo veremos.

Y ya, ¡como pasan los años!, la juventud nos mete de lleno a participar en la cofradía, salir en la fila como cofrade, llevar el paso o llegar a ser mayordomo... Al final, todos los riosecanos sois muy buenos actores de esta maravillosa Semana Santa, porque ponéis fe y alma, porque intentáis superaros año a año, porque ponéis una inusitada pasión en defender lo vuestro con una fuerza, que si lo reflexionamos, vemos que no se aplica a otras muchas facetas importantes de la vida. Nos pasa igual en mi tierra y sé que muchos no lo llegan a entender. Pero sucede. ¿Qué nos llama a estar ahí, tan metidos en la Semana Santa?. ¿Por qué la vivimos con tanta fuerza y tanta Pasión?. La respuesta es que es la suma de la tradición, herencia de padres a hijos, y la fuerza de la creencia, la fuerza de la fe. Creemos en lo que representamos. No os engañéis, si no hubiera un fondo, si Cristo no muriera y resucitara en nuestras vidas en el comienzo de cada primavera, estas celebraciones hubieran ya desaparecido hace tiempo.

Las personas somos los grandes artífices de las procesiones, pero los pasos, las imágenes, son parte de su alma. Son el aldabonazo a las conciencias. Rioseco cuenta con 20 pasos, a los que se suma la Virgen de la Cruz, que configuran un completo Vía Crucis, que puede que no sea el más artístico, pero es el nuestro, el que hemos admirado siempre, al que hemos rezado desde niños, y en el que se encuentra nuestra imagen de devoción. Sí, devoción, porque entre las imágenes procesionales las hay que nos impresionan, las hay que nos conmueven, las hay que nos hacen rezar, las que estimulan los sentimientos infantiles, las que nos recuerdan a los nuestros. Y son legado de nuestros antepasados, porque a través de ellas sabemos como los artesanos de siglos atrás entendían la Pasión de Cristo. Durante el año las imágenes están en la Iglesia de la Santa Cruz, el museo en el que se evoca la Semana Santa. Esta mañana han vuelto a las iglesias, a cuyos altares acudimos nosotros durante todo el año a rezar, a hablar con Dios desde lo más íntimo de nuestra mente y de nuestra alma, a dejar libre nuestro pensamiento y meditar, tratando de encontrar la paz interior que descargue nuestra mente y alivio a nuestras inquietudes y problemas en nuestro paso terrenal. Las imágenes estimulan nuestra devoción y por eso decimos que son más nuestras y las solemos tener presentes en nuestras vidas durante todo el año. Ahora, en la Semana Santa, les vamos a rendir culto en la calle. Rezamos a las imágenes desde el soportal, desde el corazón, desde la mirada sorprendida o desde la pena de las ausencias que tantas veces nos evocan. Si, ausencias. Muchas. De familiares, de amigos, de compañeros. De aquellos que nos acompañaron en tantos momentos de alegrías y de penas y que ya fueron llamados por el Padre. Ellos desfilaron un día a nuestro lado, como hermanos de luz o de paso, y les echamos de menos de una forma especial en estos días, bajo el soportal, en el Corro, en el palote del tablero de cualquiera de nuestros pasos, en la Rodillada o al escuchar el sonido del Tapetán, del Pardal o los sones de La Lágrima. Huele a incienso y la luz y el sonido nos evocan el recuerdo. Grandes recuerdos que procesionarán siempre a nuestro lado por las calles de la vida.

Calles de Medina de Rioseco, escenario de la Pasión, rincones de alma bullangueros en el verano y en los días festivos, y solitarios y fríos en los largos inviernos. Rincones preciosos que confluyen en esa columna vertebral que es la Calle Mayor. Calle porticada, estrecha, parece que concebida para el paso de la procesión. El escenario perfecto. La Vía Dolorosa de estos días, donde veremos como Jesús, tras entrar en la ciudad entre palmas y ramos, ora en el Huerto de los Olivos, toma la Cruz y cae hasta tres veces. Se encuentra con su Madre y con la Verónica. Es clavado en el madero, alanceado por Longinos y descendido de la Cruz para estar en brazos de su Madre y que lo deposite en el Sepulcro. La Madre se queda sola y se encontrará, tres días más tarde, con su hijo resucitado, porque la vida vence a la muerte y porque la luz siempre se sobrepone a la tiniebla. Todo ello ocurre aquí en siete días, mientras escuchamos a lo lejos el eco de la voz de mando del Cadena, ¡Oído!, y golpea el tablero para iniciar el poso; el agudo toque del corneta, el Pardal, que anuncia que la procesión está en la calle y avanza; o el seco redoble sobre el tambor destemplado, el Tapetán, mientras los pasos de la procesión del Mandato están parados y así evocar los sonidos de la matraca o de la tiniebla, que anunciaban que el velo del templo se rasgó y sonó brutal el trueno de la muerte. Filas de cofrades en silencio que no pueden evitar mirar atrás para ver venir el paso y admirar su baile, ese bamboleo suave... izquierda, derecha..., que mece los tableros y nos obliga a elevar la vista para ver si las imágenes rozan los balcones. Suena la marcha fúnebre. La música, tan importante en la Semana Santa, es un bálsamo para los hombros de los cargadores, que a las órdenes del Cadena, se esfuerzan por conseguir que su ritmo sea plegaria y oración. Izquierda, derecha..., izquierda, derecha... Avanzan lentamente los pasos hasta finalizar el poso, mientras el espectador bajo el soportal, ahora también cofrade de la ciudad, observa en silencio y escucha la voz del Cadena, ¡Oído!. Los cargadores meten la horquilla y el paso se detiene para el descanso. Entonces brota la emoción acumulada y surgen los aplausos.

