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La madre superiora, María José de Notredame, sostiene en sus manos un retrato de la fundadora, Juana Jugan. / R. G.
132 años de convivencia con los milagros
VALLADOLID

132 años de convivencia con los milagros

Las Hermanitas de los Pobres, que han decidido cerrar su residencia por falta de vocaciones, crearon una insólita red social de altruismo

V. A.

Domingo, 27 de octubre 2013, 18:28

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Una pequeña imagen de San José recibe a los visitantes, junto a la portería. A su lado, un cartel: «Buen San José. Necesitamos para nuestros ancianos café, yogures naturales y de sabores, y ayuda para pagar la factura del agua y la luz». A primera vista podría parecer un brindis al sol, pero no lo es. En absoluto. Para las Hermanitas de los Pobres esa hoja petitoria es mucho más eficaz que una carta al Defensor del Pueblo, o al Rey. San José nunca les ha fallado. La Providencia no las ha abandonado. «Doy con una mano y al momento llegan furgonetas con fruta, verduras, alimentos... de gente que nos trae cosas que no hemos pedido», explica la madre superiora de Valladolid, sor María José de Notredame. Para ella, como para las demás religiosas, la Providencia es mucho más que un concepto, una idea, o algo en lo que creer. Es una evidencia. «La gente no entiende que existe, pero nosotras llevamos 132 años aquí y no nos ha faltado nada». Y eso que tener, lo que se dice tener, no tienen nada.

Desde que en 1839 Juana Jugan, la fundadora, atendiera a la primera anciana, las Hermanitas de los Pobres han llevado a rajatabla su exigencia de hacerse pobres con los pobres. No acumulan dinero. No manejan rentas. Cuando reciben una donación importante, no la invierten, la gastan (aquí o donde haga falta). No aceptan subvenciones oficiales. Todo ello las proporcionaría seguridades materiales, sin duda, pero atentaría directamente contra su carisma, que es el de fiarse absolutamente de la voluntad de Dios. «Es una locura», cuentan que le replicaron a Juana Jugan otros hombres de Iglesia cuando planteó por primera vez este desafío, y ella respondió: «Sí, pero si Dios está con nosotras, esto se hará». 174 años después, no debe ser fácil hacerlas dudar mínimamente de su existencia.

«Hemos confiado siempre en la Providencia y ¿vamos a dudar ahora?. ¡Si para el Señor no hay crisis!», explica la madre superiora. Eso sí, a veces notan sus efectos en esas familias a las que acuden a pedir y que tienen menos capacidad para dar que antes. «Pero impresiona la voluntad con la que se esfuerzan en colaborar con nosotras, aunque sea con poco. He de decir que nos hemos sentido siempre muy queridas en Valladolid».

La Providencia escribe a veces con renglones torcidos. Los más veteranos del lugar recuerdan que en plena guerra civil las Hermanitas habían pedido a San José patatas para sus ancianos. Y, repentinamente, apareció un camión cargado con varias toneladas. Pero la sorpresa mayor fue descubrir que venía escoltado por agentes del orden. El camionero era, en realidad, un donante no exactamente voluntario, un estraperlista pillado in fraganti al que se le ocurrió la treta de decir que su cargamento era un donativo para las religiosas, con el fin de evitar sanciones mayores.

Plantearse la marcha

Con todo, hay que admitir que hasta la Providencia tiene sus limitaciones. Bienes materiales no han faltado nunca, ni voluntarios para colaborar, pero sí vocaciones religiosas. Su carencia es, justamente, la que obliga a plantearse su marcha de Valladolid. Las religiosas que quedan son casi todas muy mayores y apenas están en condiciones de atender a sus internos. En ocasiones tienen más edad y peor salud que ellos.

Sea como fuere, sor María José quiere dejar claro que aunque la decisión está tomada, el cierre no se hará efectivo en ningún caso hasta que las hermanas hayan podido dejar resuelta la atención de los 102 ancianos que actualmente residen en «Mi casa», que es el nombre que recibe su centro del camino Juana Jugan. Y dejar resuelta su situación implica colocarles en otras casas de la orden, si es posible, o al cargo de quienes asuman en el futuro la gestión de su edificio, pero siempre en las mismas condiciones de hoy. Esto es, respetando que su aportación económica será el 85% de su pensión, y asumiendo que estamos hablando de las pensiones más bajas, por lo que las aportaciones medias rondan escasamente los 500 euros.

Por ello, ellas siguen trabajando como si nada. «Me preguntaban si se mantenía la Operación Kilo de este año y he dicho que sí, desde luego. ¡Quién sabe si no seguiremos aquí todavía el año próximo!», explica la madre superiora. En unas semanas podría despejarse en parte esa duda. La residencia del Camino Juana Jugan es la cuarta que ocupan las Hermanitas en Valladolid en sus 132 años de historia. La primera fue en la calle de San Lorenzo, desde la que se trasladarían a otro edificio en Juan Mambrilla y luego a la que hasta ahora ha sido su sede más estable, la de la calle San José. Allí estuvieron 90 años, hasta que en 1980 se trasladaron a su edificio actual. De entonces acá, más de 4.000 ancianos han pasado por sus manos. Y antes, otros 10.000. Todos con pocos recursos.

