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En calzoncillos en la Ciudad Universitaria de Madrid. I. Permuy
1 novatada, 6 muertos
Sociedad

1 novatada, 6 muertos

Portugal reabre el debate sobre los ritos iniciáticos universitarios por la tragedia ocurrida en la playa de Meco. Los campus españoles carecen de medios para combatirlos

Antonio Corbillón

Miércoles, 5 de febrero 2014, 19:10

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Ver muertos en la sala de disección no es nada... Donde de verdad temblaréis será en las novatadas». Es uno de los anuncios de bienvenida que pudo leerse el pasado septiembre en los tablones de alumnos de las facultades de Medicina de Valladolid o Granada. Quienes algún día tendrán la responsabilidad de curar a los demás, conservan la fama de «ser los más salvajes» en los rituales iniciáticos que se multiplican por todos los campus cuando arranca el curso. Donde tiemblan, pero de indignación e impotencia, es en Portugal. El país descubre ahora que los seis jóvenes estudiantes que se tragó el mar hace mes y medio en la playa de Meco (a 40 kilómetros al sur de Lisboa) participaban en una novatada universitaria. De espaldas al mar, sin tener en cuenta las espeluznantes olas que chocaban contra la orilla, iban dando pasos hacia atrás a las órdenes de un 'veterano'. No faltaban las capas negras al estilo de la tuna. Hasta que el Atlántico castigó la ceguera de estudiantes y autoridades académicas.

Ahora se enteran estupefactos de que en el organigrama de sus facultades conviven, junto a los seminarios y departamentos, órganos como la Comisión Organizadora Académica de las Novatadas, a la que pertenecían los seis fallecidos. El único superviviente, un chico de 23 años, era el 'dux' (duque) de esta especie de logias en las que el maltrato es un derecho adquirido. El chico mantuvo la habitual 'ley del silencio' durante semanas.

La estupefacción lusa se ha transformado en debate público y enconado cuando, a pesar de lo ocurrido, se escucha la opinión de su ministra de Justicia, Paula Teixeira da Cruz: «No tiene sentido prohibir inocentadas que, en determinados casos, son bonitas. Prohibir no es la solución».

Por extraño que parezca y, a pesar de las trágicas consecuencias, los estudiantes españoles que realizan cursos Erasmus en Portugal piensan como su ministra. «Son prolongadas durante los primeros meses, ya sea haciendo el ridículo por las calles o cantando villancicos -asegura Íñigo Ortega, que estudia en el Instituto de Economía de Lisboa-. Tienen un papel importante a la hora de romper miedos. Es un evento con muchos pros y no tantos contra». Carlos Eutiquio Rojo, también estudiante de Económicas pero en Coimbra, coincide con su compañero en que se trata de «cenas, excursiones, canciones, hasta juegos y órdenes serias pero nada agresivas». En lo que lleva de curso, Carlos dice que los 'caloiros' (novatos en portugués) «participan con ganas y entusiasmo y nunca obligados o contra su voluntad». Estos dos universitarios están de acuerdo cuando se les pregunta por una hipotética prohibición: «La solución no pasa por suprimirlos, sino por civilizarlos y controlarlos de forma más segura».

Volvamos a las universidades españolas. Después de varias semanas con los aledaños del campus de Valladolid repleto de alumnos en pijama, llenos de harina o las novatas de Medicina simulando la felación de un plátano que sostenían los varones, su claustro llegó a debatir esta propuesta estudiantil: «Adopción de medidas para que se puedan retomar las novatadas, consultado con los estudiantes y bajo unos límites establecidos de manera consensuada». Se nota que su promotor es estudiante de Derecho. «Las novatadas no se pueden defender como tal, solo proponíamos que se mantuviera el rito de iniciación pero respetando la ley», argumenta el portavoz de la Asociación de Defensa del Estudiante, José Ángel Alonso. Este veterano de segundo curso insiste en que a sus mejores colegas, esos que «hasta te dejan los apuntes», los conocí en las novatadas (de víctima, claro). En ambientes estudiantiles de varias universidades ya se defiende la instauración de 'novatódromos'. Lugares donde doctorarse en el arte de la obediencia... para mandar mañana.