Y junto a esos sonidos que están tan metidos en nuestra mente, están esos otros elementos que ayudan a configurar el entorno en estos días, banderines, insignias, medallas, pañuelos, cíngulos para nuestros hábitos, banderas para la procesión o en los balcones, faroles cuadrados o hexagonales, faroles en cualquier caso toscos, que alumbran en la procesión y que son luz para un entierro, el de Cristo, al que acompañamos con hábito blanco, negro o morado, con mantilla y de luto, con el rosario entre las manos y con la oración en los labios.

Sucede todo en la calle. Calle Mayor de Rioseco, la Rúa, lugar de encuentro, de charla a resguardo cuando el tiempo no acompaña, centro comercial de la ciudad hoy y siempre, escaparate de la vida ciudadana, donde las parejas de enamorados muestran por primera vez el lazo que será germen de una nueva familia, donde se discuten los avatares de la vida de la ciudad. Calle del corazón, pasillo de esta casa común que es Rioseco, sede de los antiguos gremios, eje que unió en su día uno y otro lado de la muralla, las Puertas de Posada y de Castro. Imagen urbana que jamás un riosecano olvida.

Calles adyacentes de viejos gremios, de nombres tan evocadores como sonoros: Cantareros, Carboneras, Lienzos, Ropa Vieja, Campanario, Armas, Ciegos o Ahogaznos. Calles que conocéis bien y que son para recorrer en calma, sintiendo el paso de los años en las piedras centenarias de sus fachadas y de las portadas de las casas señoriales. Calles en las que retumba el eco de la sonería de cualquiera de los campanarios; calles de balcones de forja, de ventanas de madera, de blasones que hablan de la historia de vuestros antepasados y que parecen diseñadas para que por ellas avancen los pasos.

Ciudad monumental, de imponentes templos como éste de Santa María de Mediavilla; la Santa Cruz; Santiago, con su deslumbrante retablo barroco, crónica de la vida del Apóstol que cada año nos convoca a muchos para recorrer su Camino como anónimos peregrinos; San Francisco, San Pedro Mártir o los conventos de San José y de Santa Clara. Y la ermita de Castilviejo, ahí en las afueras, donde se guarda celosamente la devoción a vuestra patrona.

Piedras centenarias en edificios señoriales como la Alhondiga y la Fábrica de Harinas y sobre todo, en los restos de la muralla medieval, fortaleza defensiva de la que nos quedan las puertas de San Sebastián, Zamora y Ajújar, arco en cuya capilla colocáis a la Virgen de la Cruz, para que los pasos con la imagen del Hijo protagonicen la riosecana reverencia, que llamáis Rodillada. Una genuflexión hecha desde el corazón, oración hecha gesto, trabajo en equipo de los cofrades que portan los pasos que, pese al cansancio acumulado y al esfuerzo, se entregan a la voz, otra vez a la orden del Cadena delantero, y postran los de adelante casi rodilla en tierra para, acto seguido, poder continuar la procesión en su regreso. El homenaje a la Madre de todas las Madres.

Lugares y gestos, sonidos y vivencias, miradas y apretones de manos, ojos humedecidos por las lágrimas en la plegaria de la Salve popular a la que se suman todos, cofrades y espectadores, para despedir con una oración del pueblo y de forma emocionante, las procesiones del Jueves y Viernes Santo.

