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Retrato de Alfonsa de la Torre.
La biblioteca de Alfonsa
LA ELIPSE

La biblioteca de Alfonsa

LUIS BESA

Jueves, 5 de junio 2008, 20:39

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ESCRIBIENDO para la Cámara de Segovia El Palacio de Pedro el Cruel, juntamente con el padre Balbino, Quevedo y Llorente, uno se quedó colgado de la poetisa Alfonsa de la Torre, fallecida en 1993. La que fuera la penúltima propietaria del palacio cuellarano encierra una de las historias más fascinantes que me he echado en cara. Pero lo más curioso es cómo la sombra de la poeta se filtró en el 'making of' del libro. Un 'making of' trágico, como el infarto que casi se nos lleva al padre Balbino al poco de encargársele un estudio histórico colateral, por no hablar de la muerte de Alfonso Montero a pocos días presentar el libro. Montero, amén de unas cuantas ilustraciones que denotan su buen hacer como pintor, aportó revelaciones importantes que obligaron a reescribir parte del estudio. (Y no puedo por menos que recordar hoy la muerte también trágica, de otro amigo y grandísimo librero, José María Moreno Verdugo).

El libro no va de Alfonsa, va de la historia y leyenda de un palacio. La poeta cuellarana, ganadora del Nacional de Poesía de 1951 (entonces premio José Antonio) se merece más. Por ejemplo, se merece estudiar como del misticismo sáfico -los testimonios de su homosexualidad no son determinantes pero sí abundantes- evoluciona hacia un esoterismo extremado en el que revelaciones, misterios y profecías, se dan de la mano con un simbolismo helenizante. Se merece, desde luego, una antología de sus mejores poemas. Sin embargo, ahora, lo más preocupante es salvar su impronta, si es que queda algo de ella. En este cadáver de mansión que es La Charca, la casa solariega que agoniza a la entrada de Cuéllar por la futura autovía.

Lo andábamos comentando el padre Balbino y yo el día de la presentación y camino a un restaurante. Nos decíamos que quizá quien supiera algo fuera César Gutiérrez, el librero de viejo y mantenedor de la Casa Museo de Antonio Machado, y al que no conocíamos personalmente. Ya en el restaurante, quiso la suerte sentarnos al lado de un personaje familiar, que resultó ser el propio César Gutiérrez, a quién preguntamos por la cuestión, en un episodio que yo achaco a alguna influencia fantasmal de Alfonsa.

Abiertamente, César nos contó cómo en su día entró en tratos con el hermano de Alfonsa, el Tatito -que odiaba a casi todo el mundo y muy especialmente a su hermana y a la supuesta amante de ésta, Juana García Nieto (a la que, muerta Alfonsa, el Tatito expulsó de La Charca sin contemplaciones, a pesar de ser la usufructuaria, y estar enferma y en la miseria)- para comprar la librería de los Rojas allá por el 97, valorada en unos seis millones de la época. Al final César intermedio en la venta del lote a un librero de Pedraza. Aquella biblioteca, perfectamente ordenada, era un producto de siglos, procedía directamente de la familia Rojas, terratenientes de Cuéllar desde el siglo XV. Había manuscritos, códices y ediciones príncipe de clásicos de todos los tiempos. Sin tanto valor crematístico, pero enorme valor cultural, quedaban la obra no publicada y la correspondencia de Alfonsa, cartas perfectamente datadas con todo el parnaso literario de los 50, Felipe, Cela, Gil de Biedma, así como una colección de poesías de mujeres. Tras descubrirlas en un armario, el librero segoviano ya empezaba a cargar aquellas cajas cuando un abogado interrumpió la operación. «Estos papeles no van en el trato», dijo el letrado. Y allí se quedaron.

Hoy la casa es una ruina. Seguramente de aquellos papeles no queda ni rastro. Pero la cosa es peor. Tal era el odio de Basilio (fallecido en el 2003) para con su hermana que no es nada descabellado pensar que el fulano destruyó ese legado, simplemente por joder. Desde luego, testimonios abundan en Cuéllar que afirman haber escuchado al sujeto anunciando su intención de proceder a la quema del legado. Si alguien puede aportar una pista, a todos nos sería más sencillo acometer la necesaria actualización de una autora, Alfonsa de la Torre, convertido hoy en el mayor misterio de las letras castellanas.

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