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Sendero señalizado de Cuesta Manvirgo. / FOTOGRAFÍAS: JAVIER PRIETO
El cerro de las leyendas
VIDA Y OCIO

El cerro de las leyendas

Pueblos y viñedos desde lo alto del monte Manvirgo, en las proximidades de Roa

JAVIER PRIETO GALLEGO

Viernes, 30 de noviembre 2007, 02:09

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Este paseo de viñas y horizontes despejados debe empezar en el corazón de la localidad burgalesa de Roa. A unos metros de su impresionante ex colegiata, junto al Ayuntamiento, se ubican el Aula de Arqueología y la Oficina de Turismo.

Es la mejor manera de entender por qué este territorio, en alto sobre la vega de un río Duero todopoderoso, debió de parecer, 350 años antes de Jesucristo, un enclave ideal para quedarse a vivir. Y no sólo por las vistas, que son tan largas como la de cada cual alcance, también porque así quedaba despejada la vega más inmediata del río para cultivar y asentar en ella el barrio de alfareros y sus peligrosos hornos.

Hoy mismo, sin ir más lejos y en días de atmósfera clara, se divisa hasta la nieve que tiñe de blanco las alturas de Guadarrama. Ellos sabían si había fiesta en la vecina localidad de Clunia porque veían elevarse a lo lejos las hogueras del jolgorio. También si había guerra.

La que tuvieron con Roma, aunque la vieron venir mucho antes de que apareciera en el horizonte, no pudieron esquivarla, de manera que en torno al año 70 a.C. la ciudad y sus gentes quedaron integrados, a la fuerza ahorcan, en el nuevo imperio.

Pero para vistas, las que sin duda debieron de disfrutar -y utilizar- desde la meseta del cercano monte Manvirgo, un observatorio de lujo en el que extraña no encontrar las ruinas de un castillo o, al menos, un par de bancos para sentarse a gozar unos atardeceres de los que cierran las películas de amor.

Nada por el momento se ha encontrado que atestigüe asentamiento alguno en ese alto, aunque sí circulan varias leyendas para justificar su peculiar orónimo. Más que leyenda cuento de Calleja es el que repite que tras la ocupación Roma asentó sobre ese alto un templo dedicado a la diosa Vesta con el fin de propiciar la fertilidad de los campos que se divisaban desde allí. Y que aquel templo estaba servido por unas vírgenes, a la postre sacrificadas como castigo por pasarse al cristianismo. Y de aquello, aunque no se ha encontrado ni una esquirla que lo pruebe, le quedó al cerro lo de Manvirgo o monte de las vírgenes.

Un paseo señalizado lleva desde Roa hasta ese monte por entre el collage de viñas que tapiza la llanura intermedia. La primera flecha hay que buscarla en la puerta de San Juan, por detrás de la Sede del Consejo Regulador de la Ribera del Duero, antiguo hospital de San Juan Bautista y cuartel de la Guardia Civil hasta 1985.

Desde ese punto el paseo se enfila por el camino de las Higueras para, en 1 km, cruzar el exhausto cauce del arroyo Dujo.

Tomando el ramal del medio en el inmediato cruce, hay que seguir siempre por el camino principal, sin atender a desvíos y sin salir a la carretera que corre, en algún tramo, paralela. También hay que seguir de frente al alcanzar la bodega Santa Marta, bordeando viñedos por buen camino hasta alcanzar, 700 metros después, un pinarejo ante el que se abre un cruce. El ramal de la izquierda corre junto a un chozo de pastor en dirección al monte hasta el siguiente desvío que se toma a la derecha.

Después de ese, el siguiente ramal se abre a la izquierda y es el que sube hasta la cima. Un poco antes de alcanzarla un desvío finaliza en una fuente con mesas, bancos y un refugio. Una vez arriba, lo mejor es circunvalar la meseta, dar vistas a los cuatro vientos y, de paso, leer las cartelas que informan de otras curiosidades y cuentos.

El regreso, también señalizado, se realiza por el camino Carraquintana para entrar por Roa a la altura de la Cruz de San Pelayo, tan lamentablemente acosada por los chalés que resulta casi imposible acercarse a mirar.

Info@javierprietogallego.com

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