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FRANCISCO CANTALAPIEDRA
Jueves, 28 de enero 2010, 01:37
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Ayer, mientras las fuerzas vivas de la ciudad hablaban del futuro tras la llegada del Ave, los curritos de Renfe rociaban con agua caliente los ejes del tren para deshelarlos y que pudieran seguir circulando a toda pastilla, que es lo suyo. Contrastes: unos hablando del futuro y otros arrimando cazuelas al infiernillo para que los convoyes no se queden tirados en la Circular o en Valdestillas. El agua, o lo que sea, es para no tener que trasvasar viajeros de un tren con ejes agarrotados por la rasca a otro menos aterido. Siendo muy joven fui una vez de Valladolid a París en coche cama. Disfruté del viaje viendo pasar, desde el confort de la cabina que me habían asignado, la estepa helada hasta que llegué a Hendaya, donde tuvimos que cambiar de tren en plena noche porque no fueron capaces de deshelar los ejes. Hasta ese momento, me había estado relamiendo al ver a los operarios que se afanaban con sopletes a ocho grados bajo cero, mientras que yo, a 25, recordaba la anécdota de aquel marqués que pagaba al sereno para que cada noche cantara bajo su ventana: son las tres de la madrugada, cinco grados bajo cero, y él pudiera exclamar desde la cama: qué frío tiene que estar pasando ese hombre ahí fuera. Cada día estoy más convencido de que Dios castiga sin piedra ni palo.
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