Se unen aquí, en el corazón de Rioseco, generaciones de cofrades para continuar los ritos y las representaciones de las tres viejas cofradías del XVI. La Vera Cruz, la Penitencial de la Pasión y la Quinta Angustia. Estas tres grandes fueron el germen. A ellas se debe este tesoro. Sólo con su trabajo, su esplendor, su gran patrimonio e historia, es posible que desde su fundación haya habido la continuidad de siglos, sin interrupción. Pocas, muy pocas Semanas Santas en España pueden decir lo mismo. Perdura el origen barroco y a la vez hay renovación con nuevas cofradías que se han creado a lo largo de los siglos, hasta el total de 17 hoy. Siempre se ha guardado la tradición, hasta el punto de tomar el nombre de los pasos que procesionan. Las Cofradías hacen su trabajo con tesón y con un cuidado infinito, porque saben que son depositarias de una tradición de siglos y tratan de encajar lo de siempre con lo nuevo; los hábitos tradicionales, con la personalización de cada una de ellos en su cíngulo, en la medalla, el pañuelo de cofrade al cuello, el banderín o la vara de mayordomo, que será la encargada de abrir el paso de la Cofradía en la procesión y representarla en cada acto, como hoy lo hacen aquí. Todas las Cofradías son una y la mejor muestra es la participación en las procesiones comunes, que son las procesiones de siempre.

También los siglos han obligado a renovar los pasos. Pero podéis sentir el orgullo de que habéis sabido conservar la raiz y por eso poseéis una buena muestra de la escultura y el carácter castellano, que dejaron impreso los talleres que aquí se asentaron: el de Gregorio Fernández, que aunque estuvo poco tiempo dejo huella; el de Juan de Juni, que sí dejó importantes aportaciones a la ciudad; o los de artistas locales como los Enríquez.

Arte en madera que incorpora también obras modernas, obras todas que cobran el soplo de vida en la inspiración del escultor, secuencias de la Pasión que desde mediados del siglo pasado se dispusieron en la procesión en orden cronológico, para seguir los pasos de Cristo en su Calvario.

Esta no es la celebración de unos pocos, es la celebración de todos los riosecanos, sin distinción de clases sociales o de edades. Aquí casi todos sois hermanos de alguna de las 17 cofradías. Hombres y mujeres, que ya forman parte por derecho propio de las mismas, porque es verdad que durante algunos años no las admitieron, pero hoy ya están con la lógica normalidad como hermanas de luz, con su hábito o su mantilla. Por eso Medina de Rioseco esta semana está más viva que nunca, porque estáis todos: los que la vivís durante todo el año y los que vuelven cuando en su corazón sienten la llamada del Pardal convocándoles para la Pascua.

Cuando amanece el Domingo de Ramos, ya hay movimiento en las casas. Para las Cofradías suele ser el día de la asamblea general y de los últimos preparativos. El mullidor, que celosamente cuidó los pasos durante el año, se vuelca ahora en los últimos detalles.

Dios recorre esta mañana las calles acompañado por mayores y niños, que visten ropa de estreno, porque así hay que recibir a Jesús y porque lo manda la tradición: Quién no estrena en Domingo de Ramos, no tiene manos.

Lunes y Martes Santo, bien lo sabéis, son días de preparativos. Son una pequeña escuela para los niños que pronto serán cofrades y días de tarea para los mayores. Hay que preparar los pasos para la procesión. Por eso las iglesias son para muchos como la segunda casa, porque en ellas se hace la vida del semanasantero. Hay que limpiar andas, preparar los tacos, vestir a los santos, perfumar los pasos o colocar las ramas del olivo, para que el paso de la Oración luzca mejor que ningún año. Pero las ramas justas. Ni pocas, ni muchas. Las justas para que se vean las imágenes y para que el bamboleo en el baile de los cargadores sea estético y solemne. Y así pasan las horas para que todos los pasos estén preparados en sus tableros para salir en procesión.

Es Martes Santo. Como os dije al comienzo de mi Pregón, este año es el día de la primera luna llena de la primavera e iluminará el paso del Cristo de la Clemencia, esta imagen que nos preside. Cristo de mirada caída y rostro sereno, imagen de gran devoción que recorre esta noche las calles acompañado de su Cofradía. Es una Cofradía joven. La más joven de vuestra Semana Santa, que además es la única que ha innovado en el hábito procesional. La del Martes Santo es, si me lo permitís, la gran rogativa de la ciudad, porque este Cristo de la Clemencia, lo dice su propio nombre, fue siempre imagen popular, de rogativa, de acción de gracias. Sale la procesión de la Iglesia de Santiago, donde se le reza todo el año, y se dirige hasta esta Iglesia de Santa María de Mediavilla, que abre sus puertas para que la bendita imagen, a hombros de sus cargadores, entre en el interior del templo y se celebre un acto penitencial con el que todos meditamos sobre la Pasión.

