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Fernando Alonso, con la cabeza alta, mira al horizonte durante la entrega de trofeos del Gran Premio de Italia, ayer por la mañana en el circuito de Monza. / D. DAL ZENNARO-EFE
Alonso se exhibe en casa de Ferrari y se refuerza de cara al final del Mundial
GP DE ITALIA MONZA

Alonso se exhibe en casa de Ferrari y se refuerza de cara al final del Mundial

El español gana en Monza en una carrera sin fisuras y deja en tres puntos la ventaja de Lewis Hamilton Raikkonen acabó tercero y Massa abandonó

JOSÉ CARLOS CARABIAS

Lunes, 10 de septiembre 2007, 02:48

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Una pancarta suspendida más allá de los árboles decretó el terreno hostil. «McLaren, como la Juve», decía el letrero voluminoso, negro como el carbón, pájaro de mal agüero, en recuerdo de la trampa que dio con los huesos del equipo de Turín en la Segunda división. Aquel fraude de árbitros comprados y jugadores seleccionados a partir de los intereses del conglomerado de Luciano Moggi. Un fin de semana que hizo llorar ayer a Ron Dennis, el patrón de la histórica escudería instalada en un ciclón de imprevisibles consecuencias. El cartel pendía como un guillotina sobre el ánimo tribal, si es que existe en McLaren. No afectó a Fernando Alonso, brillante vencedor en uno de sus circuitos malditos. Y tampoco a Lewis Hamilton, a quien la persecución del español obliga a jugarse cada carrera al todo o nada. Como ayer, con sus dos adelantamientos a los Ferrari de Massa y Raikkonen.

Despreocupado respecto a cualquier parámetro de tipo fisiológico (su ritmo cardiaco asciende a 185 pulsaciones, su tiempo de reacción en una salida de Fórmula 1 no tiene una medición exacta al estilo del atletismo), Alonso fijó su atención en el punto nuclear de su coche: las entrañas. McLaren ha decidido sustituir el sistema de salida que utilizó en las dos últimas carreras por el habitual de todo el año. Del doble embrague al único embrague.

Asunto de cierto calado toda vez que tanto Alonso como Hamilton salieron muy mal en las dos últimas citas, Hungría y Turquía. El doble embrague es un invento de los sabios según el cual cada vez que el piloto toca la maneta de su volante saltan dos conexiones: una, para el instante en el que semáforo pierde el color rojo, y otra, para afrontar la primera curva. El piloto no hace nada extra salvo tapar huecos, acelerar y fiarse de su instinto. Los ingenieros deciden y los pilotos utilizan el juguete.

Sin doble embrague

En Monza no había doble embrague, sino un solo dispositivo para mirar, salir, correr y frenar en el primer giro. Como las carreras se deciden unos metros más allá de las luces rojas o en los segundos que se pierden mientras se echa gasolina, Alonso no tenía inquietud mayor por el tramo intermedio de la carrera en Monza, sino por la salida y el cambio de tuercas.

Y eso que Monza alberga una de las particularidades más chocantes de este mundillo abierto a los misterios. En el circuito más veloz, teóricamente más preparado para un adelantamiento, los coches van flotando, como en una pista de patinaje, sin aerodinámica, con poco agarre al suelo.

Es ahí, en ese cruce de lógicas matemáticas, donde impera el temperamento del piloto. Hamilton lo enseñó otra vez. No es una flor de un día. Hay algo en esa efigie caribeña que siempre sonríe. Salió mal, peor que Alonso, fue rebasado por Massa, acechado por Raikkonen y apretado contra la barrera como un recortador mediocre en un encierro. Sin embargo, sacó una bravura extraordinaria para colarse frente a Massa, cuchillo entre los dientes, Monza rugiente, un circuito pintado de rojo, en el transcurso hacia la segunda curva. Se tocó con el brasileño y su flor hizo el resto: salió medio despedido hacia el atajo de la chicane, allí donde a los pilotos les apetece acortar. Massa se tuvo que retirar once giros después. Hamilton siguió.

Martirizar al inglés

Lo hizo siempre fustigado por un Alonso imperial. Ha llegado el momento de los callejones sin salida y el asturiano aprieta el paso, un escalón por encima, siempre más. Sólo se vio amenazado por el azar y la estrategia inesperada de Raikkonen, que paró una vez y llevó el coche muy cargado de gasolina durante hora y media.

Ausentes los demás, las otras peleas del campeonato, Alonso le exigió algo más a Lewis Hamilton y el británico lo dio. No hay mañana para esta gente.

Es hoy o nunca. Aunque da la impresión de que tenemos Hamilton para rato. Raikkonen adelantó al líder del Mundial cuando éste paró por segunda vez y la respuesta fue contundente. Aprovechó la pesadez del Ferrari para arrimarse y adelantar como un rayo para salvar dos puntos. Alonso estuvo a un punto de su enemigo y compañero durante una vuelta, la que tardó en replicar.

Apurando la calculadora que tiene por cabeza, el asturiano manejó la distancia que necesitaba con Raikkonen para detenerse en el garaje (medio minuto, un segundo por vuelta al finlandés), amarrar su cuarta victoria de la temporada y ganar su primera final de cinco intentos. Pero, sobre todo, para martirizar a Lewis Hamilton.

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