Ana Pérez Espartero es profesora de Económicas y tutora de los Erasmus de su especialidad en tres universidades lusitanas. Además de estar pendiente lo que hacen sus alumnos allá, no deja de hacerse preguntas de lo que sucede en España. «¿Qué ocurriría si viéramos a un grupo de personas obligando a un animal a arrodillarse, cogiéndolo por los pies y las manos, abriéndole la boca y haciéndole tragar calimocho o cualquier otro brebaje? ¿Y si viéramos a un grupo indefenso de animales arrodillados contra un paredón, recibiendo indiscriminadamente lanzamientos de huevos, ketchup, leche, vinagre, vísceras de animales, harina...? ¿No pondríamos el grito en el cielo?».

El argumento sobre el carácter inocuo de la inocentada no tiene defensa. «Las novatadas dejan huella siempre en todos los que participan en ellas», insiste la psicólogo y vicerrectora del Servicio a la Comunidad Universitaria de la Universidad Pontificia Comillas, Ana García-Mina. Hace seis meses presentó junto a su colega, Ana Aizpún, el estudio 'Novatadas. Conocer para entender'. Es el primer trabajo que se hace en España, un país con una sorprendente tibieza en la materia. Mientras en otros países está en el Código Penal (Francia) o es punible si la falta es denunciada (Estados Unidos), su persecución en nuestras universidades se rige por un reglamento de Disciplina Académica de 1954. En la reunión de vicerrectores españoles que se celebra mañana en Salamanca «volveremos a pedir un régimen sancionador moderno», insiste Ana García-Mina.

El placer prohibido

Desde hace dos cursos, universidades y colegios mayores comparten un manifiesto con el compromiso de perseguir estas prácticas. Sin embargo, unos y otros reconocen que «estos hechos no han crecido pero tampoco han descendido», admite Carlos García, secretario de la Asociación de Colegios Mayores, en cuyos centros se alojan este año unos 17.000 alumnos. También que temen 'pasarse' con las sanciones. «Si nos excedemos con ellas, lo prohibido se convierte en deseable», lamenta Rocío Anguita, vicerrectora en el campus castellano. En todo caso, las sanciones han tenido un efecto positivo. «El asunto ha salido de las habitaciones y los pasillos y ha saltado a las calles y a los parques -reflexiona Ana García-Mina-. Ya es público y se ve. Y eso implica a más autoridades». Sin olvidar las redes sociales, llenas de fotografías y vídeos de estas gamberradas. Alguno tal vez lamentará en el futuro que, junto a sus matrículas de honor, figure en su currículum una imagen que eche por tierra sus aspiraciones profesionales.

Más de un experto trata de explicarse una aparente contradicción. ¿Como es posible que los mismos jóvenes que se suelen revelar contra la injusticia luego son capaces de defender estos abusos? «Tal vez ahora nos expliquemos esos preocupantes informes sobre la violencia entre sexos, en los que cada vez más adolescentes no reconocen los casos de maltrato», advierte la psicóloga García-Mina.

Desde su asociación No más Novatadas, la también psicóloga Loreto González-Dopeso insistirá con los miembros de la Comisión de Educación del Congreso, esos que «casi nunca nos contestan». Loreto trata de que no la desborden «las emociones cuando llaman las familias desesperadas», mientras acumula «relatos escalofriantes que no trascienden». También hay defensas numantinas. «Quisieron gastarme una novatada y les dije que, si me tocaban, los mataba uno a uno. Ni me tocaron. Son todos unos cobardes», apunta Gaber en un blog estudiantil. Un auténtico postgrado en supervivencia.

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