El Miércoles Santo por la tarde, cuando finaliza el Triduo, se inicia un populoso Via Crucis que preside el Cristo del Amparo. En mi tierra, está noche también sale el Cristo del Amparo, al que acompañamos con capa parda de las tierras de Aliste y sonido de matraca y un solo de bombardino. Aquí la imagen sale a la calle sobre el hombro de sus cargadores. La Vía Dolorosa la marcan las 14 estaciones que se han distribuido por ella. Se hace el silencio. Primera Estación: Jesús es condenado a muerte. Ilumina la luz de las antorchas las cruces que señalan cada estación. Resuena con fuerza la voz del oficiante y se escucha el bisbiseo de los rezos de los asistentes. Avanza la procesión. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mi.

Público y cofrades están juntos en la Calle Mayor. Poco a poco el Cristo del Amparo avanza por ella. Hermanos de otras cofradías que lo acompañan, van recogiendo las cruces de cada estación como improvisados Cirinéos camino del Gólgota. Cuarta Estación: Jesús se encuentra con su Santísima Madre. Y sucede. Esta noche el Hijo, el Cristo del Amparo, se encuentra con la Madre, la Virgen Dolorosa, que contempla su paso por la calle de la Amargura. El tiempo se queda en un éxtasis y se nota el frío de la noche. Sucede en la puerta del mediodía de la Iglesia de Santiago. Madre e Hijo se enfrentan. El Hijo sufre, está clavado en la Cruz; la Madre entorna los ojos, mira al Padre, siente la increíble punzada del sufrimiento.

La secuencia dura minutos, pero la sentimos eterna. La Madre sólo se asoma para ver pasar a su Hijo, para darle amparo. Saldrá a la calle mañana, en la procesión del Mandato. Hoy, Miércoles Santo, ya intuye el sufrimiento de los próximos días.

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol. Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Siempre se dijo así en mi tierra y supongo que también aquí. Del popular dicho hoy sólo nos queda ya el Jueves Santo. ¡Y no me digáis que no es esplendoroso el Jueves Santo cuando la primavera nos obsequia con uno de esos días de luz y temperatura agradable!. Cuando la estación nos brinda uno de esos Jueves Santo de verdad, decimos que se da el clima propicio para la procesión. Ya han llegado todos, los riosecanos que vuelven a los días centrales de la pasión y los numerosos visitantes que se van a sentir, estoy seguro de ello, unos más de los de aquí. Es día de comida en familia, de comentar cosas y de avanzar el desarrollo de la procesión.

Apenas hemos comido, todo se mueve ya en las casas de Rioseco. Los hábitos, que han estado guardados desde la pasada Semana Santa, ya hace unos días que están preparados. También el farol de luz o la horquilla de cargador. Con ellos os dirigís al lugar de cita del mayordomo del año para participar en el refresco. Está ya en marcha el reloj de la tradición.

Vosotros sabéis mejor que nadie que Medina de Rioseco da un valor inmenso a sus ritos y tradiciones. Os imponéis al deber de padres, de cuidar y educar a vuestros hijos, el de educarles en el amor a la tierra y a sus tradiciones, en particular a este gran tesoro que es la Semana Santa. Por eso los apuntáis cuando nacen o cuando son pequeños. Por eso los vestís de cofrades y los lleváis a la procesión, sin importar la hora o el cansancio.

Entre los grandes ritos está participar en el refresco que ofrece el mayordomo del año a su Cofradía, compartir un simple café y una pasta con los hermanos de la misma y esperar en animada charla a que suene el Pardal. ¡No me negaréis que ese sonido es parte de vuestra vida!. Con este toque de trompeta sentís la llamada y empezáis a crear esta tarde una procesión cívica que es única y que llamáis Desfile de los Gremios. Abre la banda. Detrás el Pardal y el mayordomo con su vara y los cofrades. Se van sumando todas las cofradías al pasar por cada refresco. Se llega así al Ayuntamiento, donde se hace invitación oficial a las autoridades a participar en la Procesión del Mandato. Y ya, todos juntos y en procesión, os dirigís hasta la Iglesia de Santiago para asistir a los oficios, a la Misa de la Cena, del Lavatorio y ser testigos del momento más importante de la celebración, la institución de la Eucaristía. La Hostia consagrada el Jueves Santo, será la presencia de Cristo entre nosotros hasta que resucite. Por eso se reserva y se traslada de forma solemne, bajo palio, hasta esta Iglesia de Santa María, donde se coloca en el Monumento que será nuestro referente para la adoración el Viernes Santo.

Tarde noche de Jueves Santo. Entre dos luces. Se escuchan los tambores y las cornetas. A lo lejos parece que se oye el sonido hueco de un redoble de tambor destemplado. Es el Tapetán. Estamos en la Calle Mayor, que está llena de gente. Es el lugar al que hay que ir a verla y a participar. Es el corazón de la procesión del Mandato. Sus soportales parece que resguardan del frío de la noche. Llega la cruz y la bandera. Detrás el Pardal. Los hermanos y las hermanas de luz en la fila..., y al fondo ya se ven los primeros pasos. Asistimos a la representación cronológica de la Pasión, desde que Cristo, arrodillado, oraen el Huerto de los Olivos, hasta que es clavado, pero no ha muerto en la Cruz.

