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Un hombre y una mujer buscan fruta entre los desperdicios del mercado de la plaza de España. / J. S.
La pobreza sale a la calle
ACCIÓN SOCIAL

La pobreza sale a la calle

Inmigrantes y jubilados acuden a diario en busca de comida a la plaza de España y a la puerta de los supermercados

J. SANZ

Domingo, 21 de octubre 2012, 18:39

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«Tenemos dos hijos, ninguno de nosotros tiene trabajo ni dinero y necesitamos venir aquí casi a diario a recoger lo que tiran para poder comer», explican una pareja de inmigrantes búlgaros mientras ella recoge fruta del concurrido templete de cajas con género estropeado que se acumula cada día al cerrar los puestos del mercado de la plaza de España. Él se limita a esperarla con las bolsas llenas de botes y comida recogida directamente de contenedores. Cuando la mujer concluye la 'rebusca' ambos se pierden con la 'compra' entre los clientes de los puestos.

La escena se repite cada tarde en este epicentro de la necesidad que congrega de lunes a viernes a más de una veintena de necesitados, en su mayoría, inmigrantes, pero también un buen número de jubilados españoles a los que la pensión no les llega para «ir a comprar al súper».

Pero el circuito de la búsqueda de comida, sobre todo, o de viejos cacharros para vender en el mercadillo dominical es mucho más amplio y abarca a día de hoy toda la ciudad. Decenas de personas, algunas ya veteranas, recorren los contenedores situados en el entorno de los supermercados y mercados, o de cualquier calle, en busca de un complemento alimenticio procedente de las sobras caducadas de los comercios o de las casas de la zona.

«La comida de los supermercados suele estar más estropeada y por eso es mejor venir a la plaza de España», explica otro de los habituales, en este caso otro búlgaro que duerme habitualmente en el albergue municipal y que reconoce que «aquí siempre encuentras cosas que están bien y que te ayudan un poco».

Casualidades a diario

Pero la imagen más sorprendente la ofrecen los jubilados. Muchos van bien vestidos, deambulan por el mercado y en cuanto ven su oportunidad se acercan discretamente en busca de fruta y verduras. La mayoría lo hacen de forma esquiva, cómo si estuvieran casi robando y ninguno quiere hablar sobre su presencia allí. «Vengo hoy de causalidad, pero ya me iba», explica un hombre que roza los 80 años y que huye rumbo al cercano mercado del Campillo, donde vuelve a levantar unas cuantas tapas de contenedor.

Pero a esta mercadillo de sobras acuden, incluso, familias enteras, como una madre rumana acompañada de su hija de 11 años, que aún lleva la mochila del colegio, y de su marido. «Si no encontramos ayuda y no tenemos trabajo, no podemos hacer otra cosa que venir por aquí».

Los presentes se muestran cierto respeto a la hora de escoger los productos menos estropeados a medida que los dejan los propios fruteros junto al templete de ventilación del aparcamiento, aunque no siempre es así. Los comerciantes, que en los últimos años han visto crecer el número de personas que acuden en busca de comida, reconocen que «todos los días es igual» y advierten de que han observado «cómo algunos grupos de inmigrantes las mafias también se apuntan a esto han ido echando a los españoles que solían venir». Eso además de haber sido testigos de peleas por la fruta.

Pero es que esta misma situación se repite también por barrios y calles de la ciudad, frecuentadas por redes más 'profesionales' que no permiten a otros tocar sus contenedores, sobre todo, a las puertas de los 'súper'. Eso lleva a algunos 'rebuscadores' a buscarse la vida por zonas más periféricas como Parquesol, terreno en el que un veterano gitano del oficio acude cada día desde hace años con su moto, su caja acoplada al asiento y su artilugio para sujetar la tapa mientras examina los contenedores, en su caso, en busca de viejas joyas tiradas con salida en el mercadillo de baratijas.

Una imagen real con matices

Su perfil es el menos habitual en este oficio que sirvió de excusa al New York Times, nada menos, para ilustrar en su portada la pobreza que vive España con una foto de un hombre rebuscando en un contenedor tomada en Gerona. Y lo cierto es que la escena es cada vez más habitual, en el caso de la capital, en la que se estima que cuatrocientas personas viven en la miseria más absoluta. Las ONG, eso sí, aseguran que el tema de la alimentación «está bien cubierto» con la red de servicios sociales que existe en la ciudad.

El problema radica en las personas que sí cobran subsidios y que viven bajo techo, pero que no acuden a los comedores sociales. «Tenemos un cuartucho, trabajamos cuando podemos en el campo y la comida que encontramos nos ahorra un buen dinero», reconoce otra pareja habitual de la plaza de España.

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