Lo que más impresiona al recorrer sus instalaciones y hablar con internos, hermanas y voluntarios es comprobar cómo han logrado crear una auténtica red social de altruismo y generosidad. Es el mayor de sus milagros. Los internos colaboran en las tareas de la residencia, y lo hacen con gusto, sintiéndose útiles. Y, sobre todo, con la certeza de que nadie abusa de ellos. Allí, en el hogar de Juana Jugan la norma universal es que todo el que puede echa una mano. Es una especie de aplicación práctica del viejo principio comunista formulado por Carlos Marx «De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades». Sólo que en la versión que encarnan las Hermanitas el requisito primero es que el que se coloca en el centro de la red acepte ser el más pobre de entre los pobres.

Eulogio Mozo, natural de Montemayor, es el interno de más edad de la residencia, con 100 años a sus espaldas llevados con más que notable dignidad. 33 de ellos los ha pasado con las monjas y 24 de ellos se ocupó de labrar la huerta. Ahora su salud no lo permite, pero no cabe dudar de que, si pudiera, seguiría con el azadón en la mano. «He hecho mucho por la casa. He plantado pinos, he recogido patatas... no he estado nunca parado».

Comisión de Ancianos

También es residente Cirila Cuesta. Preside la Comisión de los Ancianos, lo que le confiere un cierto carácter de representante de los internos. «Se colabora mucho con las hermanas, por agradecimiento. Yo lo hago con toda la ilusión y muy feliz. Es como si estuvieras en casa. Estás entretenida y no te aburres», asegura. Entre esas tareas están la de atender la portería, planchar, ayudar en la cocina, colaborar en la carga y descarga de las donaciones, ayudar a otros residentes con más limitaciones... En cuanto queda claro que la residencia no es ningún negocio -lo que aportan las pensiones de los internos no llega ni siquiera para pagar a los 38 empleados del centro, no digamos la comida, calefacción, luz...- lo que se impone es que la residencia es lo más parecido posible a un hogar.

Sor María José lo explica con cristalina transparencia: «Nuestros hijos son los ancianos. Es nuestro apostolado. Es una vocación».

Una familia en la que los padres (madres en este caso) son los que más se sacrifican. Y la expresión más notoria de ello es que todos los días del año, haga frío o calor, las monjas salen de su centro a recorrer la ciudad en busca de la caridad de la que viven. Van de casa en casa pidiendo ayuda para su proyecto, que es lo mismo que decir, ayuda para sus ancianos.

«Yo estoy aquí por ellas, por ayudarlas. Hay que verlas salir a las siete de la mañana, con lo mayores que son, a pedir todos los días del año. Hay que estar aquí para verlo y para ver cómo no paran nunca». Quien habla es Paco Curero, un guardia civil retirado de Portillo. El y su mujer, Isabel Leo, acuden varios días a la semana a echar una mano en todo lo que haga falta. En el momento de hablar con él, Paco está cortando una enorme calabaza que se utilizará para la comida del día. Isabel ha estado ayudando a clasificar y limpiar la ropa que les llega mediante donaciones. «Cuando estás aquí ves milagros cada día. Si no fuera así, no podría funcionar». Sor María José de Notredame gusta de recordar el letrero que recibe a los visitantes del cementerio de Milán: 'Aquí se terminan las glorias de este mundo'. « La gente que no tiene fe, o no quiere tenerla, no entiende nuestra vida. Pero no hay nada que proporcione más felicidad que dar la vida por los demás». Cuando una mujer como ella lo dice, se impone el respeto.

Residente ilustre

Entre los 102 residentes actuales de las Hermanitas de los Pobres hay dos que destacan por méritos propios: el ex arzobispo de Valladolid, José Delicado Baeza, y el que fuera el ecónomo de la diócesis en su etapa, y estrecho colaborador desde hace 44 años, Enrique Peralta.

«En mi primer día como arzobispo de Valladolid, lo primero que hice fue visitar a las Hermanitas de los Pobres, que entonces estaban en la calle San José», recuerda Delicado. «Ya entonces me contaron sus planes para construir esta residencia, que luego inauguré en 1980». El arzobispo no oculta su aprecio por el carisma de esta orden. «Me es muy grato. La pobreza es la raíz fundamental de esta institución religiosa. No tienen vinculaciones dinerarias ni afán de enriquecerse. De ahí que salgan todos los días a pedir». «Aquí se cumple lo de que la pobreza es riqueza. Pero es muy doloroso que tengan que cerrar por falta de vocaciones».

El arzobispo tuvo ocasión de conocer al papa actual, cuando todavía era sólo el obispo Bergoglio, durante unos ejercicios espirituales a los que acudió con otros obispos españoles. No guarda un recuerdo especial de aquella experiencia, pero eso no le impide valorar la importancia de la labor que está desarrollando como Papa. «Tiene un perfil evangélico excepcional».

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