Los cofrades visten hoy hábito de terciopelo morado o de paño negro castellano, según el origen de la antigua Cofradía, Vera Cruz o Penitencial de la Pasión. Llevan la cara cubierta con vuestro peculiar capuz romo, la careta que llamáis aquí, y llevan un hachón de madera rematado en un farol, que protege y mantiene la llama de una simple vela. Algunos cofrades van descalzos en su particular y anónima penitencia. Otros, con la cabeza inclinada y con la mirada perdida en el suelo. Algunos llevan a sus hijos, vestidos también de cofrade, en brazos.

Hay bullicio, porque el pueblo espectador comenta la procesión y aplaude el esfuerzo de los cargadores. El murmullo se confunde con la música y con las las voces de mando del Cadena que dirige la marcha del paso: movimiento rápido para los traslados y lento y armónico en el baile. Y uno siente como se escribe el evangelio según Medina de Rioseco. Padre mío, si es posible pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Las ramas de olivo se mueven majestuosas por el baile acompasado de los cargadores, y arrastran la mirada de los espectadores, mientras uno siente a lo lejos el sonido seco del latigazo sobre la espalda del Señor en la Flagelación. Y cuando el paso se para, el Tapetán redobla escondido bajo el tablero su sonido áspero, que aquí nos recuerda la dureza del momento en el que el látigo descarga sobre la espalda ensangrentada del Maestro. 200 años cumple en esta Semana Santa la Cofradía de la Flagelación, 200 años de vivencias siempre iguales y siempre nuevas.

Y tras el martirio le cargaron con un madero, en el que iba a morir, para que lo subiera al Gólgota. Nos lo recuerda la imagen de vuestro Nazareno de Santiago, paso en el que el sayón, trompeta en mano, avisa de que Jesús con la Cruz a cuestas avanza hacia el Calvario. En esa cruz vamos cada uno de nosotros con nuestros problemas, con nuestras vicisitudes y con nuestros pecados.

Y camino del Calvario se cruzó con una mujer que limpió su rostro y en su paño quedó plasmada su Santa Faz. Penoso tránsito en el que Jesús cayó hasta tres veces. El peso de la cruz es insufrible y por eso tomaron a un hombre que regresaba de las tareas del campo, Simón de Cirene, al que obligaron a ayudarle en el duro trance a llevar la Cruz. Es vuestro Nazareno de la Santa Cruz.

Ya en el Calvario, lo desnudaron y se sortearon sus ropas y lo clavaron en la Cruz. Es la imagen del Cristo de la Pasión, Cristo vivo, con la mirada al cielo... Dios mio, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Allí tuvo que soportar todavía el escarnio y la burla, horas eternas de sufrimiento que presenció su Madre. Es la Virgen Dolorosa que cierra la procesión, este año en su renovado tablero, que los artesanos locales han procurado que mantenga la esencia y el diseño del primero con el que salió en procesión. Virgen de rostro tenso, roto por la pena, con el corazón destrozado, en el que se clavan los siete puñales, los siete Dolores de la Virgen, que sólo tendrán el consuelo del rezo de la Salve popular cuando termine la procesión.

Es una procesión vieja, auténtica, con sabor a antaño, de profunda vida interior y de participación popular. Junto a los hermanos de hábito morado y las mujeres enlutadas de mantilla, se une el pueblo llano, que en la fila de cofrades o en la acera como espectadores, acompañan esta tarde a Cristo por su Calvario en Rioseco.

Las miradas de los espectadores lo dicen todo. La expresión de ánimo a los cargadores es la eclosión de un pueblo que se identifica con el gran auto sacramental que se celebra. La emoción de los mayores llega al culmen cuando unos metros más allá, en la puerta de Ajújar y ante la Virgen de la Cruz, los pasos de Cristo protagonizan la popular Rodillada, momento de respeto, que es parte esencial de vuestra Semana Santa. La procesión finaliza con el emocionado canto de la Salve en el Corro de Santa María. Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, porque te reconocemos Madre, porque aquí tienes a tus riosecanos, que se han quedado hasta avanzada la noche para acompañarte en el dolor y para que sepas, Madre, que no estás sola.

El Viernes Santo es en Medina de Rioseco el día los Monumentos. Por eso la mañana es para visitarlos en familia y rezar la Estación. La Iglesia está de luto, pero el Monumento tiene luz propia.

Se come de vigilia, potaje y bacalao y de nuevo, tras la comida, se pone en marcha el rito de acudir a la procesión. Hoy no es el hábito morado. Son los hábitos blancos de la antigua Cofradía de la Quinta Angustia y Soledad. Con él hay que acudir al refresco y al posterior Desfile de los Gremios.

