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Calle Santiago./ G. Villamil
Los vallisoletanos que echaron raíces en la calle Santiago
calle santiago, 30 años sin coches

Los vallisoletanos que echaron raíces en la calle Santiago

La vía, que este fin de semana cumple 30 años sin coches, es el punto de encuentro de decenas de personas que trabajan y viven aquí

VÍCTOR M. VELA

Domingo, 2 de diciembre 2012, 15:37

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«Yo me venía todos los días a trabajar con mi 127 rojo y lo aparcaba ahí, justo ahí, a la puerta», rememora Santiago Atienza, el portero de Santiago, 31, supervisor del bloque de 22 viviendas con el que se estrena la calle Santiago, según vienes de la plaza de Zorrilla o de Miguel Íscar. El recuerdo del 127 rojo es de mediados de los años 80, cuando Santiago comenzó a trabajar en esta finca porque el anterior portero se puso enfermo. Eran tiempos de calefacciones de carbón, luego de gasóleo, y otras muchas incomodidades. Con la calle abierta al tráfico, el trabajo mudanzas, cargas y descargas, visitas inesperadas con el coche estacionado a la puerta se complicaba. «Ahora es más tranquila, la calle ha ganado muchísimo», explica Santiago, uno de los rostros habituales de la vía más señorial de Valladolid, la arteria que acaba de cumplir 30 años (lo hizo ayer) libre de vehículos. Pasearla sería imposible encontrar un vallisoletano que no lo haya hecho es deambular por el corazón de la ciudad (sin coágulos de tráfico). La mayoría de los viandantes revolotean por la vía como abejas de escaparate en escaparate, pero hay muchos que tienen la calle como centro vital. Y algunos son herederos de otros ojos que miraron la rúa cuando el siglo XX estaba a medio hacer.

Como Óscar del Barrio Blanco. Su segundo apellido da nombre a la cuchillería que su abuelo Valentín abrió allá por el año 1900, recién llegado de Orense. La tienda primero estuvo en la calle de la Pasión, pero con el tiempo Valentín (y su hermano Evaristo) encontrarían un local para mudarse a Santiago. Óscar todavía recuerda a su abuelo y a su tío en plena faena: «Los coches aparcaban a la puerta y les traían los cuchillos para afilar. Y también me acuerdo de las máquinas que vendían para esquilar ovejas». El negocio Óscar está al frente de Cuchillería Blanco desde 1997 ha evolucionado, pero su interior todavía evoca otros tiempos, con una enorme exposición de cuchillos, navajas, máquinas de afeitar o estuches de manicura. En el número de al lado se encuentra Guante Varadé, negocio abierto en el año 1902. El archivo municipal conserva la licencia que Juan Carlos Varadé recibió en 1953 para la apertura por traslado de venta de guantes en Santiago, 20. Y aquí sigue, como certifica Nines García, dependienta desde hace 18 años, «ya casi 19».

Estos dos negocios, Blanco y Varadé, son dos supervivientes de aquella estirpe de comerciantes locales que eligieron Santiago para establecer su negocio. Muchos han caído por el paso del tiempo y la voracidad de las franquicias, pero la calle todavía conserva algunos nombres históricos. Como Casino, como Simeón, como Yaker (aunque esta última anuncia su cierre). O como la joyería Ambrosio Pérez, uno de los decanos del comercio vallisoletano. Tiene su entrada por la Plaza Mayor, pero el triple escaparate de Ambrosio Pérez en la calle Santiago es un clasicazo desde 1885, cuando se trasladó a este local bajo el nombre de Bazar Parisién. Justo enfrente, en el número 2, está Soler, otro de los negocios con mayúsculas. Manuel Soler recuerda que fue su abuelo (y tocayo) quien lo abrió en 1942. «Mi abuelo se vino de Huesca para trabajar en una tienda que Juan García Hermanos tenía en la calle Lonja. Supongo que llegado el momento decidió establecerse por su cuenta y creó este negocio». En este tiempo ha variado la fisonomía de la vía. «Ha perdido personalidad. Antes, cada comerciante dejaba su impronta en su comercio. Cada uno tenía sus proveedores y tenía género exclusivo, no era lo mismo el estilo de Braun que el de Simeón, por ejemplo. Ahora da igual pasear por la principal calle peatonal de Madrid, Barcelona o Valladolid, las tiendas son las mismas y los escaparates, también», se lamenta Soler. Al menos, aquí, en Santiago, todavía hay negocios propios, como Carmy. O como Tremiño, con tres tiendas (dos ópticas y una joyería). Paula Tremiño echa un vistazo al pasado para recordar aquel primer negocio que su padre, Luis, abrió en la calle Teresa Gil. Era 1921. Y Luis tenía 21 años. «De ahí pasó a Cánovas del Castillo, a Medina del Campo... y luego se vino a Santiago», rememora Paula, quien se echa las manos a la cabeza cuando piensa que la calle lleva 30 años sin coches. «¿30 años ya? No me lo puedo creer. ¡Cómo pasa el tiempo! Pero yo lo prefiero, la calle está mejor así, peatonal. Eso favorece que la gente pasee y mire tranquila los escaparates. Y lo mejor es la política de aparcamientos subterráneos. Es la forma de competir con las grandes superficies», explica.

El corte al tráfico de vehículos ayer se cumplieron tres decenios de ello, aunque la peatonalización urbanística llegó en 1985 no impide, sin embargo, a Chuchi realizar su trabajo. Chuchi es Chuchi Seur, repartidor en Santiago desde hace 25 años y uno de los rostros más conocidos de la calle. «Es verdad que antes el trato era más familiar, porque ahora, como son grandes empresas, el personal cambia más. Pero mantenemos muy buena relación entre todos», asegura Chuchi, quien hoy va volado: mucho trabajo y poco tiempo. Sobre todo porque la hora límite para terminar las tareas de carga y descarga (las once de la mañana, once y media como mucho) está a punto de llegar. Después, a mediodía, pasará el camión para retirar los cartones escupidos por los comercios.

Atención y prevención

Y atento a todas estas tareas está Félix, policía de barrio en el centro desde hace trece años: ocho en la Plaza Mayor y cinco, ahora, en Santiago. ¿En qué consiste el trabajo? Félix enumera: «Contacto permanente con los comercios, prevención de hurtos, control de carga y descarga, vigilancia de obras, atención de niños que se han perdido, revisión de todo tipo de actividades que se organizan en la calle, como manifestaciones, recogidas de firmas, venta ambulante... Al final todo el mundo quiere estar en la calle Santiago y eso se nota». Además, asegura, «la oficina de turismo soy yo». Y es verdad. En apenas un rato de charla con el agente, varias personas se le acercan para preguntarle por Santa Ana, por la catedral o San Benito. ¿Hurtos, había dicho hurtos? «Sí. Aquí te encuentras de todo. Desde el que roba en un supermercado y ves cómo la pata del jamón le asoma debajo del abrigo hasta el que lleva tres cazadoras en una mochila o roba un candelabro de la iglesia de Santiago. A ese lo trinqué en Héroes del Alcázar y va y me dice que el candelabro era de su abuela».

Y hay más rostros habituales en la calle, quiosqueros, vendedores de la ONCE, loteros... y músicos callejeros como Kaldare Vergia (cuatro años en Valladolid) quien con su violín le pone una banda sonora de valses y tangos a la calle Santiago.

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