Fijaros que la sociedad ha cambiado, que ya no tenemos una sociedad gremial, pero que aquí todavía se mantiene presente de alguna manera, en el desfile previo a la procesión y en el nexo de algunas cofradías con los sectores de actividad. Hablar aquí de gremios es hablar de esencia y de raiz, evocar un pasado de esplendor que puede que se haya perdido, pero que estos días regresa con fuerza y hacen de Medina de Rioseco un referente de las celebraciones de la Semana Santa de España.

Finaliza el desfile de Gremios y tras el oficio de la Pasión del Señor, se pone en marcha la procesión del Dolor. Ahora la Calle Mayor cede el protagonismo a la Plaza del Corro, donde se concentra la expectación y las emociones. Y en verdad que emociona lo que aquí sucede.

Cuando acaba el oficio en Santa María, los cargadores de los pasos grandes se dirigen a la capilla donde van a protagonizar un momento de intensa vida personal, religiosa y tradicional. Todavía hay tiempo para reponer fuerzas. Lo hacen con un viejo rito, el de comer aceitunas y escabeche, que según cuentan algunas crónicas, era el primitivo convite del refresco de los mayordomos. Cumplida la tradición, los cargadores entran en la capilla. Lo hacen según el rito de siempre: los de Longinos por la puerta del lado izquierdo y por la puerta de la derecha los de La Escalera.

Minutos antes el Cadena arenga a los cargadores. Les motiva, les da ánimo y fuerza. Les asegura que nadie como ellos para ejecutar el cometido. Y rezan. Arrodillados en el interior de la capilla, rezan. Un padrenuestro, una oración personal e interior... ¿Recuerdos?. Todos. ¿Emociones?. Sin límite. Mirad sus rostros. Denotan tensión. Las miradas se cruzan esquivas entre unos y otros. Se santiguan. Las puertas de la capilla de los pasos grandes están abiertas y suena el Pardal.

¿Qué ha pasado?. Se ha detenido el tiempo. Parece que hasta el bullicio de la calle se ha amortiguado. Y si estás cerca de la puerta, escucharás al Cadena que pregunta a sus hermanos cargadores: ¿Conformes con los puestos?... Un si sonoro, brillante, se cuela en nuestros oídos. Y entonces deja su palote y sale a la calle para dirigirse al director de la banda al que indica: Música Maestro, que suene La Lágrima, que va a salir Longinos.

Es un acto de exaltación riosecana. Es un momento único en el que las notas solemnes de una marcha fúnebre empiezan a envolver el ambiente. La Lágrima, la marcha fúnebre compuesta para la muerte del General O D'Onnell, tiene hueco propio en vuestra ciudad, en vuestra mente y sobre todo en el corazón. No viene de la tradición, pero sus notas se han adueñado de la tarde del Viernes Santo, han sabido mecer un momento que tiene mucho de épico, e ilustra uno de los ceremoniales más hermosos y titánicos del año.

Mientras suena la marcha, en el interior de la capilla ha empezado la maniobra. Es el Cadena delantero quién la dirige con la riosecana voz de mando: ¡Oído!. Nadie habla. Sólo escuchan. Sólo obedecen. Dan pasos cortos y desde fuera llegan los ecos de los comentarios de los espectadores. Parece que se ve que la cruz ya se mueve. Parece imposible que salga por la puerta....

Un poco más, Un poco más, bajad un poco más.. Con los brazos aferrados a los palotes, a sangría, la maniobra se ejecuta con precisión y con la respiración contenida. Caras de sufrimiento. Los rostros no se cubren con la careta porque la maniobra sería imposible. Las túnicas siguen prendidas a la cintura. ¡A pulso!. Da igual el tiempo que haga, porque el sudor aparece en medio del enorme esfuerzo de los cargadores. Se escucha sólo la música. El pueblo ahora sí guarda silencio. Es el asombro, la viveza, la tensión del momento.

¡Parece que la cruz vence el dintel de la puerta!. Casi lo roza. Y cuando el paso ya está fuera, nueva voz del cadena: ¡Oido!. Lanza un manotazo sobre el tablero y todos a una llevan los palotes al hombro. Una mueca de dolor aparece en el rostro de los cargadores al caerles el peso del tablero, pero también es una mueca de alivio y de orgullo, porque la maniobra se ha completado con éxito. Y nadie piensa entonces que hay que volver a meter el paso en la capilla. Están en la calle, comienza la procesión. Entonces el pueblo estalla, brotan los aplausos de forma espontánea. Es el homenaje de los espectadores a los cofrades que un año más han sido capaces de asombrarles.

Y tras Longinos, en el otro lado de la capilla, espera el paso del Descendimiento, la popular "Escalera". Sus 20 cargadores ya han tomado la resina, para que sus manos se agarren a la madera y no resbalen. Ellos son ahora los protagonistas. La maniobra es idéntica. El "oído" que lanza el Cadena hace que los cargadores estén preparados. Y otra vez a sangría. Y otra vez la orden al director de la Banda para que suena la música, "porque va a salir la Escalera". Y de nuevo el tremendo esfuerzo, la increíble demostración de fuerza, la maravillosa maniobra de la precisión y de la tradición. Así comienza su movimiento en el interior de la Capilla para la salida a la calle.

350 años cumple este año este enorme grupo escultórico que es vuestro, que está en vuestro corazón, que no tiene que imitar a ninguno y que es parte de vuestro patrimonio vital. 350 años recorriendo calles, recogiendo los esfuerzos de cientos de cargadores que pasaron a lo largo de los años por sus palotes. Estoy convencido de que estos pasos grandes salen y entran de su sede con un esfuerzo casi sobrenatural, el que prestan los brazos y los hombros de los cargadores que ya no están y que desde el cielo os ayudan a soportar la enorme carga, que un año más vive toda la ciudad de Rioseco en la noche del Viernes Santo.

Con los pasos grandes en la calle y escoltados con los hermanos de túnica blanca, de nuevo la cronología en la procesión del Dolor. Abre la Crucifixión. Y cuando inicia la marcha, nos parece escuchar el golpe sobre los clavos en cada orden de marcha del Cadena. El rostro doliente y humano del Cristo de los Afiligidos, con la mirada al discípulo amado y a la madre. Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre. Y tras dar una gran voz: ¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu!, expiró. Cristo muere en la Cruz, su cabeza cae inerte, pero su rostro transmite serenidad y lo vemos en la imagen del Cristo de la Paz. José de Arimatea ayuda a bajar el cuerpo de de Cristo de la cruz y la madre lo acoge en sus brazos. La Piedad nos muestra el dolor, la resignación, la pena de la madre, que apenas puede sostener el cadáver del hijo que debe ser enterrado. Dios ha muerto y su cuerpo yacente es llevado en unas parihuelas al sepulcro. Es un entierro sencillo, a la manera de los pueblos de Castilla y León. Y entonces si que la Madre se ha quedado sola, con la mirada clavada en la cruz, en el símbolo de la redención. Es la Virgen de la Soledad la que cierra la procesión.

La soledad de una madre que ha perdido a un hijo es imposible de evitar. Tratamos esta noche de acompañarla, de arroparla con nuestras túnicas, con los hachones en las manos, con la compañía de los cofrades y de las mujeres de Rioseco que van de luto, alumbrando y tratando de aliviar su pena.

La procesión es solemne y grandiosa en la Calle Mayor, desde cuyos balcones los espectadores tocn las imágenes que tienen a la altura de sus miradas. Asombra aquí el baile de los pasos grandes que, como grandes veleros, van de izquierda a derecha al son de la música. Izquierda, derecha..., es un ritmo lento, cadencioso, con el que se avanza apenas unos pocos metros. Cuando la banda enmudece, el avance del paso es rápido hasta culminar el poso y colocar las horquillas, que clavarán el paso al suelo y darán el merecido descanso a los cofrades. Y surgen los aplausos del pueblo ante su muestra de habilidad y fuerza.

Cerrada la noche, postrados ante la Virgen de la Cruz en la Rodillada, la procesión regresa a la iglesia de Santa María. Otra vez en el Corro la imponente maniobra de los pasos grandes para volver a su capilla y esperar, otros 365 días, para estar de nuevo en la calle. La Salve, que todo el pueblo canta ahora a la Virgen de la Soledad, pone el punto y final al Viernes Santo Riosecano.

Y ya estamos en el Sábado Santo. Día de luto en la Iglesia, sin culto, con las formas consagradas en el sagrario esperando que en la noche se oficie la Vigilia Pascual en Santa María de Mediavilla. Finaliza la Semana Santa, se proclama el pregón pascual y la liturgia de la Palabra. Se hace la luz en la ceremonia del fuego con la que se enciende el cirio Pascual, rememoramos las promesas del Bautismo y participamos en la Eucaristía. Entonces, los cristianos sentimos que ya llama a la puerta de nuestra alma La Pascua.

Resucitó. No está aquí. El sepulcro está vacío. Amanece el Domingo de Pascua. Con capa blanca los hermanos y con mantilla blanca las hermanas, acompañan en procesión al pequeño Resucitado que sale de la Iglesia de Santa María. En la calle Mayor, junto a la Iglesia de la Santa Cruz se encuentra con su Madre, la Virgen Coronada de Nuestra Señora de la Alegría. Cae el manto de luto y explota la mañana de Pascua.

Ha resucitado. La vida ha vencido a la muerte. Suena el himno Nacional y suenan los cohetes. El pueblo aplaude. Hay, no lo dudéis, más luz y alegría en los corazones de los creyentes. Es mañana de Resurrección y es el final de la Semana Santa en Rioseco.

El lunes siguiente es el de la vuelta a la normalidad. Si me lo permitís, es el día que marca el comienzo de los preparativos de la Semana Santa del año siguiente. Es tiempo de recoger iglesias, enseres, mantos, hábitos... Hasta esto es un rito en esta bendita tierra, porque el primer domingo de Pascua, rendís honor a los difuntos, a aquellos que procesionaron un día por la Calle Mayor de vuestra ciudad y hoy procesionan junto al Padre en la Calle Mayor del cielo. Y tras la misa, en orden, los pasos vuelven a la Iglesia de la Santa Cruz, museo en el que durante todo el año podrán ser admirados.

A partir de aquí es la ciudad de todo el año, la de los atardeceres maravillosos del verano junto al Canal de Castilla, la de las animadas charlas en la Vía Dolorosa de estos días, otra vez convertida en Calle Mayor, la de la ciudad que lucha por sobrevivir y encontrar un pujante futuro.

La Pascua nos llega con su ciclo romero. En Abril, honrareis a San Marcos, el patrono del gremio de los Carniceros (otra vez los gremios); y en mayo, muy cerquita de aquí, en Palacios de Campos, al Cristo de las Aguas. En Junio, ya no será en jueves, pero seguro que relumbra, la fiesta del Corpus Christi, donde de nuevo Dios vuelve a las calles en la magnífica Custodia de Arfe, entre la devoción popular y los niños de primera comunión.

Y llega el verano, y la ciudad recobra vida con la vuelta de muchos hijos de Rioseco que pasarán aquí sus vacaciones. En julio festejaréis a Santa Marta, la patrona de los camareros y a San Cristobal, al patrón de los transportistas. En Agosto a la Virgen de las Nieves y el último fin de semana, en la Calle Mayor, se hará el mercado de la India Chica, recuerdo de la tradición ferial que un día tuvo esta tierra y prolegómeno del 8 de septiembre, día grande en el que honráis a vuestra patrona, la Virgen de Castilviejo, la más señera de todas las romerías, con procesión por la ermita y merienda campestre. En la semana siguiente seguís la fiesta en la romería, ahora del Cristo de Castilviejo. La protagonista es la vieja y popular ermita de las afueras, aquella hasta la que paseáis tantas veces durante el año.

La Cofradía de Santa Teresa rinde culto a la Santa en octubre y la Cofradía de San Juan de la Cruz a su santo en el mismo mes. En noviembre, por los santos llevaréis flores a las sepulturas de vuestros seres queridos y cuando haya asomado el invierno, estaremos metidos en la Navidad. Pondréis el belén en casa y volverá el reencuentro con las familias y con el nuevo año. Por Reyes dejaréis los regalos a los más pequeños y en Febrero, Santa Águeda tendrá su lugar de honor en vuestro calendario de celebraciones. Y llega el Miércoles de Ceniza, la cuaresma, la preparación para la Semana Santa y para la Pascua y nos habremos hecho un año mayores. Vendrán nuevos mayordomos y un nuevo pregonero a contaros como son estos días. Nuevos hermanos de paso y nuevos cofrades al mundo, que cubrirán los huecos que van dejando los que son llamados al Padre.

Es el ciclo inexorable de la vida. Es la rueda que no para, que marca nuestras vidas y que nos hace pensar en lo rutinario y efímero que es todo. Pero lo vivimos, lo disfrutamos y lo amamos.

Cree haber cumplido esta noche el pregonero con el encargo del Vara Mayor de convocaros para la celebración de la Semana Santa del 2014. Lo he hecho desde el convencimiento de que sigo una tradición importante para vosotros y de que conoceros más a fondo es todo un privilegio. He sentido el honor de haber vivido de forma anticipada sentimientos y emociones que sólo los hijos de Rioseco son capaces de transmitir y de haber compartido charlas y momentos gran riqueza. He eludido dar nombres, ni siquiera de las personas que me han ayudado y animado a estar hoy aquí, a los que agradezco infinito su tiempo y sus aportaciones. Pero no quiero dar nombres, porque los protagonistas de la Semana Santa de esta ciudad sois todos, hermanos de las cofradías y hermanos de la acera. Todos los riosecanos os implicáis de una forma maravillosa para hacer posible un milagro que se repite cada primavera y que hoy ya se está obrando, desde el mismo momento en el que esta tarde, antes de comenzar este acto, sonó el Pardal.

Luis Jaramillo Guerreira

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